Etiqueta: queso

  • ¿Qué son los cristales del queso?

    ¿Qué son los cristales del queso?

    Cualquiera que me conozca sabrá que amo los quesos. Me gustan todos sin excepción, incluso -perdonadme por favor- los de untar. En la universidad tuve una profesora de química que una vez nos dijo que los mejores alimentos eran aquellos que crujían. Y aunque creo que pensaba en snacks y fritangas, creo que tenía parte de razón. Pocas cosas me gustan más que encontrarme con un cristal crujiente en un queso graso y aromático.

    Me gustaría empezar explicando qué no son esos cristales de los que hablo. Probablemente muchos de los que me estaréis leyendo alguna vez habéis dicho que son cristales de sal. De ser correcto no estaría escribiendo esto, así que no, no son cristales de sal. Ni tampoco de lactosa.

    Algunos cheddar aparecían con manchas en la superficie y se intentó averiguar qué las provocaba  y cómo se podían evitar

    Sobre 1900 se empezó a habar de los cristales en los quesos. Algunos cheddar aparecían con manchas en la superficie y se intentó averiguar qué las provocaba  y cómo se podían evitar. Esos puntitos blancos podían parecer fácilmente moho o algún defecto en el queso, que podría complicar su venta. Sobre el año 1930 identificaron que aquello que creían defectos eran cristales de lactato de calcio, formados a partir de componentes de la propia leche. En definitiva, un mineral -el calcio- que cristalizaba. A pesar de que el consumidor rechazara esos quesos manchados no suponían ningún peligro para la salud.

    Pixabay

    Ahora sabemos más cosas. Sabemos que estos cristales de lactato de calcio se forman a partir de ácido láctico y de calcio. Durante la fermentación del queso -porqué sí, el queso también fermenta-, la lactosa se convierte en ácido láctico y se une al calcio. El queso pierde agua a medida que pasan los días y madura, y los minerales se van concentrando poco a poco. Igual que cuando salimos de darnos un baño en la playa y nos secamos al sol: el agua evapora y la sal se queda pegada a la piel. Pasa algo parecido con el lactato de calcio: se concentra y se forman cristales visibles.

    Estos cristales de lactato de calcio se forman a partir de ácido láctico y de calcio.Durante la fermentación del queso, la lactosa se convierte en ácido láctico y se une al calcio

    Los cristales de lactato cálcico fueron los primeros en estudiarse y se encuentran en los quesos de tipo cheddar que han madurado por un período de tiempo suficientemente largo. Mientras que podríamos clasificar este tipo de cristales de tener una naturaleza mineral, existe un segundo -mejor- tipo de cristales que son de origen proteico. Mientras los primeros suelen estar más bien en la superficie del cheddar y de otros quesos, los cristales de tirosina son los que crujen dentro de un parmigiano viejo o en un gouda extra-madurado. Morder un cristal de tirosina es como el fin del roaming, el eyeliner a la primera o desayunar sola.

    La estructura principal de los quesos es una red de proteína. La proteína a su vez está formada de un conjunto de aminoácidos. Durante la fermentación y la maduración la proteína se degrada y los aminoácidos quedan libres. Algunos aminoácidos son volátiles y dan aromas complejos propios de los quesos madurados. Otros aminoácidos, como la tirosina o la leucina, se agregan y cristalizan. Por este motivo, aunque los cristales no tengan sabor por si mismos, nos pueden dar una pista de que el queso será aromáticamente fuerte y lleno de sabor. Hay que añadir otra condición para que se formen cristales de tirosina en los quesos, y es que Lactobacillus helveticus esté presente, ya que es el único capaz de aislar la tirosina de los demás aminoácidos. Ese es el motivo por el cual a veces podemos encontrarnos quesos muy maduros pero sin cristal alguno.

    Y no sólo en un comté de dos años de maduración encontramos cristales de tirosina. También en algunos alimentos fermentados ricos en proteína como el mam-pla, la pasta thai tao chieo. Y esos cristalitos blancos pequeños del jamón, pues no, tampoco son cristales de sal, sino de tirosina.

