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Hace unos días me topé en Twitter con este artículo. No me gusta la tauromaquia -ni los correbous ni los toros embolados…-, pero como el debate sobre cómo conjugar la continuidad de las tradiciones culturales -en el sentido amplio de la palabra cultura- con actitudes y comportamientos que no conlleven la tortura de animales en público sí que me interesa, pues empecé a leer. Todo iba más o menos bien -aunque no demasiado– hasta que me tropecé con este fragmento:
Entonces, podemos hablar de una persona bien educada cuando nos referimos a sujetos que respetan y, a ser posible, también aman a los animales no humanos desde el amor, la responsabilidad, la compasión y la empatía. Cuando esto no sucede, se acostumbran a detectar problemáticas que requieren una intervención educativa especial y de alto riesgo social, ya que diversos y prestigiosos estudios criminológicos demuestran la estrecha relación que existe entre la violencia hacía los animales y hacía las personas humanas.
Me tropecé y casi me caigo del susto.
O sea, que si eres alguien que se declara omnívoro -por poner un ejemplo-, y que por tanto comes animales y alimentos de procedencia animal, de bichos que ha habido que, ya no sólo criar para tal propósito, sino finalmente matar, resulta que eres el producto de una educación deficiente y corres el peligro de ser señalado directamente como sospechoso de ser un «riesgo social», y con altas probabilidades de acabar matando a tu abuela según explican unos «prestigiosos estudios criminológicos» que no se citan. Porque deduzco que el hecho de matar algo para comérselo es una de la mayores -y postreras- faltas de respeto que se puede mostrar hacia cualquier ser vivo, ¿no? El consuelo que nos queda es un clásico de la criminología: no es que seas mala persona, es que no has recibido una buena educación.
Si nos cruzamos por la calle, cambiad de acera. No sea caso que -como Pedro Navaja- esconda «un puñal bajo el gabán» y os acuchille con la misma falta de amor, responsabilidad, compasión y empatía con la que devoro animales
Vaya por Dios. Soy un mosntruo. Soy omnívoro, como animales muertos, a veces hasta vivos como las ostras. No siento ni culpa ni remordimiento. Es más, lo pienso seguir haciendo hasta que un médico me diga que mejor dejo el jamón de bellota, los mariscos, las chuletas, las tortillas de bacalao, los quesos, el pollo en pepitoria, el corzo, el ciervo, el rodaballo, y así hasta agotar toda la fauna comestible. Incluso en este caso, valoraré cambiar de médico antes que dejar de ser omnívoro. O sea que ya lo sabéis. Si nos cruzamos por la calle, cambiad de acera. No sea caso que -como Pedro Navaja– esconda «un puñal bajo el gabán» y os acuchille con la misma falta de amor, responsabilidad, compasión y empatía con la que devoro animales.
La presión de los animalistas y los veganos
Y si este tipo de afirmaciones fueran tan sólo la ocurrencia de una persona -en este caso el autor del artículo-, una simple anécdota, pues en eso se quedaría, pero con demasiada frecuencia los no veganos y los no animalistas tenemos que oirnos mentar la madre, y servidor empieza a estar harto. Dejad que aclare que el artículo en cuestión no habla de veganismo, pero sí de la violencia hacia los animales, y se centra en la fiesta (sic) del Toro de la Vega, que dicho sea de paso me parece una barbaridad. Yo sí hablaré de veganos y animalistas, porque muchas veces van de la mano y, en todo caso, he citado ese fragmento del artículo porque me parece representativo de determinada actitud.
