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[ms_dropcap color=»#dd3333″ boxed=»no» boxed_radius=»8″ class=»» id=»»]S[/ms_dropcap]i dirijo la miradahacia el pasado, veo a mi abuela regando sus plantas. Tendiendo ropa, al principio, en la terraza, más tarde, más mayor, en una sisí improvisada a pie de calle en su pequeña parcela de la casa. Y el olor a jazmín, ese que siempre ha inundado mi barrio. También la veo en la cocina. Siempre. Sus sopas, lo que mejor recuerdo o unas estrellas de postre que hacía en una época determinada del año. La carne en salsa con calamares y huevo estrellado que mi madre prepara a veces, los huevos rellenos a su estilo o la zarzuela que una vez probé de Montse, una vecina. El conejo en salsa que a veces improvisa mi padre, los pucheros castellanos de mi abuela Mercedes o los infinitos platos que mi tía Laura sabe preparar con mimo y esmero.
Todo el mundo de mi infancia y adolescencia sabe cocinar. Entre mis actuales amigos son, sobre todo, los que pasan de la treintena los que saben cocinar. El resto…
Se pierde
Caprabo, Carrefour, La Sirena, la radio, la televisión… Comida en tiempo récord. Dos minutos y listos. Con este delicioso salteado, sopa, crema, carne en salsa, canelones. Yatekomo. Ya te bombardeo. Ya te he convencido. Ya te has rendido.
Leo, escucho y oigo esta cantinela cada día. Hace poco conversaba con una amiga sobre esto, sobre cocinar. Comentaba que le era más fácil comprar preparados, organizarse de esta forma, porque además hay sitios donde la comida es saludable (¿seguro?) y es más fácil porque no tiene tiempo. Esta es la falacia que todo el mundo compra ahora mismoes. Me falta tiempo. Tiempo. La falta del tan preciado tiempoes el precio que sufre la cocina en casa. Cual Ícaro, volamos a los estantes de las grandes superficies en busca de gnar tiempo. No importa si nos quemamos las manos, las alas, o el patrimonio gastronómico en el intento. La moneda de cambio es tiempo en consumo, consumo que invertimos en series, juegos, cervezas entre amigos. La fiesta del engaño.
Nos convencemos de que ese tiempo es mejor invertirlo en otras cosas. Nos auto engañamos en la creencia de que cocinar significa necesariamente tiempo, dedicación y que es difícil. No. Al final eso demuestra la gran verdad. Somos una sociedad altamente perezosa, vaga y con una incultura e ignorancia enormes. Se habla desde esta idea ignorante del que ve un programa, a un familiar cercano o a un cocinero invirtiendo ese preciado esfuerzo en cocinar. Se aplica la regla que has aprendido desde bien pequeño, cortita y al pie. Ley del mínimo esfuerzo. ¿Para qué calcular parábolas, si haciendo un clic me traen la comida a casa?
Te respondo. Por amor propio. Por crecer como persona. Por satisfacción personal. Por sonreir al ver a alguien comer tu preparado. Por conseguir metas, ya que la cocina implica eso. Por victorias y derrotas. Por levantarte a hacer de nuevo lo mismo y conseguirlo. Porque la cocina es eso. Mantener un patrimonio enorme donde, si te hubieras parado a pensar un poco, existen platos altamente difíciles de elaborar y otros que con cuatro minutos e ídem de ingredientes, tienes una muy buena comida en la mesa. Aceite, chorizo, patatas y huevo.
¿Cuándo nos hemos abandonado tanto?
Empezó quizás por una familia en la que ambos trabajaban. Empezó quizás en ese momento en que no hay una abuela a la que echar la carga de la comida. O cuando las muejres, trabajadoras tanto fuera de casa como en ella, empezó a no alcanzarles el tiempo, ese tiempo. Damos por supuesta la división de tareas, que pasaron primero por un hombre que no cocina y por una lista de la compra con unas patatas congeladas, pero no por un reparto equitativo de las cuestiones domésticas. Por ahorrar tiempo. Anuncios tipo: Tú mujer trabajadora, ahora con estas varitas de merluza tendrás el toque mágico en tu mesa. Tus niños disfrutaran de un jugoso bocado, mientras tú disfrutas de tu tiempo. La casa.
Tu padre no cocina. Ejemplar acto. Tu madre (por obligación social) cocina rápido (por obligación). Más ejemplar aún. Tus referencias culinarias son las de un divertido chef de la tele, a medio camino entre los payasos de la tele y un acosador de mujeres simpático. Así nos ha ido. Coge el mando y… desconexión. Tu hambre descuelga el teléfono, pide.
Recuerdo que de pequeño me fascinaba hacer tortillas de todo tipo. Las rellenaba hasta de palitos de cangrejo. Ahora me tranquiliza hacer la masa de pizza encima del mármol. Oir el chup chup de unos callos haciéndose. Mirar el pollo que va dorando en el horno. Tomar una cucharada del tomate frito y deleitarme hasta llegar al momento óptimo. Me tranquiliza. Desestresa. Me encanta tomar una copa como a cualquiera. Por supuesto. Pero, ¿habéis probado a cocinar? No por obligación, no. Prueba a cocinar por aislarte. Cuando se empieza, ya no puedes parar. Habéis probado a hablar de cocina. Es una galaxia donde perderse. Mi peluquero Mati, Matias. Italiano. Nacido en Padova y residente ahora en Barcelona, tan sólo tiene 24 años. Es un tío simpatiquísimo, y un amante de la cocina. No entiende como aquí la gente de su edad no sabe ni freir un huevo. Nos pasamos largos ratos hablando de cocina. Se flipa explicando cómo hacer unos gnocchi en casa. O cuando le digo como hacer una carbonara (sin nata), se le ilumina la cara y me espeta un ¡Grandísimo Óscar! Bravo. Da gusto ver como se transmiten los italianos esa pasión por la cocina.
A todo esto, este chico curra un montón de horas. Sale mucho, por eso mismo vino a Barcelona, a vivir y quemar esa juventud que tiene. Pero jamás os entenderá. Su cocina, nuestra cocina, la cocina no entiende de tiempo. Entiende de querer. De comer bien. Y yo lo entiendo, lo entiendo y no os compadezco. Sois perros e ignorantes. Cómodos vividores ávidos de un tiempo que vosotros mismos os perdéis.
Tiempo de comer bien.
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