  • Come queso.Sobre todo fresco.No demasiado

    Come queso.Sobre todo fresco.No demasiado

    [ms_divider style=»normal» align=»left» width=»100%» margin_top=»30″ margin_bottom=»30″ border_size=»5″ border_color=»#dd3333″ icon=»» class=»» id=»»][/ms_divider]

    [ms_dropcap color=»#dd3333″ boxed=»no» boxed_radius=»8″ class=»» id=»»]H[/ms_dropcap]ay muchas y grandes historias apócrifas sobre cómo la leche entró por primera vez en contacto con las entrañas de un animal desollado, específicamente la pared del estómago, dónde la leche cuaja con rapidez. Las historias más extendidas se refieren a nómadas que viajaban con odres, hechos de estómagos de animales, llenos de leche. Cuando llegaban a sus destinos, descubrían que la leche se había vuelto sólida. El agente que se encuentra en los estómagos de animales que coagulan la leche se conoce como cuajo. Las proteínas de la leche no pueden fusionarse porque tienen carga negativa, del mismo modo que los dos polos negativos de un imán se repelen el uno al otro. Una enzima de cuajo se lleva la carga negativa y las proteínas empiezan a aglomerarse.

    Para hacer el queso, la cuajada se dispone en moldes de madera agujereados y se prensa durante días hasta que el 85% del líquido —un agua turbia y altamente nutritiva llamada suero— queda separado de la parte sólida. El cuajo se queda con el suero. Éste suero se daba a menudo, y aún se da, como alimento a los animales de granja. Incluso muchos alimentos destinados a los humanos también se elaboraban, y se elaboran, a partir del suero. Los persas de la antigüedad lo usaban para sumergir y cocinar en él una preparación a la que llamaban qaraqorut. El queso sólido que queda después de retirar el suero se puede conservar en salmuera para producir un queso como la feta griega, que es uno de los quesos más antiguos del mundo.

    En la mitología griega fue Aristeo, hijo de Apolo, quien inventó el queso, lo que sugiere que los griegos le daban importancia al arte de hacer queso. No son infrecuentes en Homero las referencias a dicha artesanía, presentándola como una actividad habitual en las granjas. Sus textos, que eran recopilaciones de viejas historias existentes, transmitidas por la tradición oral, mencionan dos veces un plato hecho con harina de centeno, miel, vino de Pramnia (una variedad de viña de la que se extraía un vino fuerte y oscuro, de gran calidad) y queso de cabra rallado. El queso también era un elemento central en la dieta espartana. Un rito de iniciación para los chicos era robar un queso de una casa sin que lo pillaran.

    Los antiguos romanos también hacían queso y cocinaban con queso. Marco Porcio Catón, más conocido como Catón el Viejo, vivió entre el 234 y el 149 a.C. Fue un político romano conservador de origen rural que se opuso a lo que juzgaba una tendencia creciente a un lujo excesivo. Su tratado agrícola De Agricultura es el libro completo en prosa latina más antiguo de todos los que nos han llegado. En él nos ofrece una serie de recetas como el mustacei, una simple preparación de queso fresco blando hecho con manteca y mosto sin fermentar, el zumo de la uva:

    Preparad el mustacei así: humedecer un modius (dos galones o un cuarto de fanega) de harina fina con el mosto. Añadir anís, comino, dos libras de grasa, una libra de queso y una ramita de laurel desmenuzada. Una vez amasado, poner hojas de laurel por debajo y cocinar.

    La receta más famosa de Catón es la placenta, un tipo de tarta de queso usada en un ritual religioso:

    Así se hace la placenta: dos libras de harina panificable de trigo para la base; cuatro libras de harina y dos libras de farro molido grueso. Sumergir el farro en agua; cuando se reblandece se incorpora en un cuenco y se deja escurrir bien. Luego se amasa con las manos y cuando se ha trabajado bien se añaden poco a poco las cuatro libras de harina y se pliega la masa. Se coloca en una cesta hasta su secado. Al secarse, se vuelve a heñir cuidadosamente, presionando los pliegues con un trapo untado en aceite, envolviendo y humedeciendo las capas de masa. Una vez hecho, se calienta el fuego y una vasija. Se mojan las dos libras de harina de trigo y se amasan para conseguir una base fina.

    Pondremos en agua catorce libras de leche de oveja, no agria, fresca. Dejar-lo en remojo, cambiando el agua tres veces (la leche, en este caso se refiere a queso fresco, conservado en salmuera, que se tenía que lavar y desalar). Extraer y exprimir gradualmente con las manos hasta su secado. Cuando ya no quede agua, se vuelve amasar en un recipiente limpio, desmenuzando tanto como sea posible. Luego pasamos el queso por un tamiz de harina limpio y mezclamos bien con cuatro libras y media de rica miel.

