ESTOY COMO EN MI CASA
Llegas al restaurante vociferando, no sea que alguien de las otras mesas no se percate de tu presencia. Saludas con familiaridad a quien sea que te atiende, recordando siempre de levantar el tono de voz muy por encima de lo normal. Aunque sólo hayas venido una vez, seguro que se acuerda de ti. ¿Cómo no podría? Bromear con tu camarero es imprescindible. Hazle saber que tienes sed y que te traiga unas cervecitas antes de pedir. Recuerda hablar siempre con diminutivos, que siempre resulta simpático.
Brinda mucho y muchas veces. Que el chín-chín sea cada vez más alto, que te oiga todo el mundo. La camarera tiene cara de cansada. Bromea con ella constantemente cuando pidas otra botella de vino, cuando seas el último a quien le traen los segundos, cuando la veas con tres platos en las manos y se te antoje que te traiga más pan. Seguro que así le animas el día y se relaja. Si te gusta mucho un plato, compártelo con todos los que están en la mesa. Quizás ellos te dicen que no les apetece probarlo, pero lo dicen por vergüenza. Insiste, no te rindas, no aceptes un no. Mételes tu tenedor en la boca si hace falta, seguro que luego te dirán que sí que está bueno, aunque les hayas manchado la camisa.
Relájate, desabróchate el botón del pantalón, repantígate en la silla y quítate los zapatos sin que nadie se entere, pero luego se lo cuentas a todos
Después del café no pueden faltar unos chupitos o unos pacharanes. Relájate, desabróchate el botón del pantalón, repantígate en la silla y quítate los zapatos sin que nadie se entere, pero luego se lo cuentas a todos, no sea que no se percaten de lo a gusto que estás. Alarga las sobremesas hasta que veas que los camareros ya han recogido todas las otras mesas y estén de pie mirando tu mesa de reojo. Tú estás como en tu casa, y aunque ya sean las cinco de la tarde, has pagado y estás la mar de relajado. Lástima que no existan restaurantes donde puedas hacer la siesta, piensas.
LOS TÍMIDOS
Es una celebración especial. Has reservado desde hace un mes y por fin vas a ir con tu pareja a ese restaurante de moda del que todo el mundo habla y nunca hay sitio. Sorprendentemente no está lleno. Bueno, quizás es que hemos venido a las nueve y aún es pronto. Te has arreglado y le has dicho a tu pareja que se comporte y no actúe como un mequetrefe. Por un día que vais a un sitio de categoría, que no te arruine el día con sus salidas de pueblerino.
Os acomodan y os traen una copa con un líquido naranja. Tu pareja te susurra si no se habrán equivocado de mesa, que vosotros no habéis pedido eso. Le dices que se calle y que no te haga quedar en ridículo. El líquido es anaranjado dulce, salado y sabe a alcohol y a tomate. Te recuerda al Dalsy que le das a tu hija, pero abres mucho los ojos y le dices a tu pareja que qué bueno, ¿verdad?. Os traen la carta. Lees con atención y le das patada por debajo de la mesa a tu pareja cuando te dice: ¿pero tú entiendes algo?
Los segundos los traen en platos. Ninguno redondo, pero todos demasiado grandes para la ración minúscula
Escogéis y os traen los platos. Pero no son platos. Tú tienes la comida sobre un trozo de madera y a tu pareja le han traído una ensalada dentro de un tarro de conservas. Os miráis. Tú le fulminas con la mirada y así abortas lo que tiene que decir. Los segundos los traen en platos. Ninguno redondo, pero todos demasiado grandes para la ración minúscula que os han traído. Oye, ¿esto es como el cóctel de bienvenida para abrir el apetito o es lo que hemos pedido? Al final te ríes. La botella de vino ayuda y te sientes un poco más relajada.
Ya ha pasado una hora. El restaurante sigue medio vacío. Miras las caras de los comensales de las otras mesas y todos tienen la misma cara de susto disimulado. El vino te empieza a hacer ver que quizás no hay para tanto. Tu pareja lleva diez minutos buscando con la mirada al camarero. Tiene sed, quiere más vino y no entiende como el camarero no os ha dejado la botella en la mesa. Se está empezando a cabrear y ya no intentas apaciguarlo, sino que empiezas a entenderlo.
