Etiqueta: cocineros

  • Los héroes

    Los héroes

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    La boda

    [ms_dropcap color=»#dd3333″ boxed=»no» boxed_radius=»8″ class=»» id=»»]S[/ms_dropcap]

    ábado. Son las 10 de la mañana. Hoy toca boda en Sitges, y voy de maître con la brigada. Catering nuevo, sin experiencia. Están nerviosos. Nos toca salvar los muebles. Nuestra pandilla de camareros se distingue por eso. Nada que ver con las eteté que mandan lo que llamamos camareros paquete porque no sirven ni para estar escondidos. Nosotros somos como el señor Lobo de Tarantino.

    Entorno entre pinares, boda al aire libre, lugar idílico. La responsable del catering está nerviosa. Le han hablado maravillas de nosotros. Cojo la hoja de servicio, hablo con la wedding planner, me presento al equipo de cocina, localizo a los huesos duros y los encargados de medio pelo. He de conseguir que coman de mí mano. Nos ponemos manos a la obra. Por no tener experiencia, aportamos la nuestra y salvamos los muebles. Me pongo al servicio de los novios, atiendo sus peticiones y en la sombra, con mi equipo, hacemos que todo funcione.

    Paella popular

    Domingo de octubre. Hace frío. Son las 9 de la mañana y vamos camino de Corbera. Hoy toca divertirse. Es la comida de los mayores del pueblo y toda la pandilla de camareros nos reunimos para servir una comida popular con un catering de estos de paellas gigantes. Son servicios divertidos y entrañables. Nos dividimos el pabellón deportivo, donde se realiza el evento. Un equipo irá con el responsable de la pandilla, el otro con su hermana, la administradora. Él se queda con los buenos, ella con los medio buenos y conmigo. Empieza el pique. Cojo a mis medio buenos y tiro del carro hasta que nuestra parte del pabellón se sirve más rápidamente y hemos de ir a ayudar a los del otro lado:

    -Ya qué no llegáis, venimos a ayudaros.

    600 o 700 ancianosme quiero sentar con la Paqui, niño no tengo pan (señor se lo ha guardado su señora en el bolso, no sea miserable), más vino, ¿puedo repetir de profiteroles? Claro, repita conmigo…P.r.o.f.i.t.e.r.o.l.e.s!-, con alcalde, tenientes de alcalde y responsables varios, orquesta y menú de tira millas que nos vamos. El equipo de los buenos busca justificarse: estamos más lejos, nos han tocado las mesas complicadas. Los medio buenos nos reímos de ellos. Somos los campeones. Ha sido como echar un partidillo entre colegas en una hermandad.

    Camarero de barra

    San Valentín

    Miércoles 14 de febrero y desde el lunes ya no trabajo en la empresa debido a diferencias con el nuevo director operativo. Llevaba dos años con ellos, en tres locales distintos, dando el callo y poniendo toda la carne en el asador.

    Me han echado, sí, pero ese miércoles, un día de San Valentín, todas las reservas son, evidentemente, de parejas. El director operativo está en la mierda. Han puesto a un encargado que no vale para nada y la segunda menos aún. El personal que tiene descanso se niega a venir a trabajar por la actitud del director y sus formas. Están sólo el director y los dos encargados. Hay que salvar el servicio sin que el propietario se entere de lo que está pasando. No hay camareros.

    A pesar de mis diferencias y de haberme echado, me presento voluntario. Le digo al director operativo que ese servicio gratis y sin contrato le va a costar una cena para dos a todo trapo en este mismo local, a 60 euros de media el cubierto.

    Llego a las cuatro de la tarde, miro el libro de reservas: 46 personas y subiendo. 23 mesas de 2. Todas las peticiones son mesas íntimas, en buenos rincones.

    Me pongo a cambiar todo el comedor, con el encargado para conseguir que sea un restaurante para parejas. Muevo sofás, sillones, mesas de aquí allá, pongo velas, reestructuro los números de mesa, hago un par de mapas de la nueva distribución que coloco estratégicamente en el pase de cocina para que no se pierda nadie.

    Me voy a las seis y vuelvo a las ocho, vestido de civil por si se presenta una inspección de trabajo. Me niego a coger mesas y me colocó en el pase de cocina. Hoy soy yo el director de orquesta.

    Divido el comedor entre el primer encargado y el segundo. Al director lo pongo en puerta, barra y cócteles. Todo es suavidad, ya no hay diferencias, y en sus ojos se adivina la sorpresa por ese favor, cierta misericordia por el marrón que tiene.

    Canto vales a cocina, observo sus tiempos, intento que los chicos no se pongan nerviosos. El chef está en Andalucía de vacaciones, el segundo de cocina va un poco a su rollo y no sabe mandar correctamente, súmale un par de tipos nuevos con cinco días en su puesto.

    Ya me hago yo cargo de todo. Servicio impecable. Más de 60 comensales, ni un grito ni una queja de ningún cliente.