    Colocar la base en una mesa limpia y espaciosa, recubierta de hojas de laurel untadas en aceite para elaborar la placenta encima. Primero pondremos una sola capa sobre la base, después una a una, alternando la mezcla de queso y miel, de manera que la usemos toda, acabando con una última capa de masa. Luego se cierran los bordes de la base, habiendo avivado el fuego antes. Se pone la placenta a cocer cubierta con la vasija precalentada y con ascuas al rojo vivo alrededor y por encima. Hay que asegurarse de cocerla lentamente y en su totalidad, se puede abrir para comprobarlo dos o tres veces.

    Así se hace una placenta de un galón.

    Los romanos, que eran proclives a comentar la inferioridad de otras culturas, consideraban el beber demasiada leche como una evidencia de barbarie. Dado que la leche se echaba a perder rápidamente en el clima de la Europa meridional pero se conservaba mucho mejor en el norte, los europeos norteños usaban mucha más leche. Esto condujo a las culturas clásicas del sur, siempre desdeñosas con las civilizaciones del norte, a tomar el gran consumo de lácteos como señal inequívoca de la naturaleza bárbara. Durante una visita a la Bretaña conquistada, Julio César se quedó pasmado por la cantidad de leche y carne que la gente del norte ingería. Estrabón denigraba a los celtas por beber demasiada leche y comer demasiado en general. Tácito, cuando describía la dieta sosa y vulgar de los germanos apuntaba a su debilidad por la «leche cuajada».

    Antimo, un griego del siglo sexto viviendo en el exilio ostrogodo, advirtió de que la leche era más saludable si no se bebía fresca:

    A los afectados por disentería, hay que darles leche de cabra preparada introduciendo en ella cantos rodados calentados en el fuego. Cuando la leche hierve, se retiran las piedras. Se añade pan blanco bien leudado y cortado fino y se cuece lentamente en el fuego. Utilizar una cacerola de loza o una sartén que no sea de bronce. Una vez la leche ha hervido y el pan la ha espesado, hay que hacer que los pacientes se la tomen a cucharadas. La leche es más beneficiosa si se sirve así, porque es más alimenticia. Si se bebe leche tal cual, se cuela sin oposición a través del cuerpo y apenas permanece en él.

    Antimo creía que mientras que el queso fresco no era dañino, especialmente bañado en miel, el queso curado causaba piedras en el riñón y era muy poco saludable. Escribió: «El que come queso cocido o hervido no necesita ningún otro veneno».

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    Extracto de la novedad editorial Milk! A 10.000-Year Food Fracas (Leche! Una disputa alimentaria de 10.000 años) publicado por Bloomsbury en abril de 2018. Traducción de Miquel Bonet.

    © Mark Kurlansky, 2018, ‘Milk!: A 10,000-Year Food Fracas’, Bloomsbury Publishing, Inc. Used by permission.

  • A los chinos no les gusta el queso

    A los chinos no les gusta el queso

    [ms_divider style=»normal» align=»left» width=»100%» margin_top=»30″ margin_bottom=»30″ border_size=»5″ border_color=»#dd3333″ icon=»» class=»» id=»»][/ms_divider]

    [ms_dropcap color=»#dd3333″ boxed=»no» boxed_radius=»8″ class=»» id=»»]E[/ms_dropcap]n septiembre de 2017, las autoridades chinas prohibieron las importaciones de algunos tipos de queso, porque las cepas de bacterias que intervienen en su elaboración no estaban autorizadas en el país. Concretamente, la prohibición afectaba a variedades de quesos de pasta blanda y maduradas con mohos: el roquefort, el gorgonzola o el stilton. A finales de octubre, después de reuniones con funcionarios de la Unión Europea y la intercesión de la embajada francesa en Pekín –quién, si no–, se levantaba el veto.

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    También es verdad que cuando pensamos en la cocina china –o mejor dicho, las cocinas chinas– nadie piensa en el queso y en los lácteos como parte de sus ingredientes habituales. Pero también sorprende que los chinos puedan sentir cierta aprensión ante alimentos fermentados -ya sea por mohos o bacterias- o por olores y sabores fuertes. “La cocina cantonesa incluye todo tipo de tendones y vísceras”, explica Manel Ollé, profesor de estudios chinos de la UPF, que añade que, por ejemplo, los propios cantoneses «si tiene cuatro patas y no es un mueble se lo comen todo”. La gastronomía china, en el conjunto de cocinas que la forman, “es sofisticada en las formas de elaboración, pero no en la selección de los ingredientes”, asegura Ollé. O sea que los chinos no son, precisamente, lo que se conoce por unos tiquis miquis. Hay que recordar que también comen fermentados como el tofu, el “queso” asiático hecho a partir de soja.