La criminología verde se plantea que, por ejemplo, la experimentación con animales con fines científicos -algo que mata animales, pero salva vidas- puede ser considerada un crimen
Por cierto, después de leer el artículo escribí un tuit diciendo lo que me parecía, y el autor me respondió que «en Estados Unidos la criminología verde está muy avanzada, y es todo un referente para los estudios criminológicos internacionales». Sí, habéis oído bien: cri-mi-no-lo-gí-a ver-de. Todos estamos de acuerdo que los delitos ecológicos hay que perserguirlos y castigarlos, pero relacionar que alguien contamine un río o deforeste una selva, con una mayor propensión a desarrollar instintos criminales, no sé, qué queréis que os diga. Entre otras cosas, la criminología verde se plantea que, por ejemplo, la experimentación con animales con fines científicos -algo que mata animales, pero salva vidas– puede ser considerada un crimen. Y por último, las cosas o tienen un valor por sí mismas o carecen de valor. Justificar la bondad de lo que sea con el sosnsonete de que en Estados Unidos tal y cual, pues como argumento me parece pobre. ¿O hacemos la lista de las cosas de Estados Unidos que no quisiéramos para nosostros ni en pintura?
Me parece que tanto el veganismo como el animalismo van por mal camino si su estrategia es la de señalar como psicópatas sociales a aquellos que no comparten sus ideas. Si ambas quieren ser ideologías hegemónicas -y esa es una característica de cualquier ideología- el camino de la seducción y -ahora sí- el de la responsabilidad y la empatía sería mucho mejor. Y aún más cuando hay argumentos de sobra, y también unas cuantas mentiras, para defender el animalismo y el veganismo.
La dieta vegana, los animalistas y los omnívoros
Es verdad que yo como de todo, aunque odio el cilantro, pero también es cierto que de un tiempo a esta parte como mucha menos carne roja que antes. No es nada extraño. Mucha gente ha hecho lo mismo ante la evidencia científica de que una dieta saludable pasa por ingerir más productos de origen vegetal y menos de procedencia animal. Los incrédulos pueden leer el excelente libro de Julio Basulto y Juanjo Cáceres Más vegetales y menos animales.
Del mismo modo, es cierto que una dieta vegana, si está bien planificada y suplementada con vitamina B12, es perfectamente compatible con un patrón de alimentación sano. Exactamente lo mismo sucede con la dieta omnívora, en este caso sin tener que suplementar nada, pues la dieta omnívora es, en este sentido, full equip. El problema de que en algunos estudios los veganos obtengan mejores indicadores de salud es que se les compara con una población omnívora que sigue una dieta desastrosa, basada en comida basura: los populares ultraprocesados.
De todos modos, una ojeada a los datos de consumo alimentario que publica periódicamente el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación muestran algo muy distinto. Si bien es cierto que el consumo de carne ha bajado, no lo es menos que lo ha hecho en porcentajes pírricos (sobre el 1,5%, la última vez que los consulté). Disminución que no recogen los alimentos de productos vegetales frescos -cuyo consumo también disminuye, aunque más o menos la mitad que los cárnicos- sino que lo que sigue aumentando día tras día es el consumo de productos ultraprocesados.
Cuando la mayoría de la población come tan mal como come, y con los problemas de salud pública que esto provoca, y puesto que la dieta omnívora bien llevada es saludable, no creo que merezcamos -los come animales- que se nos trate de criminales en potencia
Y para mi este debate es más importante que el de si comemos o no animales. Otra cosa son, como veremos más tarde, las consecuencias de la produción de alimentos. Cuando la mayoría de la población come tan mal como come, y con los problemas de salud pública que esto provoca, y puesto que la dieta omnívora bien llevada es saludable, no creo que merezcamos -los come animales– que se nos trate de criminales en potencia. O caso amigos veganos y animalistas, ¿no queréis hablar sobre la relación entre dieta y pobreza? ¿Los derechos de los animales son más importantes que los de las personas a tener acceso a una alimentación sana y que puedan pagar?
La falacia de los derechos de los animales
Tengamos clara una cosa. Desde los tiempos del Imperio Romano, el derecho es una construcción humana que sólo se puede aplicar a las personas. Cuando hablamos de derechos de los animales, lo que en realidad estamos haciendo es ponernos límites a nosotros mismos, y establecer cómo debe ser nuestra relación con ellos, lo cual, sin duda, está bien que sea así. No se me ocurre mejor ejemplo de lo que digo que aquello que dicen que puesto que hay que llevar animales al matadero, hay que intentar que el sacrificio se realice de la forma más humana posible. El concepto de muerte humana de los animales es algo que nos interpela a nosotros y que poco tiene que ver con que los animales tengan el derechos de ser muertos con dignidad.