    A las once y media salgo por la puerta, la grande, no quepo por la pequeña de orgullo. Cocina me felicita y agradece que haya estado allí. El director y los encargados no tienen palabras, aunque llegan tarde, pero a otra cosa.

    Mi pareja me echa la bronca. Me llama idiota. No lo entiende. Y la cena gratis no me vaya a pensar que le va a saber a gloria después de como me han tratado.

    Música electrónica

    Música electrónica

    Domingo de junio. Nuevo trabajo. Estoy en pruebas para dirigir una nueva apertura de un restaurante. La empresa me ha mandado a un evento de música electrónica dónde han montado una barra de comida y bebida. Me toca la parte pequeña del evento, el segundo escenario. Llevamos tres días comiendo polvo, en un espacio inadecuado, con una cocina de campaña, haciendo pizzas, hamburguesas, fingers de pollo como buenamente podemos, con un cocinero veterano que protesta por todo, un encargado de línea que se marcha de la empresa en breve porque no quiere hacer eventos por compatibilidad horaria familiar, y tres chavalillos sin experiencia que ponen empeño y ganas. Tiro yo del carro, no pasa nada.

    El último día me recortan personal. Los dos días anteriores la previsión de caja no ha ido como esperaban y el encargado de línea no se presenta a trabajar. Me hago yo cargo. Arengo a los chavales y nos ponemos a remar juntos. Quintuplicamos la caja de días anteriores. Somos tres menos. Me pongo al mando de las freídoras y el horno de las pizzas. Tiro millas. Cierro una de las dos cajas. Uno cobra, el otro ensambla y expide pedidos. El cocinero protestón, resoplando, yo riéndome y buscando que se ría conmigo. Estamos en la mierda, la cola es impresionante y parece que no llegamos. Pero al final lo conseguimos. Queda lo peor. Estamos reventados, más por el estrés que por el trabajo en si, pero nos hemos organizado bien. Hay que desmontar el evento, cargar la furgoneta con las barras, hornos, mesas de trabajo.Nos dan las tres de la mañana, llevamos allí desde las once sin parar.

    Camareros

    El oficio de camarero

    Mi pareja insiste en qué soy gilipollas. Yo le insisto que hay muchos trabajos en Barcelona de camarero, pero encontrar los buenos y que todos quieran trabajar contigo es difícil. Hay que hacerse un nombre a base de empeño.

    Evitar salir todos los días de juerga con los compañeros, por higiene mental. Es fácil darse a la jarana y el mamoneo. La cocaína y el alcohol están a la orden del día. Los gritos, las peleas en según que casas también.

    Ser el primero y dar ejemplo. Ser juicioso, no dejar tu formación atrás. Querer saber y aprender cada día un poco más. Es un oficio apasionante con un montón de posibilidades para llegar más lejos.

    Yo

    Me llamo Roberto Pintado, llevo 22 años en la hostelería y hubo un momento de mi vida en que me planteé si quería seguir tirando cañas en la barra de un bar cualquiera, con 45 o 50 años, con la nariz reventada por la cocaína, el hígado destrozado por el whisky, los ojos tristes por un segundo divorcio -e hijos que ni me respetan-, las rodillas castigadas por la cantidad de horas de pie, las lumbares destrozadas por mover cajas de refrescos o barriles de cerveza. Y me dije que no. Que ese no era un bonito futuro.

    Me he alejado de malas casas, y siempre intento evitar las noches sin freno y los servicios de resaca en que sólo esperas que den las cuatro de la tarde para meterte en la cama una hora antes del segundo turno en la noche.

    Durante los cinco años que estuve los fines de semana haciendo lo que llamamos bolos -ir de casa en casa, de apoyo-, conocí buenos y malos restaurantes. He vivido gritos, y me he tenido que cuadrar y defender a los míos cuando algún espabilado se le subía a la chepa en marisquerías de postín o caterings de altos vuelos. Camareros y maîtres old school que te la metían doblada y te dejaban en la mierda ya que tú eres el extra y cobras más que yo.

    Me he ganado el respeto de cocineros, tomándoles la medida antes de empezar cualquier servicio. Sabiendo a quién y cómo me he de dirigir. Hablando con propiedad y siendo un buen profesional. He frenado a compañeros cuando he visto que tal o cual chef necesitaba cierta mano izquierda y tablas. Dirigiéndome yo a ellos poniendo y resaltando superlativamente la palabra chef –chef podemos pasar esto, chef permiso para levantar y pasar segundos, chef necesito este plato que no ha salid-, y evitando que nadie más le hablara o pusiera aún más nervioso.

    He recibido buenas y malas críticas en internet, algunas infundadas, otras fundadas. He conseguido una mención en una lista del The Guardian, en una casa que trabajaba, por tener uno de los diez mejores menús de Barcelona.