    [quote]»Si tiene cuatro patas y no es un mueble los chinos se lo comen todo»[/quote]

    Entonces, ¿por qué mientras en Europa no hay país que, en mayor o menor medida, los quesos y los lácteos formen parte de su dieta, en China y en general en los países asiáticos no sucede lo mismo? Es más, la ausencia de lácteos, ¿es exclusiva de los países asiáticos? ¿No sucede lo mismo en  Latinoamérica o en África? En México nadie conocía el queso ni su elaboración hasta que los españoles lo llevaron después de 1492. Así es como los nachos con queso son tan tradicionales de la cocina de mexicana como el tomate lo es de la dieta mediterránea.

    [aesop_timeline_stop num=»HISTORIA Y EVOLUCIÓN» title=»HISTORIA Y EVOLUCIÓN»]

    La respuesta más obvia a esta poca o nula predisposición hacia los lácteos de los asiáticos en general y de los chinos en concrteo puede ser la de siempre: razones culturales e históricas. Según Ollé, “históricamente, en China ha habido poco pastoreo, ya que a pesar de que es un país muy grande también tiene muchos habitantes y las tierras fértiles se han dedicado a otras cosas”. En este sentido Harold McGee en su La cocina y los alimentos, añade que seguramente también porque «la agricultura china comenzó allí donde la vegetación natural deja lugar a parientes tóxicos del ajenjo y el epazote, en lugar de hierbas aprovechables para los rumiantes».

    Eso es válido en lo que se refiere a la etnia han, la dominante, pero otros pueblos que vienen de las estepas de Mongolia o en el Tíbet, sí consumen lácteos. Precisamente en el Tíbet es habitual añadir al té una especie de mantequilla fermentada y en Mongolia se elaboran quesos con leche de oveja y cabra, aunque también consumen habitualmente la leche de yaks y camellos. De hecho, y según McGee «el frecuente contacto con los nómadas de Asia central introdujo una variedad de productos lácteos en China, cuya clase dominante disfrutaba desde hace mucho de yogur, koumiss, mantequilla, cuajada, y hacia 1300 y gracias a los mongoles, incluso de leche para el té».

    Y aquí es donde entran en juego  las razones evolutivas, que han llevado a que la mayoría de la población china provenga -en términos evolutivos- de individuos que no producían lactasa en la edad adulta, y que por tanto no incorporaron los derivados de la leche a su dieta.

    Como dice Francesc Xavier Medina, director de la cátedra de Alimentación de la Unesco de la UOC, “la mayoría de la población del mundo era lactófoba”. La intolerancia a la lactosa es la condición humana típica. La lactosa es el azúcar de la leche y no puede ser utilizada directamente por nuestro organismo, y debe ser reducida antes en azúcares más simples. La lactasa es la enzima responsable de este proceso. «Se ha comprobado que la intolerancia a la lactosa es más bien la regla que la excepción. Los adultos tolerantes a la lactosa son una clara minoría en el planeta», explica McGee.

     

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    Los lácteos, un alimento excelente

    Según Elena Roura, dietista-nutricionista de la Fundación Alicia, a pesar de las recientes polémicas sobre si su consumo es imprescindible e incluso recomendable, “los lácteos son unos alimentos excelentes, porque además de una gran fuente de calcio, son muy nutritivos, ya que también aportan proteínas”. En opinión de Roura, si no se sufre de intolerancia a la lactosa, es mejor tomarlos. Y si en edad infantil se quieren retirar, Roura aconseja hacerlo bajo la supervisión de un especialista. Además, recuerda que muchas de las leches vegetales que se cree que son más sanas son también muy ricas en azúcar. Por último, esta dietista explica que en Corea el Gobierno ha empezado a promover el consumo de leche –tan ajeno culturalmente como en China– para combatir la osteoporosis.