Los postres os los sirven en una cuchara y cuando tu pareja te dice que cuando lleguéis a casa se va a hacer un bocadillo de lomo con pimientos, piensas que le pedirás que te haga la mitad para ti. Has hecho muchas fotos, eso sí. Por una vez que vienes aquí, que se entere todo el mundo.
GENTE QUE COME ENFADADA
Tu padre os ha invitado a comer. A la una, un domingo. Tu padre tiene siempre prisa. Cuando era más joven era el primero en alargar las sobremesas e invitarte a un buen whisky, pero desde que se ha jubilado tiene una prisa constante, nada es demasiado rápido. La última vez que comisteis todos juntos acabó con la esposa de tu hermano diciéndole que no volvía a comer fuera con sus padres nunca más.
Tu madre es todo sonrisas con vosotros, pero trata a los camareros sin mirarles a los ojos. Te sientas y tu madre sigue de pie. Ay. Que por qué no les cambian de mesa, dice. Vuestra mesa está en un sitio demasiado oscuro. Quiere la de la ventana. “Señora, esa mesa está reservada”. Bueno, pues la última vez nos pusisteis en la de la ventana y no entiendo porque ahora nos tratáis así, comenta como si fuera la cosa más natural del mundo. Me cago en mi puta vida, piensas para tus adentros. Tu hermano y su mujer no se han enterado. Mejor, que no quieres que te dejen sólo.
Notas el repiquetear debajo de la mesa. Es el pie de tu padre. Tu hermano y tú os miráis con expresión compungida. Oh no, otra vez no
Los primeros llegan rápido. Tu sobrina no tiene ni un año y por fortuna es el centro de atención. Tu madre sólo quiere cogerla en brazos, tu padre observa la escena con expresión relajada y tu hermano y tú podéis charlar de cuatro cosas mientras esperáis los segundos. Notas el repiquetear debajo de la mesa. Es el pie de tu padre. Tu hermano y tú os miráis con expresión compungida. Oh no, otra vez no. “Sí que tardan, ¿no?”. Han pasado sólo diez minutos desde que se han llevado los platos vacíos de los primeros. “Pst, oye, ¿te acuerdas de nosotros?” Bebes sin darte cuenta que ya llevas media botella de vino. Esto acabará mal, piensas. Tu hermano no puede seguirte el ritmo por la niña y te mira con envidia.
Pasan cinco minutos y traen los segundos. Naturalmente a tu padre no le han traído el suyo. “Empezad, eh, que se enfría”. Nadie coge el tenedor. Tu padre mira al plato, resopla y busca al camarero. “He dicho que empecéis”. Cuando el camarero llega con su plato, respiras aliviado. Tu padre os pregunta si queréis postres y no puede disimular la expresión contrariada cuando respondéis que sí. Él pide que le traigan el café junto a los postres.
Naturalmente no ocurre así. Vuelve a pedir el café y cuando todavía estamos comiendo los postres nos pregunta si queremos café. Pide los cafés para todos junto a la cuenta. Naturalmente tampoco ocurre así. Llega el momento de aplacar su ira. “No te puedes poner así cada vez que salimos a comer, el restaurante está lleno, los camareros van de bólido, la comida estaba toda buenísima, relájate por el amor de dios”. Nada surge efecto. Tu padre es de esa gente que está convencida que si paga, tiene sus derechos. Son las dos y media cuando salís del restaurante. Cuidado con esta gente, que son legión.
INVITADO
Te han invitado al famoso restaurante Tal. Todo es maravilloso. El servicio, la presentación, el equilibrio de la carta, la magnífica oferta de vinos, la exquisitez de los platos, la cuidad decoración del local. Sólo por la liebre a la royale, ya debería valer la pena venir una vez al año a comer aquí. Así tendría que ser el ejemplo estandarizado de todos los restaurantes con nombre del país. Una jornada excepcional.
PAGANDO TÚ
Vas al famoso restaurante Tal. Habías hablado tan bien de este sitio que cuando tus amigos te propusieron venir, no pudiste decir que no. Llegan las croquetitas y el pan tostado a modo de bienvenida. Una por cabeza, solo. Intentas hacer memoria y crees que cuando viniste invitado eran dos o tres por comensal. Y encima os hacen esperar cinco minutos antes de que vengan a anotaros la comanda. La carta sigue igual que hace seis meses, cuando viniste por primera vez. Ahora no sabes si han subido los precios debido al éxito o si ya estaban así. Tendrías que haber venido a principios de mes y no cuando ya casi no tienes un duro y todavía quedan seis días para el día de cobro.