    A base de empeño, he conseguido ir incrementando mi escala salarial, de las 125.000 pesetas que cobraba cuando empecé, hasta los 2.000 euros largos a los que cotiza mi currículo actualmente en Barcelona ciudad. Soy director operativo, director de F&B o llámenle como quieran.  Asesoro restaurantes, hago mistery shopping, y les paso informes. Me llaman para pedir consejo e intento hacer networking siempre que puedo. Junto cada cierto tiempo en una mesa a cocineros y camareros. Amigos, en definitiva, para conocer otras casas, poner cosas en común y hacer de terapia con unas risas y buena comida.

    Les Deux Magots

    El futuro de mi oficio

    Hay otro futuro más allá de las noches que no acaban. Levantarse a las once para entrar a las doce, con el cuerpo a medio gas y un dolor de cabeza insoportable, teniendo que meterte un viaje de Espidifen y Enantyum para seguir un día más. Hay otro futuro más allá de restaurantes de gritos y horarios interminables. Hay más futuro del que te imaginas. Hay buenas casas, hay buenos compañeros, pero como canta Enrique Bunbury:

    Derrumba los muros, abre las puertas, deshazte los nudos, que te sujetan
    Rompamos barreras, cortad ataduras, que tanto te alejan, de aquello que buscas
    ¿Qué decides? ¿Qué prefieres? Tú eliges, qué.
    Si vas convencido, a la celda que quieras, esa es tu apuesta, y ahí mismo te quedas
    Ignora fronteras, no hay ni una de ellas, que merezca de veras, la pena”

    Reivindicar la sala, la buena sala, y ser un buen profesional, cómo defienden Abel Valverde de Sant Celoni (Madrid) y Didier Fertilati es maître en Quique Dacosta (Dénia). Sentirte orgulloso de tu trabajo y poner empeño en hacerte respetar, no tolerar ciertos horarios ni ambientes tóxicos. Cambiar de casa cuándo sientas que ya no puedes aprender más o abandonar el servicio quitándote el mandil cuando consideres que has elegido mal, y empiezas en una casa de locos al tercer grito y segundo insulto sin temor a nada.

    No es una mala profesión. Me he pasado años identificándome como camarero, que es lo que soy, observando ciertas caras de desdén, pero nunca me he arrepentido de mi elección. Talvez de alguna mala decisión. No estoy de paso. He venido a quedarme porque me gusta lo que hago. Así que, estimado lector, si vas a meterte en este oficio, ten claro si vienes de paso o quieres dejar huella. Y para dejar huella tampoco hace falta que te den el Gueridón de Oro al mejor maître del año. Basta con ganar un buen salario, en un buen ambiente y para mí, lo más importante, tener tiempo libre para gastarlo con amigos y con la familia. O visitar otros restaurantes para ver lo que hacen. O mejor aléjate de ellos, en tu día de descanso, y disfruta de los tuyos.

  • Los antihéroes

    Los antihéroes

    [ms_divider style=»normal» align=»left» width=»100%» margin_top=»30″ margin_bottom=»30″ border_size=»5″ border_color=»#dd3333″ icon=»» class=»» id=»»][/ms_divider]

    [ms_dropcap color=»#dd3333″ boxed=»no» boxed_radius=»8″ class=»» id=»»]E[/ms_dropcap]s muy difícil describir porque unos compañeros de trabajo, unos compañeros que nos esforzamos hasta la extenuación para que el barco funcione, unos compañeros que antes y después de nuestra jornada laboral nos permitimos tomar unas cañas, unas risas y unos dancings, tengamos durante unas breves horas un odio tan extremo que llega hasta el punto de desearnos la muerte mutuamente.

    Estoy hablando, sí estimados lectores, de la relación entre cocineros y mis queridos putos camareros. Queridos por que los quiero con locura. Es gente que sufre a mi lado las toneladas de horas que por norma nos comemos los de la hostelería. Y putos, porque durante las tres o cuatro horas que acostumbra a durar un servicio, se convierten en seres despreciables, en enemigos de la cocina, en chusma de la buena, en…en…en.

     

    ¡¡¡NO LOS PUEDO NI VER!!!

     

    Después de esta tímida entrada, vamos a intentar desgranar el por qué de esta dulce y cáustica relación.

    El final

    Empecemos por el final, ahora que están muy de moda este tipo de escritos en la movida esnob literaria.

    Había sido un servicio duro, bueno duro, de esos que se te va de las manos y acaba como el rosario de la aurora. Todos los currantes del restaurante estábamos en los vestuarios semi-triturados. Una vez todos en pelotas, era fácil, por el hedor corporal, adivinar en qué zona nos habíamos movido. El sector de colonia barata con tintes y aromas agrios de sudor dejaba entrever que era la peña de sala. Por otro lado, estábamos los del sector más tóxico, el del sudor, sangre, pescado, chocolate, hollín y ese toque sutil a crema catalana.

    Nos acercamos a un momento de gran camaradería donde los cocineros, conscientes de nuestros vapores, pedimos a los camareros «mucho más femeninos», que nos pasen sus botes de perfume. Justo en ese momento los dos grupos, ya con toda la ciudad durmiendo, salimos a romperlo todo. Unos oliendo a suciedad y los otros oliendo a cocineros.

