No hay peor tonto…

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[ms_dropcap color=»#dd3333″ boxed=»no» boxed_radius=»8″ class=»» id=»»]Y[/ms_dropcap]Y ya me lo decía mi madre, desde que era muy pequeña, y reconozco que me hacía especial gracia: “No hay peor tonto que el que no quiere entender”. Es una frase dicha con estima, de alguien que te quiere, de alguien que quiere hacerte ver que hay diferentes posibilidades, que existen otras opciones, y que en esta vida, ver alternativas a todo es la manera indispensable de vivir y convivir. Que no es que tu manera no sea la correcta, sino que existen diferentes maneras de ver las cosas e interpretarlas, y a veces nos limitamos a pensar que la nuestra está por encima de las demás.
Hoy, mis palabras van dedicadas a todas aquellas personas, a las que les intentas explicar tu punto de vista, tu visión vital, de la manera más sencilla posible y con los máximos argumentos, pero se niegan a creerte. No les vale lo que les digas, ellos tiene su verdad y no hay otra. Teorías estudiadas y precisas que no se pueden modificar, no existe manera viable de cambiar ni un ápice de su pensamiento.

¿Y por qué llego a esta conclusión, que hoy pongo al principio, al contrario de lo que hago siempre? Pues porque el otro día, una vez más, en una mesa con amigos, conocidos y compartidos, volvió a surgir esta conversación:

Una conversación sin fin

-Este vino no me emociona – dije yo, sin más intención que decir lo que pensaba, lejos de intentar crear polémica (o no).
-Pero ¿por qué? – contestó alguien. No es necesario que sepáis su nombre, en realidad, no existe.
-Pues porque no me dice nada, no me mueve nada por dentro – seguí.
-Tiene un color dorado casi perfecto y es muy brillante – insistía.
-Sí muy brillante, totalmente limpio y brillante.
-No presenta precipitaciones y su lágrima es lenta y elegante.
-Elegante lo es, con caída casi de sinfonía de Bach.
-Tiene aromas frutales y florales, muy específicos de la variedad, una tipicidad muy marcada.
-Perfecta harmonía entre aromas en el varietal, totalmente de acuerdo.
-Y tiene muy integrados los matices terciarios
-Nada que objetar, muy integrados
-Y tiene estructura…
-Correcto.
-Y es largo.
-También lo es.
-El retrogusto a café tostado es increíble.
-Toda la razón, además soy gran bebedora de café y sé de lo que hablas.
-Y podrías pasarte una sobremesa bebiendo y contando historias con él.
-Probablemente sí.
-Entonces ¿dónde está el problema?

Dónde está el problema y cuál es esa posible solución

Y el problema, en realidad, no existe. No hay tal problema. El hecho es querer entender un vino solamente desde su perfección. Es totalmente lícito, puntuar el equilibrio global, cuando valoramos un vino a nivel profesional, en un panel de cata o debemos otorgar una puntuación objetiva. Es indispensable actuar de este modo para que otra persona entienda, sin probar el vino, lo que va a encontrar cuando abra la botella en casa una vez la haya comprado.

Pero ¡ay! amigo mío, ¿qué hay de todo eso que se mueve dentro cuándo probamos algo que no esperamos? (Ya sea un vino, ya sea un plato o ya sea lo que mon dieu quiere que sea). ¿Qué hay de ese subidón, juraría que compuesto por oxitocinas, que nos remueve todo por dentro? Eso que llega lejos, que te hace abrir más los ojos, te hace despejar voluntariamente las fosas nasales y entonces en la boca una cascada de sabores.
Aquello auténtico que parece que te acaricia la lengua sin darte ni cuenta, te muestra una textura que ni tan solo sabías que existía. Al pasar te parece largo, pero de un largo casi infinito, y en este justo instante, solo en este, te hace cerrar los ojos y abandonarte a darte cuenta, que algo te acaba de tocar el alma o el aura, tú mismo puedes elegir.

Sólo reacciones psicolofisiológicas

Así que hoy mis palabras van dedicadas a todos aquellos que se empeñan en convencerme de que un vino perfecto y en completo equilibrio, tiene que gustarme, cuando no (siempre) me pasa. Y también a todos aquellos que simplifican lo que es un vino con términos técnicos, totalmente necesarios en algunas ocasiones, pero que a menudo nos nublan lo que sentimos por dentro cuando probamos algo, que sí, puede sonar romántico, pero nos EMOCIONA más allá de su perfecta sintonía.

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