O sea que lo siento, pero los animales no tienen derechos. Ni uno. Somos nosotros los que decidimos no comerlos, no torearlos, criarlos en unas determinadas condiciones y, llegado el caso, matarlos con el menos sufrimiento posible, siempre teniendo en cuenta que matar es matar.
Otro ejemplo. Vamos por la sabana y nos topamos con un león con malas intenciones. Si los animales tuvieran derechos podríamos establecer aquí la discusión sobre qué derecho prevalece, el del león de devorarnos o el nuestro de meterle una bala entre las cejas, en el caso de que fuéramos buenos tiradores. De hecho, algunos millones de años atrás las cosas se planteban precisamente en estos términos. Alguien dirá que en este caso, si decidiéramos disparar al león, estaríamos ante un acto en defensa propia que justificaría la muerte del animal. Claro que la otra opción puede ser dar un rodeo, evitar al animal, ahuyentarlo y decidir respetarle la vida, ya que a lo mejor no estamos muy seguros de nuestra puntería. De ser así, de nuevo somos nostros los que nos ponemos un límite -aunque sea por falta de pericia-, ya que supongo que nadie se plantea que el león tenga un derecho efectivo a devorarnos. A una gacela sí, pero a nosotros no joder. Aunque imagino que habrá quien piense que tampoco está bien que el león se coma a la gacela porque, ¿y los derechos de la gacela? Y os recuerdo que ya hay en el mercado comida vegana para perros y gatos.
Y luego se quejará de la experimentación con animales -salva vidas, insisto- y dirá que no podemos jugar a ser dioses, como si intentar subvertir el orden natural de la cadena alimenticia no fuera precisamente un poco lo mismo
No le hables a un animalista -tan bien educado él- de selección natural, de darwinismo y de la ley del más fuerte. Te hablará del progreso tecnológico y ético del ser humano que le ha llevado a dominar el medio natural, y de la responsabilidad asociada a ser la especie dominante -o sea darwinismo puro- para negar, precisamente, el darwinismo. Y luego se quejará de la experimentación con animales -salva vidas, insisto- y dirá que no podemos jugar a ser dioses, como si intentar subvertir el orden natural de la cadena alimenticia no fuera precisamente un poco lo mismo. Estoy exagerando, lo sé. Pero ya me entendéis.
¿Quiere decir todo esto que me importa una higa que los animales que me voy a comer vivan en una condiciones horripilantes hacinados en granjas de producción masiva de carne, huevos o lo que sea? ¿Y quiere decir todo esto que me importa una mierda el impacto que su cría pueda tener en el medioambiente? Por supuesto que no. Precisamente, porque me los pienso comer quiero que sean críados en las mejores condiciones posibles, libres de enfermedades, con el menor uso de antibióticos posibles -por cierto su uso está muy controlado y se usan muy poco-, que coman lo mejor posible, que crezcan sanos y fuertes, porque sí, porque me los voy a comer. Lo siento. Y como no quiero acabar acusado de nada por un criminólogo verde, también quiero que el hecho de comer un filete no signifique deforestar medio Amazonas ni que las emisiones de carbono de las terneras estabuladas por todo el mundo amenacen con derretir los hielos de los polos en 30 años.
Y no quiero ninguna de estas dos cosas porque tengo derecho a comer alimentos saludables y mis hijos lo tienen a heredar un planeta habitable. Pero son derechos míos -nuestros- no de las vacas. Pero sin duda, cómo producimos aquello que comemos sí es una cuestión importante.