    ¿La ciudad duerme? No, siempre hay algún tugurio donde meterse. Después de arrasar con todos los lateros que ya nos esperan a los pies de Arc del Triomf, nos dirigimos a un pequeño bar cercano a la estación de autobuses, donde a menudo no es fácil encontrar un rincón donde meternos para beber y comentar la jornada. ¿Por qué siempre los alrededores de las estaciones de autobuses son tan tristes? Como ejemplo, ese bar constantemente repleto de mendigos, borrachos, drogatas y viajeros al país de nunca jamás.

    Oliver Benet Arnau

    Salimos de allí y vamos como flechas al Diniester-Club, una puta mierda de discoteca, pero que tiene la particularidad de estar todos los días abierta. Mientras bailamos y nos codeamos con las chicas mugrientas que nos rodean, aparece la primera nota discordante. ¿Os parece que ponga un ejemplo?

    Ejemplo 1

    Protagonistas: Manolillo el camarero. Jenny, la chica.

    Jenny: Ei, ¿qué tal?. Qué guapo eres. ¿Cómo te llamas?
    Manolillo: Manuel, tú sí que eres guapa.
    Jenny: ¿A qué te dedicas?
    Manolillo: Soy camarero de un gran restaurante.
    Jenny: Qué guay, te dejo que se me quema la casa. Ciao.

     

    Ejemplo 2

    Protagonistas: Pepito el cocinero. Vicenta, la chica.

    Vicenta: Ei, ¿qué tal? Qué guapo eres. ¿Cómo te llamas?
    Pepito: Pepe, tú sí que eres guapa.
    Vicenta: ¿A qué te dedicas?
    Pepito: Soy cocinero
    Vicenta: ¿Follamos?

    Señoras y señores míos, aquí viene unos de los males de nuestra a menudo terrible relación. Mientras los cocineros, por bien o por mal nos hemos convertido en unos auténticos ídolos, nuestros compañeros de viaje, se han quedado con el caramelo en la boca. Se han convertido en los antihéroes.

    Oliver Benet Arnau

    El principio

    Los que trabajamos en grandes restaurantes tenemos claro que nuestro día a día es como una final de la Champions, cada día hay que hacerlo perfecto. El ayer no sirve de nada ¿Ayer lo hicimos bien? ¡Guay!, pero hoy tiene que ser igual o mejor, por lo tanto el nivel de estrés es perenne.

    Jordi, Salsas y yo, ya hacía una hora que estábamos en plena mise en place. Mientras Jordi se peleaba con el encendido de las brasas, Salsas y yo nos repartíamos las tareas de la zona de pase y del cuarto frío respectivamente. Hoy, aparte de tener el restaurante lleno, se nos juntaba en plena hora punta una mesa de 40 personas, que no sé qué cojones celebraban. Este grupo tenía un menú especial que consistía en una degustación de primeros platos que ya la estábamos preparando, y un plato principal con diversas opciones a elegir. Nosotros, ya nerviosos, estábamos a la espera de que llegara el primer camarero, que encendiera el puto ordenador y nos cantase los principales, que con anterioridad los clientes ya habían decidido. Eso nos facilitaría mucho el servicio.

    Arrastra el alma, nos cuenta que ayer lo atracaron al salir del restaurante y se ha tenido que pasar toda la noche en la comisaría de los Mossos para hacer la denuncia, y que lo ha perdido todo

    Una hora antes de abrir el restaurante, aparece James, llega tarde, le echa la culpa al metro, ¡Me cago en su madre!! Cada día lo cojo yo, y nunca me ha pasado nada. Arrastra el alma, nos cuenta que ayer lo atracaron al salir del restaurante y se ha tenido que pasar toda la noche en la comisaría de los Mossos para hacer la denuncia, y que lo ha perdido todo. Nosotros nos creemos la mitad.

    Nos empieza a explicar su vida y lo cortamos rápido -¡qué cojones nos cuenta!- que encienda el ordenata y nos diga cuántos entrecots han pedido, cuántos atunes y cuántas entrañas. Nos ofrece café, nosotros resoplamos, pero se lo aceptamos, necesitaremos en este servicio una gran dosis de cafeína.

    Faltan 10 minutos para abrir y los gilipollas ya dejan entrar a una pareja de chinos. ¿Cuántas veces les tenemos que decir que no dejen entrar a nadie hasta la 1 en punto?

    No encuentra el correo electrónico que mandó el cliente. Llegan más camareros, discuten entre ellos, el tiempo se nos echa encima. Empiezan a salir chispas, pero les dejamos por imposibles.

    Faltan 10 minutos para abrir y los gilipollas ya dejan entrar a una pareja de chinos. ¿Cuántas veces les tenemos que decir que no dejen entrar a nadie hasta la 1 en punto? ¡Esos 10 minutos son vitales para nosotros! Lo tenemos todo controlado, pero todo hecho una mierda y empantanado. En esos 10 minutos, aprovechamos para limpiar, dar un último repaso a la plaza, ir a mear, hacer el último cigarro…. Dios…. Ya empezamos mal.

