Los arquitectos del paisaje del vino

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En casa bebo agua

[ms_dropcap color=»#dd3333″ boxed=»no» boxed_radius=»8″ class=»» id=»»]N[/ms_dropcap]o es raro abrir la nevera de mi casa y encontrar un par de botellas de agua. Incluso en invierno, fuera del frigorífico. Más porque me gusta del tiempo, no muy fría. Sí, en casa bebo agua. Es de lógica. Soy muy de hidratarme. Es más, esta lógica también la aplico al día a día. Tengo mi botella de agua en el trabajo. Cuando camino me da por llevar una botellita de agua. Si hago el guiri por algún recóndito lugar de este mundo, suele acompañarme una botella de litro y medio. Embarazosa de llevar, pero viene. Es muy común y los que me conocen lo saben, que cuando como, ceno o algo por el estilo, sea fuera o en casa, incluso en casa de los demás, que tenga mi copa de vino y el agua cerca. Exacto, lees bien. Mi copa de vino y el agua. Ellos también se sorprenden. Pero la verdad, si quiero hidratarme bebo agua.
No me cansaré de decir que el vino para mi, es un alimento más a la hora de comer. Quizás sea un excéntrico hijo de Selene, pero tiendo a normalizarlo de esta forma, en un país empeñado en que las bebidas alcohólicas sean deporte nacional. Quien más bebe más… Bueno más nada, esa es la verdad. Pues eso, el vino para mi es parte del comer, y si tengo sed, bebo agua de mi vaso. El vino no calma mi sed, calmar mi sed con él es incurrir en un error de final etílico. Y no siempre esta uno para fiestas. Dicho esto, el vino forma parte de mi vida igual que el agua. Tanto es así, que en mi nevera, y lugares frescos aledaños a la cocina, suelen coexistir con alimentos u otros enseres, botellas abiertas o esperando a ser abiertas.

 

La excepción a la norma

Cuando abro neveras cercanas. Véase familia, amigos, etcétera. Suelo ver en ellas multitud de bebidas. Zumos extraños multivitaminas, bebidas de dudosa procedencia con mejoras para tus hijos o familia. Como no, también la consabida azucarada zarzaparrilla y sus amigas cítricas con ¡un 8% de zumo! Y me siento extraño. Sí, la excepción a la norma. Cuando alguien viene a comer a casa y trae niños, siempre pregunto qué es lo que beben. Porque en casa sólo hay vino y agua. La dictadura de la bebida azucarada, de lo que debemos o no hacer con nuestros hijos, del tiempo, de las modas es lo que tiene. Perder la costumbre de lo que era normal y que la norma se convierta en excepción.

El desarraigo de las costumbres

El vino en este país ha sufrido dos catarsis de las que aún no se ha recuperado. Por una lado está la vinculada al provincianismo. Sí, hubo una época en la que para ser moderno quisimos imitar al vecino. Al del otro lado del charco o de los Pirineos. Imitar su estilo de vida no se acababa en los coches bonitos ni los vestidos más allá del domingo. En comer foie o queso amoniacado. O beber cerveza a todas horas. También era perder el arraigo a lo tradicional. Las tradiciones vinculadas a esas costumbres tan pasadas de moda según el clínico ojo moderno. Como el beber en porrón, tomar una copa de vino en el bar, el mondadientes del vermú, ponerse un vaso de vino entre amigos… Un largo etcétera de cambios originados por ese desarraigo de lo tradicional. El exorcismo de todo lo que nos diera imagen de pueblerinos. Éramos citizens, de pueblo sí, de esos de a kilómetros de la ciudad, pero citizens de alma. A esto después se le suma cierto puritanismo a la hora de criar a nuestros hijos. No darles a probar vino, porque puede ser que estés criando a un potencial alcohólico. O no poner azúcar y vino en el pan, porque el bollo industrial relleno de crema de cacao es una merienda sana y no adictiva que no provoca trastornos. ¡Ay!
La segunda catarsis ha sido incorporar el vino a cierto estilo de vida. Un estilo de vida de señorío y tronío. O en este caso, de gente guapa. A la hora de querer hacer subir la calidad de nuestro vino, (el más consumido aquí siempre ha sido el vino de mesa y el vino a granel) se le asoció a una comunicación errónea. El vino era para la élite. El vino. Un producto tan asociado a nuestra forma de vida como el aceite. Pongo el aceite como ejemplo, porque es la ejemplificación perfecta.
El aceite se ha adaptado fenomenalmente a nuestras casas. Si uno requiere de aceite para freír lo tiene, si es para la ensalada o bocadillos fetén, también. Incluso se hacen catas y ha llegado a niveles de calidad tan altos, que se permite el lujo de tener cuñados del aceite. En definitiva, está posicionado en todas las capas de la sociedad sin perder un ápice de su esencia. Ser producto asociado a la cotidianidad.