Preguntas si alguien quiere compartir primeros, pero te responden que no, que todos prefieren escoger su propio plato. Punzada en el estómago. Alfredo, el que sabe más de vinos, se hace con la carta de bebidas. No me jodas, Alfredo, ahora no vayas de experto que sólo has hecho un curso de cata de once horas, piensas para tus adentros. Alfredo elige y tu contrapropuesta, el tercero más económico, queda rechazada por unanimidad. Jodidos sibaritas.
Dices que no tienes mucha hambre y te estás comiendo una puta ensalada con flores, trozos de frutas exóticas y cosas que crujen
Te has pedido una ensalada para empezar. Dices que no tienes mucha hambre y te estás comiendo una puta ensalada con flores, trozos de frutas exóticas y cosas que crujen. Bebes pero sin pasarte, no vaya a ser que Alfredo se anime y quiera demostrar cuánto sabe. Llegan los segundos. La liebre a la royale está buena, pero crees que te han traído menos cantidad que la última vez. Y la salsa no está ligada como debería. Y sabe demasiado a chocolate. Y es demasiado oscura. Y no está todo lo caliente que debería. Y la carne de la liebre está demasiado deshilachada. Y fijo que no es libre, seguro que es conejo. ¡Qué hijos de puta, me están timando! Alguien dice que no es de postres, pero que hoy es un día especial y Alfredo dice que ya le ha echado el ojo al carro de los quesos. La punzada en el estómago ya es perenne. Los cabrones de tus amigos te acaban de arruinar el día y el fin de mes. La próxima vez que les hables de un restaurante para ir todos juntos será un chino de barrio, que ya sabes que no superará los veinte euros por cabeza.
LOS DEL GREMIO
Rodéate de buena gente, que haberlos haylos, porque las envidias, los celos y las pretensiones entre los del gremio son una cosa muy común y que asusta. Si no estás convencido que son buena gente, mejor ir a comer con pareja, amigos y familia. O hasta con un vegano.
LOS ENTENDIDOS
Cuidado con estos que cada vez hay más. Son como una plaga. Les ha entrado el gusanillo por la cocina y han convertido de este hobby una obsesión. Saben quién es Brillat Savarin, conocen las reacciones químicas de los procesos de cocina y hasta te pueden decir los cinco platos que no debes dejar de probar cuando comentas que tienes que ir por trabajo a Lietchenstein. Su librería de libros gastronómicos compite con los de La casa del libro y guardan recetas antiguas como oro en paño.
Quizás han hecho hasta un par de cursillos de cocina, pero cuando te lo cuentan sin que tú se lo hayas preguntado, te dirán que era un curso demasiado básico, enfocado sobre todo a principiantes. Hijo de puta, habla como si fuera Arzak, pensarás. Cuando estés leyendo la carta te recomendará platos por si no los has probado y hasta te dirá la historia de un par de ellos, naturalmente sin provocación mediante.
Recomiendo que le cuentes alguna desgracia familiar. Nada de dinero, más bien de salud. El tema del cáncer suele funcionar para callar a estos bocachanclas
Tendrá la tentación de explicarte que tiene un blog por lo que deberás reaccionar rápido. Recomiendo que le cuentes alguna desgracia familiar. Nada de dinero, más bien de salud. El tema del cáncer suele funcionar para callar a estos bocachanclas. Y si no, invéntatelo o te estarán dando la paliza toda la comida. Pero no te relajes. Tarde o temprano sacarán a relucir los nombres del Noma y de Ferran para contarte una puta anécdota sin ningún tipo de gracia.
Con toda la naturalidad del mundo, como si el primero fuera la tasca del barrio y el segundo el vecino de enfrente de casa de tu madre. Luego, fijo que encontrarán dos o tres defectos por cada plato y te soltarán el rollo de cómo se hace según la tradición y cómo ha evolucionado la receta a través del tiempo. Mira, ¿sabes qué? Lo mejor que podrías hacer es como yo hice en una reunión de exalumnos de bachillerato. Di que tienes el coche mal aparcado y no vuelvas, y que le den. No seáis insensatos, huid de esta gente y no miréis atrás.