    Oliver Benet Arnau

    El servicio, pese a todo, empieza rápido y fresco, todo controlado, los clientes entran y son atendidos rápidamente, las sartenes, cuchillos, hornos van a toda pastilla, pero sin estrés aparente. Me empiezo a fijar en los putos camareros, un poco saturados y ya empiezan con sus trucos que nos joden a base de bien. Piden la comanda y no nos la cantan, se la guardan, así ganan tiempo, sirven la bebida y ahora sí, nos la marchan, por lo tanto nosotros empezamos a tener un alud innecesario de comandas que empieza a incomodarnos. Por su culpa la cosa se mepiza a torcer. Me cago en la puta, ¡tan bien que íbamos!

    Entra el grupo de 40, y empieza a tambalearse la sala y detrás vamos nosotros. Cagadas con los puntos de la carne, equivocaciones con los pedidos, que si ahora un cliente quiere kétchup, que si el niño quiere un yogur de fresa, que si me puedes calentar en el micro el biberón de la mesa 7…. ¡Idos a cagar! ¡Aquí no hay quien trabajeee! A mí me están machacando en el cuarto frío con los postres, todo son cagadas y excepciones, y con tanta boludez me es imposible ir a ayudar a mis otros dos compañeros que se están dejando la vida entre fuegos, brasas y vapores.

    Así es nuestro día a día, en la relación camareros-cocineros en mi restaurante. Hoy salió bien, no ha habido violencia, más de una vez se ha llegado a las manos.

    Pero hoy, pese a todo, ha ido bie. Nos volvemos a poner las colonias y nos vamos a romper la noche de Barcelona todos juntos.

  • La cocina como arte

    La cocina como arte

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    La cocina es un perfeccionamiento de la alimentación,

    la gastronomía es un perfeccionamiento de la cocina misma.

    La alimentación es inseparable de la imaginación.

    Un festín en palabras, Jean-François Revel

     

    El arte es una actividad humana consciente capaz de reproducir cosas, construir formas o expresar una experiencia, si el producto de esta reproducción, construcción o expresión puede deleitar, emocionar o producir un choque.

    Wladislaw Tarkiewicz, Historia de seis ideas (1976)

     

    [ms_dropcap color=»#dd3333″ boxed=»yes» boxed_radius=»8″ class=»» id=»»]L[/ms_dropcap]as procelosas aguas de la reflexión sobre lo que es arte y lo que no, y si la cocina y los cocineros o algunos cocineros y alguna cocina pueden ser considerados artistas y arte respectivamente han sido surcadas por otros capitanes -y más expertos que yo- en otras ocasiones. De hecho, lo que viene a continuación es la puesta al día de algo que escribí ya hace mucho tiempo, cuando yo era un bloguero novato con ínfulas y publicaba Homo Gastronomicus.

    La inquietud surgió entonces después de leer un libro que si ya era viejo ni decir que ahora pertenece al pleistoceno. Se trataba y se trata de Comida para pensar. Pensar sobre el comery que a su vez tenía su razón de ser en la invitación que recibió Ferran Adrià para participar en la Documenta 12 de Kassel, uno de los eventos artísticos más importantes del mundo. Este hecho por sí solo, y aunque una sola flor no hace verano, podría zanjar de un plumazo el debate, y este artículo, y llevarnos a decir que rotundamente sí, que la cocina es arte, ya que nunca antes alguien que no practicaba ninguna de las disciplinas artísticas tradicionales, por decirlo de algún modo, había sido invitado a participar en una demostración artística y mucho menos a una de esa envergadura.

    “Estamos en un momento crucial de mi carrera profesional y esta exposición ayudará a entender mi lenguaje expresivo”

    ¿Qué artista creen que dijo estas palabras? Pues, oh sorpresa, fue Quique Dacosta que, en la primavera de 2016, y en el MuVIM de Valencia, realizó una exposición que llevaba por título Paisajes transformados. Y Dacosta añadía:

    “La perspectiva que han dado a la exposición no es puramente gastronómica, sino fundamentalmente artística. Han extraído la parte más inspiracional y conceptual de los platos y la han mezclado con la parte creativa. Las obras comestibles del restaurante entran en el museo como conceptos que crean un lenguaje en el que participan otras disciplinas”.

    Y Quique Dacosta remataba la presentación de la exposición con estas palabras:

    Paisajes Transformadoses un paso más en la expresión artística de mi obra, el fruto del ejercicio de comunicarla desde mi propio lenguaje, trascendiendo al espacio natural para el que he nacido, la cocina y la mesa”

    Pero claro, las cosas nunca son tan fáciles y cabe preguntarse cosas como si, ¿vale todo esto por sí solo para considerar la cocina como arte? O sí, ¿el hecho de que un cocinero en concreto fuera el invitado a participar en la Documenta o a mostrar su «obra» en una exposición museística, le otorga a él y sólo a él el estatus de artista?