Los veganos no salvarán al mundo
Históricamente, hemos demandado muy pocas cosas a nuestros alimentos. A saber, y no necesariamente por orden de importancia. En primer lugar que hubiera y que hubiera suficiente para todos. En segundo lugar, que fueran baratos, nutritivos y, por último, que no nos mataran, o sea que fueran seguros desde el punto de vista de la seguridad alimentaria. Ahora además, pedimos que sean saludables o sea que además de seguros no nos hagan enfermar, y que tengan nombres y apellidos. Con esto no sólo me refiero a la trazabilidad, sino a que queremos saber quién los produce y cómo, y si es cerca de casa mucho mejor.
Ya que estamos, y sin querer pecar de estadouniditis, hace ya varias años que en EE.UU. los productos de origen vegetal se han convertido en el principal foco de intoxicación alimentaria, según el Center for Disease Control and Prevention. El 50% de las intoxicaciones son provocadas por verduras, frutas, legumbres y coles. Detrás vienen los pescados y los mariscos (6%), y el resto se reparte entre las carnes, los huevos y los lácteos. Sólo hace 20 años, la cosa era muy distinta, y las carnes ocupaban el primer lugar.
La explicación no es muy complicada y está relacionada básicamente en un cambio de hábitos en un doble sentido. En primer lugar, la gente come cada vez vegetales y menos carne, y ya sólo por ese efecto la balanza se puede estar inclinando hacia el otro lado. Y en segundo lugar, ese incremento del consumo se ha producido en forma de verduras y ensaladas lavadas, cortadas y embolsadas que requieren de cierto procesado en casa, y que si no se manipulan bien puede ser un foco para el crecimiento de las bacterias. Dejemos de lado que el sistema de producción de estos embolsados, además, hace complicado detectar los brotes de intoxicación, ya que en un mismo lote puede contener lechugas de distintos productores. Y es que es mucho más importante el cómo se produce lo que comemos que qué comemos.
Por otro lado, hace un par de años, se publicaba un estudio de la Universidad de Oxford publicado en la revista PNAS, que resaltaba el enorme potencial que tendría un cambio de dieta hacia el veganismo si se adoptará a nivel mundial. Según el estudio, la dieta vegana podría ayudar a salvar cerca de 8 millones de vidas hasta el año 2050. El ahorro en dinero, en términos de costes médicos y de mejora de la productividad, se evaluaba en un 885.000 millones de euros anuales. Además, aseguraba que la ganadería es responsable de un 14% de las emisiones de los gases de efecto invernadero -dato que es cierto- y que en 2050, el sector alimentario podría copar el 50% de todas las emisiones, si otros sectores implementan las medidas de recorte que están planteadas en la actualidad, y que se pasan por el forro contínuamente. Un cambio significativo en la dieta podría reducir en un 70% las emisiones de la ganadería y un 63% la del conjunto de la industria alimentaria, según el estudio británico.
Que exista una actividad agrícola y ganadera ayuda a mantener un equilibrio socioeconómico y poblacional entre el mundo rural y el urbano
Pero es que además hay que tener en cuenta que, eliminar el consumo de carne tendrá invetiblemente un impacto económico. Según la FAO, en el mundo hay 1.300 millones de personas que viven de la ganadería, de los cuales casi 1.000 millones son pobres. Y están los veterinarios y la industria farmacéutica… A lo mejor, que exista una actividad agrícola y ganadera ayuda a mantener un equilibrio socioeconómico y poblacional entre el mundo rural y el urbano. Hay zonas de secano, donde la agricultura es complicada, y donde la ganadería es un buen complemento económico para sus habitantes.
Así que un mundo vegano quizás sea una utopía, pero a caso no tanto uno más vegetariano y ecológico. La ganadería ecológica ayuda a mantener el sector rural vivo y contribuye a la conservación de los ecosistemas. Que los animales pasten es una buena medida para prevenir los incendios forestales, por ejemplo. Además, proporciona estiércol para fertilizar los campos y reduce el uso de los fertilizantes químicos. Y eso no lo digo yo, lo dice Greenpeace.
