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[ms_dropcap color=»#dd3333″ boxed=»no» boxed_radius=»8″ class=»» id=»»]R[/ms_dropcap]ecuerdo el último jabalí que me trajeron a la cocina hará poco más de un mes. La temporada de caza del jabalí ahora ya ha terminado. Entran despellejados y eviscerados, horas después de haber sido abatidos y tras la consiguiente visita al veterinario que certifica que la carne está libre de triquina y de motivos para no ser consumida.
En otras ocasiones se puede tratar de corzos, conejos o perdices.
Mi trabajo es tocar la carne, despiezarla, cortarla y cocinarla, como se hiciera en Tomates verdes fritos, quizás, pero diferente, siempre con un cadáver.
A veces mi hija está mirando. Oliendo, tocando y observando la carne atentamente, y descubriendo infinidad de cosas acerca de la vida que ese animal tuvo. Podemos saber qué comió. Podemos ver marcas de heridas viejas y nuevas, contracturas, quistes y tumores, fracturas sanadas, segun el olor podemos incluso intuir cuál ha sido su vida sexual y en qué momento de su ciclo hormonal se encontraba en el momento de morir si el animal es una hembra.
Los cocineros trabajamos con cadáveres. Procuro tenerlo siempre muy presente, a veces incluso ayudan los comentarios airados que se reciben por una parte de la audiencia al compartir alguna foto en redes sociales. Si han llegado hasta aquí y se encuentran enfermos de descripciones gráficas, por favor, dejen de leer.
Tocamos la carne por debajo de la piel. Eso es #pornfood o pornfood no significa nada. Y la transformamos del mismo modo que el cura transforma la hostia en misa para que el creyente se la pueda comer, como en la canción de Lax’n Busto (tal com a missa fa el capellà, per tenir-la dins me la vaig menjar). La carne que somos es la carne que nos hemos comido. Como si es carne de lechuga: la lechuga estaba viva o no estaba.
Hay que mirar a la carne a la cara y de frente, muerta. Para que nos importe un poco como fue su vida, para preguntarnos acerca de nuestro papel en ella.
No hay nada vivo que en un momento determinado no muera. La muerte, de hecho, no es problema. El problema quizá es la creencia de que mi calidad de vida es más importante para el universo (porque todo el mundo sabe que el universo se pasa el día pensando en mí) que la de ese conejo, ese pollo o esa vaca hinchada de mastitis y hacinada en un campo de concentración y exterminio trabajando para el hombre-dios veinticuatro horas al día.
Tengo una hermana vegetariana, una viajera couchsurfer china y budista en la habitación de invitados con quien hemos compartido conversaciones riquísimas acerca de la carne y del respeto y tuve años atrás una compañera de piso hinduísta que me tiró una pata de jamón del lote de Navidad por la ventana en un ataque de furia redentora. Aún la echo de menos, a la pata de jamón. Y me considero una ferviente amante de la vida, mientras me limpio de sangre las manos en un trapo de algodón y paso de nuevo el deshuesador por la chaira.
Dicen que decía Ferran Adrià que más vale buena sardina que mala langosta y que la Naturaleza no hace distinciones de rango entre sus criaturas. Así pues, el problema no está en que Mufasa muriese, porque tarde o temprano Mufasa tenía que morir como todo hijo de vecino, el problema está en que Scar se creyese superior a él y lo matase a mala hostia. Y nuestro problema está quizá en que nos hemos creído fuera del círculo de la canción que ganó un Oscar.
Millennials que sienten asco al tocar carne cruda y plástico por doquier. Fiesta sería poder echar nuestros cadáveres a la tierra para ser comidos por los buitres o por los gusanos, lo mínimo vaya, para pretender estar a la altura un poco de lo que la Naturaleza nos ha dado y nos da constantemente. Que la diferencia entre la mierda y el abono viene a ser esa, el plástico. Y el plástico no hace sino dificultarlo todo: el retorno a ese ciclo.
Hay que comer menos carne, dar espacio a una vida digna para todos, para todas las carnes. No sólo la nuestra. Hay que volver a ese ciclo, al equilibrio, cagando leches. Y tenemos que quitarnos los plásticos/filtros de una vez y mirar las cosas como son. Para poder amarlas apasionadamente.
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