    Desde que escribí esa primera reflexión, he podido hablar con algunos cocineros sobre el tema y preguntarles directamente su opinión. Quique Dacosta al margen, todos sin excepción me respondieron que no. Que ni la cocina es arte ni ellos artistas. Incluso se lo pude preguntar al propio Ferran Adrià, y su respuesta fue que no, aunque su argumento fue curioso. Me dijo que no, porque los cocineros «no participan del circuito del arte». No, claro. Los cocineros no participan del circuito del arte del mismo modo que no participan del circuito de los músicos de rock, aunque se pueden establecer anologías entre unos y otros más que evidentes. Incluso hubo un cocinero que me dijo que ellos no eran artistas, que eran artesanos, y que la cocina era, por ende, una artesanía. Bien, en ese caso, los museos de medio mundo están llenos de artesanía que nos cuelan como arte. Para serles sincero, creo que noté cierta vergüenza en los chefs a la hora de rechazar la posibilidad de ser considerados artistas, como si les diera reparo que se les pudiera poner al mismo nivel que Dalí o Picasso. La de cocinero no ha sido una profesión que haya gozado siempre de la mayor de las consideraciones sociales. Quizás sea eso. Claro que la de artista tampoco, y básicamente por los mismos motivos Algo de eso apunta el creativo publicitario Toni Segarra, en una entrevista de Cristina Jolonch, para La Vanguardia. Por cierto, la entrevista -aparte de excelente- es reveladora para el menester que me ocupa hoy.

    Pero claro, si el objeto mismo de la cosa, o la mitad de él, se posiciona tan claramente a favor de que los ni cocineros ni cocina forman parte de lo artístico, una vez más, polémica zanjada y punto y final a este artículo.

    Aunque, el 15 de febrero de de 2012, en la web de El Mundo aparecía la noticia de que el restaurante Tristán en Portals (Mallorca), renunciaba a la estrella Michelin para “reinventarse”. La razones aducidas por el propio establecimiento eran “el deseo de ofrecer una cocina sin las ataduras artísticas y reglamentarias que exige Michelin”. Oiga, a ver si al final va a resultar que algunos cocineros sienten la necesidad o la presión de tener que ser artistas, cosa que de ser así sin duda no estaría a la altura de todos.

    Pero vamos a ver, ¿qué carajo es el arte?

    ¿Qué es el arte?

    Morris Weitz dijo que era “imposible establecer cualquier tipo de criterios sobre el arte que sean necesarios y suficientes; por lo tanto cualquier teoría del arte es una imposibilidad lógica y no simplemente algo que sea difícil de obtener en la práctica”. Para Ernst Gombrich “en realidad el arte no existe: sólo hay artistas”. Apaga y vámonos. No se trata de  hacer aquí tratadística sobre arte ni historia del arte, pero parece imprescindible tratar de definir un poco el sujeto del que hablamos, y ver si entender la cocina como arte encaja o no. Imagino que estaremos de acuerdo en que el arte ha sido algo dinámico a lo largo de tiempo. Quiero decir que las disciplinas que se han considerado arte no han sido siempre las mismas, y que si ben no ha habido bajas -vaya, creo-, sin duda sí ha habido altas. También desde el punto de vista formal, las concepciones que basaban el arte sólo en la creación de belleza o en la imitación de la naturaleza han ido cambiando. Hace tiempo que tenemos arte efímero, de percepción instantánea -¿las stories de Instagram pueden ser arte?- o que da el mismo valor a la idea que al objeto que la materializa.

    Atendiendo a una de las definiciones que encabezan este artículo, se necesita cierta intención para que algo sea considerado arte. Obviamente en un menú de 10 euros quizás cueste ver esa intención pero, ¿y en la cocina de Mugaritz,  Quique Dacosta o Massimo Bottura? ¿La tenía la de El Bulli? Pero a la luz -precisamente-, de la definición de Tartarkiewicz y si entendiéramos el arte como cualquier actividad o producto realizado por el ser humano con una finalidad comunicativa, a través de la cual se expresan ideas emociones o, en general, una visión del mundo mediante diversos recursos, ya sean plásticos, lingüísticos, sonoros o una mezcla de todos ellos, y recordamos -por ejemplo-, que Heston Blumenthalservía uno de sus platos con un ipod en el que se oía el sonido del mar, quizás la alta cocina no estaría tan alejada de todos estos planteamientos. Incluso sin la performance del británico, porque otra cosa es la valoración que hacemos a posteriori de la obra de arte. O ¿a caso todos los pintores que exponen y venden su obra en la parisina place du Tertre son unos incomprendidos que deberían tener todos sus cuadros colgados en el museo del Louvre, aunque nadie, y mucho menos ellos mismos, les niega su condición de artistas? Un artista, como un cocinero, lo es más allá de que sea bueno o malo.