De todas formas, achacar todos los males a la ganadería intensiva tampoco es justo. Hay zonas, que aparecen en los mapas de zonas más contaminadas del mundo, en los que no existe la cría de animales. Y es que la agricultura tampoco es inocua del todo, y el uso de fertilizantes minerales, que aseguran al agricultor una regularidad que el abono orgánico no puede darle, también es el culpable de la contaminación de los acuíferos.
Dinamarca ya produce todos sus productos de origen vegetal mediante agricultura eco, pero hablamos de un país de 7 millones de habitantes. También es cierto que a lo mejor tampoco necesitamos los niveles de producción actuales de la agricultura convencional
Los alimentos orgánicos no son más nutritivos que los convencionales, eso es así, pero seguramente -y con matices- son más sostenibles. Claro que hasta la fecha, los rendimientos de la llamada agricultura orgánica son menores, y la pregunta que cabe hacerse es sí con prácticas de agricultura ecológica seríamos capaces de alimentar un mundo completamente vegano, a pesar de las tierras que dejaría libre la ganadería. Dinamarca ya produce todos sus productos de origen vegetal mediante agricultura eco, pero hablamos de un país de 7 millones de habitantes. También es cierto que a lo mejor tampoco necesitamos los niveles de producción actuales de la agricultura convencional, que genera unos excedentes de entre el 30% y el 40%. Y sobre las producciones locales, dudo mucho que los 7.000 millones de habitantes del planeta se puedan alimentar con productos de Km 0. La cara insostenible de la sostenibilidad. Y de los huertos urbanos -las ciudades tienen por lo general los suelos más contaminados– y de la gente que se hace compost en casa sin tener ni pajolera idea, ya mejor ni hablamos.
Sobre la cuestión del rendimiento hay otra cosa importante. Menos rendimiento quiere decir menor ingreso para el agricultor a igual superfície de tierra cultivada. Ante esto, hay dos posibles soluciones. O se aumenta el precio por kilo de venta al público o se aumenta la cantidad de tierras de cada explotación ecológica. En 2013, en Europa el 48% de las explotaciones convencionales tenían menos de 2 hectáreas. Por contra sólo el 6% de las explotaciones ecológicas tenían esa superfície. No sé si el abandono de la ganadería -de toda- bastaría para cubrir las necesidades de tierras de la agricultura ecológica para alimentar al mundo, y por tanto habrá que seguir desforestando.
Por último está la cuestión importantísima del precio. Hay estudios que aseguran que los sistemas de producción de alimentos mejor adaptados son aquellos más vinculados con el entorno y encaminados a reducir la producción de carne, pero eso también tiene un impacto en el precio, que es lo que acaba determinando que la gente pueda comer. Lo eco es más caro y no alimenta más. Así que la relación coste beneficio no juega a su favor. Es verdad que si le sumamos los costes medioambientales seguro que las cuentas se ajustan más -aunque ya hemos visto que en esto también hay matices-, pero aún así tengo mis dudas. Por tanto, quizás lo más lógico sea un uso racional de los recursos, que sin duda debe incluir la ganadería y el consumo de animales, y optar por una dieta más equilibrada como mucha gente ya ha empezado a hacer.
Idos a pastar
Amigos veganos y animalistas. Los omnívoros estamos tan sanos como vosostros, incluso puede que algunos un poco más, que demasiados os pasáis lo de la B12 por el forro porque además sois quimifóbicos. Podemos y somos tan buenas personas como vosotros, respetamos a los animales tanto como vosotros -aunque nos los zampemos- estamos tan bien educados como vosotros, pero sin duda no damos tanto el coñazo como vosotros. Antropomorfizar a los animales os aseguro que no ayuda a hacer un mundo mejor, más justo y con menos desigualdades en el que todo el mundo pueda vivir con dignidad. Sois unos pijos urbanitas. El problema es que tenéis el ombligo del tamaño de Wisconsin, y la suerte de no pasar hambre. La naturaleza no se intelectualiza. Se vive, se disfruta y sobre todo se cuida.
Anda, idos a pastar un rato o a pedirle explicaciones a la madre naturaleza.
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