Ja ja ja, ja ja ja, como me reía mientras ahorcaba con mis propias manos al cartero del pueblo. De acuerdo, para ser honestos, no actué de la manera correcta, pero sin ánimo de ofender, el señor Carmelo no merecía otro final. El hombre estaba cargado de manías, unas manías que tenían a mi pequeño pueblo natal de Soria hasta el gorro. Qué si llegaba tarde, qué si hoy no vengo por el frio, qué hoy he perdido una carta….
Ese mal momento que todos hemos tenido en nuestras vidas hizo que la justicia en mayúsculas cayera de manera exagerada sobre vuestro simpático narrador. Abandonado totalmente por la familia y amigos, mis huesos fueron a parar al Centro Penitenciario Nacional de Los Sagrados.
Días de grandes lloros y depresiones leves me acompañaron durante mis primeros días en el talego, pero el hecho de entrar a trabajar como ayudante de cocina, y también por un nuevo mundo de drogas de todo tipo que conocí en prisión, hizo que mi adaptación fuera francamente rápida y agradable.
Gracias, como he dicho, al caballo que consumía día sí día también en la cocina, me convertí en un ser con unas habilidades culinarias extraordinarias. Mi clarividencia a la hora de crear grandes menús con los escasos recursos que disponía hizo que me convirtiera en el preso de moda, querido tanto por asesinos en serie como por funcionarios.
Mi día a día transcurría entre fogones, libros de recetas, violaciones y mucha, mucha cocina casera. Era realmente feliz, como que nadie me esperaba fuera, el microcosmos de la cárcel se convirtió rápidamente en mi hogar.
A mitad de mi condena, y cuando la oscura luz que me ofrecía la libertad se iba acercando, unos señores del gobierno tuvieron a bien de hablar con vuestro humilde y a la vez franco narrador. Yo, mediante un burofax, pedí a las instituciones regionales un poco de clemencia a la hora de disponer de alimentos más variados y obtener un poco más de presupuesto culinario. Mi imaginación no tenía fin.
La noche anterior, en el interior de mi celda, preparé a conciencia la transcendente entrevista con los eruditos del gobierno, y nervioso al extremo, sólo conseguí conciliar el sueño tras una monumental masturbación gracias a la fotografía de Ana Rosa Quintana que me pasó mi compañero de suite, el avispado Lucas “ el moscas”.
Esos tipos trajeados, no se estaban con monsergas, y apenas abrí la boca me hicieron callar. Cuando mi intención era la de conseguir tener más variedad de frutas y verduras, me cortaron con un….
-¿Te gustaría trabajar en un restaurante de lujo a cambio de tu libertad?
-¿Ustedes que harían?
Después de pensármelo cuatro larguísimos segundos, acepté.
Dos días después, tras firmar un alud de papeles, y sin apenas despedirme de mis compañeros de cocina, celda y sexuales, fui conducido en un coche, con cristales tintados, hacia la ciudad de Barcelona.
Jamás había estado en tan magna urbe. ¿ Se pueden creer que cinco quilómetros antes de llegar ya hay casas? Mi padre, enterrado muerto en el cementerio de Almazán, me habló de la capital catalana durante su estancia haciendo el servicio militar. Me habló de sus prostitutas del barrio gótico, de los llamativos taxis y de unas inmensas chimeneas que había en el barrio de San Adrián. Era un enamorado de una ciudad que, a excepción del extraño idioma afrancesado que hablaban sus gentes, le parecía la capital del mundo.
Allí, esos señores de gran elocuencia, me tuvieron metido en un hotel de gran lujo, me sacaron a cenar y más tarde probé las mieles de unas señoras, que aunque no muy agraciadas, gritaban más que mis compañeros de intramuros.
Al tercer día, sin apenas intercambiar palabra, me metieron en un avión y allí no sé cuánto tiempo me tuvieron. Las horas iban pasando, y aunque yo estaba acostumbrado a estar encerrado muchas horas, noté cierto malestar en ellos. Un día después de vuelo, llegamos a Los Ángeles.
Aquello, señores míos, es una mierda de ciudad. Tantas películas y tanta polla y aquello no ofrecía nada. Ni vi las torres gemelas, ni entendía nada del extraño idioma que hablaban, mucho más difícil que el catalán.
Me llevaron a un chalet de las afueras, y me encerraron en una habitación lujosa llena de frutas y satén, con un gran ventanal donde podía ver a unas chicas semi desnudas bañándose en una preciosa piscina. Me dijeron que allí me quedaría un día para recuperarme de no sé qué coño de palabra que tenía que ver con las horas de vuelo. No entendía nada, porque no estaba cansado, y aunque me aburrí un montón, hice pasar el tiempo haciéndome pajas en la ventana, mirando a aquellas mozas, un tanto sucias.
A la mañana siguiente, me condujeron a una impresionante cocina. Me presentaron al chef, el tipo, aunque era negro, hablaba español. Se acercó a mí, me felicitó por ser su ayudante. Y con un hilo de voz, me susurró si estaba preparado para formar parte del equipo de cocina del restaurante privado más importante y más elitista del mundo. Si estaba preparado para cocinar para las personas más influyentes, más ricas, más, más….
Si estaba preparado para cocinar carne humana.
Continuará…
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