    Hay quien pueda opinar que la gastronomía o la cocina es básicamente un negocio, una actividad mercantil de la que vive mucha gente. El arte igual. Si bien, los inicios de las manifestaciones artísticas nos sitúan en el mundo de lo ritual, lo mágico o lo religioso, después nadie pintaba, esculpía, componía o escribía por amor al arte. Del mismo modo, la cocina empezó vinculada a la nutrición y sobre todo a la salud, pero ahora los profesionales no cocinan por el simple hecho de que le guste pasarse horas y horas ante los fogones. Todos esperan ganar dinero con ello. Además, el arte  también tiene una función ornamental y pedagógica. La cocina, quizás no sea ornamental, pues es difícil imaginar que alguien esté tan zumbado como para querer llevarse un Bottura, un Aduriz o un Roca para decorar una pared de su casa pero, ¿a caso los foodies e Instagram no la han convertido un poco en eso? Y el componente  pedagógico aún es más claro. El famoso discurso sobre sostenibilidad, la educación sobre productos y productores… Y son sólo algunos ejemplos.

    La tradición clásica grecorromana consideraba el arte como una habilidad del ser humano en cualquier terreno productivo. Era casi sinónimo de destreza. ¿Una artesanía? Era una habilidad sujeta a reglas y racional. Para Platón, por ejemplo, era la capacidad de hacer cosas por medio de la inteligencia y ¿qué existe en la vida sin inteligencia más que el vacío, el horror y la estupidez? La buena cocina no, sin duda.

    Para Casiodoro los tres objetivos principales del arte eran enseñar (doceat), conmover (moveat) y complacer (delectet)

    Se puede decir más alto, pero no más claro. Para griegos y romanos los cocineros podían ser artistas. Fue en con el Renacimiento que se separaron los oficios y las ciencias de las artes. Esta separación se vio beneficiada por el creciente interés de los rich and famous de la época por la estética y la belleza, con lo que se inició el consumo de objetos destinados, precisamente, al consumo estético y al coleccionismo y de paso se empezó a generar un star system de artistas -¿no lo hay de cocineros también?- que ganaron en prestigio social y económico. Las guías del color que sean, las listas, los premios y la crítica, entre otros, también han generado un star system de chefs y de forma natural o artificial se ha creado una pugna por ser reconocido como el mejor cocinero del mundo.

    El arte es la idea

    Es obvio que las creaciones de los cocineros no se pueden coleccionar, aunque haya mucha afición a coleccionar visitas a restaurantes, y no es menos obvio que muchas veces se consume gastronomía un poco por las mismas razones que se consume arte. Por presumir o por ser partícipe de algo original, distinto, bello y creativo.  Un consumo de obras efímeras, sin duda, pero ¿quién no ha oído hablar del arte efímero? Marcel Duchamp dijo que “el arte es la idea” o sea el concepto, con lo que parecería que el arte pudiera quedar desligado de su parte material, de su realización física palpable. ¿Alguien conoce a un cocinero y un restaurante que hayan producido más ideas y conceptos que Ferrán Adrià y elBulli? De hecho, los conceptos y las ideas eran la razón de ser su producción, no los platos en sí. Lo importante era el concepto que los había originado, puro arte conceptual,  así que si el arte es la idea…

    El arte debe ser original, se dice, creativo se afirma. La creatividad es no copiar oyó Adrià de Jacques Maximin y Jean Dubuffet opinaba que  que “el arte es la novedad”. La creación es infinita y hay tantas artes como artistas, lo que introduce la idea de originalidad del artista. Ya no hay que representar las cosas como son, sino como las ve el artista. Todo es posible. Inspiración y genio que el Romanticismo reivindicó y que dio paso a la mitificación del artista por su genio creativo. Adolf Loos dijo que “el arte es la libertad del genio”. Todo esto son conceptos que maneja la cocina actual. Unos espaguetis a la carbonara ya no tienen que ser como fueron toda la vida, ni una simple ensalada ni la tortilla de patatas. Ahora son como el cocinero quiere que sean, según su interpretación. Vivimos la era de los platos interpretados.

    Es verdad que no toda la cocina participa de esto, pero  se manejan estos mismos conceptos. ¿Y el proceso creativo?

    El proceso creativo

    Es muy habitual que los cocineros cierren los restaurantes una temporadita y se enclaustran en sus talleres, para crear la nueva carta, como el pintor que se encierra en el suyo para crear sus telas que después expondrá como el cocinero expone sus nuevas creaciones en el nuevo menú de su restaurante. Tampoco ahí, hay tantas diferencias, ¿no? Los cocineros hasta hacen bocetos antes de materializar un plato. Además, cuando uno acude a una exposición o a un concierto, uno ve lo que el artista expone, lo que él mismo ha decidido mostrarnos de su obra, o escucha la música que el músico decide interpretar. Ahí la audiencia poco decide. Con el triunfo absoluto del menú degustación y la eliminación de la carta tradicional, la cocina actual ha eliminado la posibilidad a su audiencia, a su público, de elegir qué comer. Ahora, en muchos de los restaurantes a los que acudimos con devoción, sólo podemos comer lo que el chef ha decidido que comamos, con la única posibilidad de cambiar aquello que nos produce alergia o alguna incompatibilidad gustativa severa.