Es un error hablar de la cultura del vino dejando de lado todo lo que comporta la expresión, sin explicar en qué consiste o a qué nos referimos cuando hablamos de la cultura del vino

 

Comunicación fail 2.0

No contentos con esto, la era moderna, la de las conexiones, las tablets, las apps, lejos de acercar el producto a la gente, lo está alejando. Se está dejando erróneamente la comunicación a golpe de like, retuit, follow y el consabido influencer. Un error continuo, repetitivo y que en un tiempo veremos su alcance. Digo error no porque no confié en esas personas, hay algunas a las que admiro mucho, como no, otras son parásitos que habitan en cualquier trabajo, y que sacan provecho al miedo y a la ignorancia, a los palos de ciego y ahí están, vendiendo fórmulas magistrales para la comunicación del vino. Para expresarme mejor, pondré un ejemplo:

Una plataforma como Twitter, (que utilizo bastante), tiene en España un total de 4,5 millones de usuarios (datos del año 2016). Si de este total, por poner generosamente, decimos que un 10% son seguidores de cuentas del mundo del vino, tendríamos unos 450.000 usuarios en toda la península. La península tiene 46,5 millones de habitantes. Esto es un 0,9% de la población, (siempre con la intención de ser generosos), que son usuarios de Twitter y siguen cuentas relacionadas con el vino. Seguimos. Entre esos 450 mil hay profesionales, horeca, distribución, bodegueros, periodistas, blogueros, y un tanto por ciento menor de seguidores o amantes del vino per se. Es decir, al final la información ahí volcada, es de una gran valía entre el grupo profesional. Este se nutre constantemente de nuevas técnicas, vinos, modas, etcétera. ¿Pero es esto el tipo de comunicación que busca la Denominación de Origen? ¿Es el tipo de difusión que necesita el vino?, ¿Qué tipo de repercusión tiene esta entre la gente? Cero. Lejos de eso, si encima nos fijamos en estos datos, la comunicación en dichas plataformas no deja de ser muy endogámica.
Luego ponemos el puntero en el influencer. Este, paladín de la comunicación, tiene el deber de llegar cual Papa Noel a todas las mentes y llenarlas del bonito mundo del vino. La cultura del vino por bandera. Doble error. Un comunicador de redes sociales, no deja de ser eso. Un comunicador de un sector muy concreto. El otro error es hablar de la cultura del vino dejando de lado todo lo que comporta la expresión. Sin explicar en qué consiste o a qué nos referimos cuando hablamos de la cultura del vino.  Al hacerlo así, nos volvemos a alejar de la gente. A nadie se le ocurre hablar de la cultura del aceite, o la cultura del pan sin hablar de las panaderías, las masas madres o del vareado del olivo. Cuando hacemos esto, decir que el vino puede ser azul, presentar a los bodegueros como estrellas del rock o utilizamos un lenguaje similar a sacarse el teórico del carné de conducir, volvemos a comunicar de nuevo que el vino es par gente guay, con estudios o vete a saber qué. Si hablamos de cultura del vino, hay que hablar de la cultura del campo, de elaboradores, de viñadores, de payeses, agricultores y campesinos. Esa es la verdadera cultura de nuestro país.

Arquitectos del campo

Los agricultores. Ese reducto cada vez más escaso en el mundo del vino, esa gente a la que deberíamos poner una alfombra roja hasta las ciudades. Esos son los verdaderos comunicadores. Arquitectos del campo. Esa gente debería tener una alfombra roja directa a colegios, casas, pueblos, ciudades, qué digo, directa a nuestras vidas. La desconexión con el mundo rural que sufre nuestra sociedad es aún más sensible en el mundo del vino. Y a mi entender,  sólo se podrá salvar entendiendo esto mismo. No podemos seguir desconectados, ignorantes o pasivos ante esta situación. Son parte del tejido social y los verdaderos defensores de la cultura del vino. Con su pasión, con su vehemencia por la viña, son capaces de llegar al corazón de la gente. Pero es más, con su sencillez, sin palabras rimbombantes ni esdrújulas, polisílabos ni esa pedantería característica de la comunicación actual, ellos son capaces de hacer entender este mundo y por qué alguien decide involucrarse en él. Un trabajo de esfuerzo, gasto, jornadas larguísimas llenas de trabajos titánicos, sólo por una cosa. Llevar una botella de su vino a tu mesa. Esto solo, sólo lo pueden contar ellos.
Así que no se lo piensen más, ese dinero de denominaciones para llevar a diez influencers a un hotel, que duerman bien, coman bien y pisen con sus looks ultramodernos la viña, para hacer una foto de lo bonito que es el vino y la copa, el paisaje y decir que viven un experiencia imborrable, gástenlo en llenar autobuses de niños, infestado de colegiales con ganas de comerse el mundo, porque si llegamos a ellos, habrá futuro.

Sigo bebiendo agua

Sigo bebiendo agua. Sigo teniendo botellas de vino en mi nevera. Sigo tomado vino a deshoras, comiendo con agua y vino, celebrando con mis amigos con vino… Sigo en definitiva, manteniendo el vino en mi vida. Es más, escribo estas líneas con una copa al lado. No se me ocurre mejor forma. Porque desde este pequeño cubil, donde mi influencia es mínima, sigo manteniendo mi arraigo a una tradición, a un líquido que es base de mi sociedad y a una forma de ganarse la vida dignamente. Tener vino en mi vida, llevar vino a donde vaya, es la única forma que tengo de comunicar mi respeto hacia ellos, los viñadores y elaboradores de ayer, hoy y mañana. Larga vida.

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