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    Copias

    Mary Shelley -hace unos años-  escribió el moderno Prometeo o cómo es más conocida, Frankenstein. La novela va acerca de un doctor suizo, Victor Frankenstein, que crea un monstruo a partir de retazos de otros humanos. No es nada nueva la afición del ser humano de intentar dar vida o replicarla a partir de cosas ya extintas, muertas, o incluso mediante la clonación. Si vemos las experiencias hasta la fecha, el fracaso es estrepitoso. Veáse el caso del mismo Frankenstein, La isla del Doctor Moreau o la gran obra científica Yo, robot . También en el séptimo arte hemos podido comprobar cómo el ser humano está abocado al fracaso en estos intentos de jugar a ser Dios. O que se lo pregunten a John Hammond acerca de su estimado Jurassic Park.

    Aunque el tema que nos trae hoy aquí, el vino, no es exactamente igual al de la creación de vida. Hace poco, en un artículo de La Vanguardia, salía una noticia con este titular: Llegan los vinos de imitación. En este artículo se habla de que una empresa de Colorado, más en concreto Colorado Replica Wine, promete al comprador una experiencia nueva. Vinos increibles a precios económicos.  Prometen la clonación de grandes vinos (en el escrito pone caldos, palabro que aborrezco hasta la saciedad) de precios desorbitados para así bajar su precio y llegar a un sector más amplio. Vamos, lo que vienen siendo los perfumes a diez euros de los lineales. A bien seguro los conocen. No es una cosa que me haya hecho poner el grito en el cielo ni tampoco rasgarme las vestiduras. Más bien lo veo como una quimera. En el mismo artículo, y ahondando en sus teorías, nos cuentan cómo harán estos vinos. Una especie de gincana organoléptica, en la cual resumen a moléculas los procesos químicos que nos aportan aquel u otro aroma. Digamos que serían los romanos de Asterix tratando de copiar la fórmula de Panoramix.

    La empresa Colorado Replica Wine, promete al comprador una experiencia nueva, vinos increibles a precios económicos, clonación mediante

    Entonces, ¿por qué si estoy tan seguro de que este inventillo es un enorme error, que no se pueden copiar estos vinos, sigo dando la murga? Aquí voy con el speach.

    Primero de todo, si habéis leído el artículo, los mismos creadores mencionan que serán capaces de replicar el vino en cuestión en un 90%. Perfecto. Se podría decir que es una tasa de acierto enorme. Sí, pero no. Me vais a permitir que, para explicarme, recurra al símil con Gataca, enorme fábula del séptimo arte, donde la humanidad se permite el lujo de crear humanos con unos perfiles sociales ya marcados en el adn. Es decir, personas modificadas para que en su vida la tasa de acierto sea enorme. Se da el caso, la paradoja, de que uno de los personajes principales (un Jude Law como siempre espléndido) es un chico modificado para ser un atleta de élite. Con lo que no cuenta nunca nadie, lo que el ser humano nunca ve, es el factor externo. Un accidente de coche y una vida truncada por una lesión incurable, y el personaje de Law queda postrado a una silla de ruedas. He aquí ese 10%. Se debe entender que un 10% de este factor, el entorno, es capaz de modificar un vino del todo. Pero voy mas allá.

    El alma. Yo paso de decir la magia del vino, porque eso es muy de Howgarts, y ya no estoy para niños con bufanda que pillan rabietas con calvos insoportables. Para mi el alma es aquello que diferencia a un vino. En ella podríamos tener el factor ambiental, pero para mí hay uno más condicionante, el humano. Esa parte de Gepeto que tiene el viticultor. Sí, Gepeto, el Victor Frankestein de la ebanistería. Pero en este caso, los viticultores serían algo más parecido al cariño del deseo de Gepeto. Ese de insuflar vida a algo, no por soberbia, sino por amor y pasión. Eso son los viticultores. Gente que se pasa de sol a sol durante un año para conseguir transmutar un fruto en un líquido. En esa transmutación es donde ellos ponen el alma. Eso muchas veces se ve reflejado, y es imposible de replicar. ¿Por qué? Lo sé. Simplemnte lo sé. Pero vayamos mas allá.

    Vamos a esos singulares vinos de grandes marcas, de prestigiosas bodegas que cuidan sus viñas para producir, en cantidades desorbitadas, vinos increíbles. ¿Cómo no vamos a imitar ese vino, si es un producto increíble, pero un producto a fin de cuentas? Fácil. El tiempo. Ese incunable que nos sucede a diario y que también afecta al vino. De manera que si un vino está sometido, en una barrica concreta, a unas condiciones de luz, humedad diferentes de las que estaría en otra, si esas barricas, que han sido ellas mismas un ser vivo, ya funcionan cada una de una forma diferente, ¿cómo vamos a imitar el paso del tiempo de todo este conjunto, de esa maravilla que viene a ser un vino añejado?

    El viticultor tiene una parte de Gepeto, con su deseo de cariño, ese insuflar vida y alma a algo por amor y por pasión. Eso es el alma de un vino y algo que no se puede replicar

    ¿Creen realmente que alguien puede imitar las maravillas que se suceden en Hungría, o en las bodegas de Vega Sicilia? ¿Es posible copiar los vinos de mi buen amigo Toni de La Salada? ¿Es posible con los vinos de Jerez, con Poniente, Levante, cotas diferentes…? ¿Creéis posible siquiera imitar un Tío Pepe?

    Tomemos, por ejemplo, la bodega Gonzalez Byass. Hace unos diez meses, puso dos medias botas y un barril de palo cortado en el buque escuela Elcano, para imitar los vinos que hacían la travesía a las Américas. Estos vinos servían de lastre e iban geniales para la navegación. También a los vinos les iba fenomenal, ya que el mar les era favorables. Ahora, Gonzalez Byass recupera esta tradición. Entonces nos preguntamos, ¿este vino acabará siendo tan bueno como aquellos? Difícilmente lo será. Por una sencilla razón. Ahora la travesía dura 10 meses, ida y vuelta. Algo muy parecido a aquella época (no a la proeza realizada por Elcano, que dio la vuelta al mundo). Pero el barco no es el mismo. El actual buque escuela, es un barco estilizado, evidentemente más acondicionado a las actuales comodidades marítimas, cosa que diferencia a la nao o carraca como se le que considera ahora, que llevó a Juan Sebastián Elcano. Todo esto ya es de por sí suficiente para que el vino, que llevaban allá por el 1519, sea totalmente diferente al de ahora.

    Todo esto es para dar a entender que un 10%, en el mundo del vino, dependiendo de cuál sea, es un margen de diferencia enorme. No obstante, tampoco me quiero ir sin dejar esta reflexión. ¿Es importante poder decir que has bebido un vino casi exactamente igual a otro, por un mil por ciento menos de su precio? ¿Realmente eso es lo que queremos? Yo, a título personal, sigo sin probar vinos enormes, porque mi economía no me lo permite y, ojo, sigo tan tranquilo. Es más, si me ofrecieran por 20 euros probar una imitación de un Château d’Yquem, pongamos por caso, prefiero gastármelos un Tokaji más asequible y disfrutar enormemente.