    Hay quien puede pensar que un cocinero no es un artista, que no es más que un artesano que domina muy bien una serie de técnicas, propias de su oficio, y que usa para crear un producto original y con un marcado carácter personal. Pues bien, el proceso artístico comienza con la elaboración mental de la obra por parte del artista, el diseño mediante esbozos, dibujos y bocetos trazados en cualquier soporte, pero ésta se debe plasmar en materia, proceso que se realiza a través de la técnica. A su vez, la técnica es la manera cómo el artista da forma a la obra de arte, como moldea la materia para conseguir expresar aquello que desea crear. ¿Y un pintor no usa la técnica? ¿Y un escultor? ¿Y estos son artistas y los cocineros son como mucho artesanos?

    Estilos y modas, un paso más hacia la cocina como arte

    El arte está sujeto a modas, ¿y la cocina no? Para Charles de Baudelaire, los rasgos definitorios del arte moderno son lo transitorio, lo fugaz, lo efímero y lo cambiante, rasgos todos ellos que convergen en lo que llamamos la moda. La codificación de Escoffier dio paso a la Nouvelle Cuisine, a las nuevas cocinas, a la cocina tecnoemocional y a lo que vino y a lo que venga. Modas y tendencias de cocina como modas hay en el arte. Y las habrá. Si la palabra moda no gusta cambiémosla por estilo. En arte hay estilos y los hay también en cocina. Los explicó y definió muy bien Pau Arenós en su La cocina de los valientes.

    El estilo es aquella cualidad que identifica la forma de trabajar, de expresarse o de concebir una obra de arte por parte del artista. Si eso existe en el arte, no es menos cierto que existe en cocina: la cocina tecnoemocional, la cocina naturalista, la cocina…. infinidad de ellos. E incluso sin ser tan precisos y sin etiquetas, hay características que definen la cocina de un cocinero, como el cubismo geométrico define a Picasso.

    Gusto, placer y el arte involuntario

    Cada época ha tenido sus cánones inmutables sobre el gusto, algo que se encuentra íntimamente ligado a la idea de aquello que produce placer. En pleno siglo XXI esto es más oscilante. Lo que nos produce placer es mucho más cambiante. Al final es arte del bueno lo que a la gente le produce placer. Con la cocina pasa lo mismo. John Dewey definió el arte como “culminación de la naturaleza”, y defendió que la base de la estética es la experiencia sensorial, aspecto en el que la cocina brilla con luz propia y fuerte. Es pura experiencia sensorial, pues es la que involucra a más sentidos de todas. Con el nacimiento de la sociedad de la cultura de masas, Wilhelm Dilthey vislumbró cómo el arte se alejaba de las reglas académicas y cómo cobraba cada vez mayor importancia la función del público, que tiene el poder de ignorar o ensalzar la obra de un artista y su obra. Y esta observación de Dilthey cobra, en cocina y con las redes sociales de por medio, mayor sentido que nunca.

    Por otro lado, quizás algo no se ha hecho con finalidades artísticas, pero puede ser interpretado como tal por la persona que lo percibe, pues como decía Marcel Mauss, “es obra de arte el objeto que es reconocido como tal por un grupo social definido”. O sea que si nos da la gana de reconocer y proclamar a los cuatro vientos que tal o cual cocinero es un artista, por favor, perdamos la vergüenza y hagámoslo sin miedo.

    Las nuevas técnicas de reproducción industrial del arte pueden haber hecho variar el concepto de éste, al perder su carácter de objeto único y, por tanto, su halo de reverencia mítica. Quizás sí, pero todo cocinero tiene sus platos emblemáticos, los signature dishes que dicen los anglosajones, aquellos que les han dado fama y  reconocimiento, sus platos míticos. En este sentido, en el Museo of Modern Art de San Francisco abrió hace un par de años, In Situ, un restaurante en cuya carta se ofrecen «reproducciones» de los platos más celebrdos de los mejores cocineros del mundo. Justo lo que hace un museo, ¿no?

    Además hay platos que, a pesar de su carácter efímero, permanecen en nuestra memoria y en nuestro recuerdo como muestras imborrables de la sapiencia culinaria de su autor, como tenemos el recuerdo de esa novela maravillosa que nos conmovió o el de ese cuadro que tanto nos impactó.

    ¿La cocina como arte? Pues claro que sí

    En definitiva, el arte es también un juego (playfood) con las apariencias sensibles (trampantojo), los colores, las formas, los volúmenes, los sonidos, etcétera. En el caso de la cocina es un juego placentero que satisface nuestras necesidades de simetría, de ritmo de sorpresa, de ilusión, de belleza, de placer, de creer que el mundo puede ser un lugar mejor. Por eso yo creo que sí, que los cocineros son artistas. Seguramente no todos, del mismo modo que muchos pintores no lo son, ni muchos músicos ni, ni, ni. Pero la cocina puede ser arte, ya lo creo. Y al fin, arte es todo aquello que los hombres llaman arte.