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    Los mamíferos producen lactasa de forma natural durante la lactancia, pero la producción cesa, también de forma natural, al sustituir la leche materna por alimentos sólidos, y “si por cualquier razón se dejan de consumir lácteos”, dice Elena Roura, dietista-nutricionista de la Fundación Alicia. De la leche se obtiene calcio, que también se puede obtener de las verduras de hoja. El calcio es fundamental para el desarrollo de los huesos y los dientes, pero también para evitar la coagulación de la sangre y la formación de tendones y el funcionamiento del sistema nervioso, así como para el corazón. “A los hipertensos, que toman poca sal, se les recomienda que tomen calcio”, añade Roura. La lactosa ayuda a fijar el calcio, también lo hace la vitamina D, que se obtiene del pescado, y que necesita de luz solar para sintetizarse. “Todos tenemos vitamina D en la piel, que es la que se activa gracias a la luz solar”, explica esta dietista.

    [quote]»Aproximadamente el 98% de los escandinavos es tolerante a la lactosa, y también el 90% de los franceses y alemanes, pero sólo el 40% de los europeos del sur y los norteafricanos, y el 30% de los afroamericanos»[/quote]

    Cuando en el neolítico los humanos descubrieron la agricultura y domesticaron a los animales, la leche empezó a ser otra fuente de alimento y hubo grupos humanos que decidieron no desaprovecharla. Estos grupos sufrieron una mutación y no dejaron de producir lactasa en la adultez. «Más alimento implicó mayores tasas de supervivencia y más posibilidades de reproducción», dice Roura. Así que esos que empezaron a producir lactasa incluso después de la lactancia y dejaron de ser intolerantes a la lactosa pudieron transmitir esa mutación de generación en generación.

     

    [aesop_image img=»https://www.foodundercover.us/wp-content/uploads/2017/11/tibet-yak-butter-tea.jpg» panorama=»off» imgwidth=»40%» offset=»-100px» credit=»TIBETTRAVEL.COM» align=»left» lightbox=»on» caption=»Mujeres preparando el te tibetano con mantequilla» captionposition=»left» revealfx=»off» overlay_revealfx=»off»]

     

    Este fue el caso de las poblaciones del norte de Europa, actualmente países con larga tradición de consumo de lácteos, alejadas del mar y con climas severos, en los que la agricultura era complicada y en los que el acceso a la luz solar no era fácil. Para estos grupos, el consumo de leche y sus derivados se convirtió en la alternativa para la aportación de calcio. Cinco mil años después de que se empezaran a domesticar animales, el 90% de la población del norte de Europa producía lactasa durante la edad adulta. Así pues, «los pueblos del norte de Europa y algunas otras zonas experimentaron un cambio genético que les permitió producir lactasa durante toda su vida, probablemente porque la leche era un recurso excepcionalmente importante en los climas fríos. Aproximadamente el 98% de los escandinavos es tolerante a la lactosa, y también el 90% de los franceses y alemanes, pero sólo el 40% de los europeos del sur y los norteafricanos, y el 30% de los afroamericanos», escribe McGee.

    Por contra, en la dieta de los chinos de hace unos 12 mil años, las verduras de hoja eran habituales, por lo que estos no tenían necesidad de ingerir lácteos, ya que obtenían el clacio de ellas. Además, los habitantes de áreas costeras desarrollaron técnicas y tecnología para pescar mucho antes que los europeos, y tenían infraestructuras comerciales para transportar los productos del mar tierra adentro. Por tanto, estaban bien abastecidos de pescado, y el clima hacía que no tuvieran problemas para fijar el calcio mediante la vitamina D. Sólo las poblaciones muy alejadas del mar, como los actuales mongoles y tibetanos, obtenían algún beneficio del consumo de lácteos.

     

    [aesop_image imgwidth=»250px» img=»https://www.foodundercover.us/wp-content/uploads/2017/11/cheese-1318126_1920.jpg» align=»right» lightbox=»on» caption=»Queso secándose al sol en Mongolia» captionposition=»left» revealfx=»off» overlay_revealfx=»off»]

    De todas formas, hay que tener en cuenta que  “los lácteos fermentados, como el queso y el yogur, tienen menos calcio que los crudos” –dice Roura–, y en ellos la lactosa ha sido descompuesta en azúcares simples, así que la lactasa no es necesaria para digerirlos, por lo que la intolerancia evolutiva a la lactosa y el entorno ecológico de los chinos sólo explicaría la mitad del cuento acerca de por qué los chinos no comen queso. En la forma en cómo se construye el gusto está la otra mitad.

     

    [aesop_timeline_stop num=»LA CONSTRUCCIÓN DEL GUSTO» title=»LA CONSTRUCCIÓN DEL GUSTO»]

    Según Francesc Xavier Medina, para explicar por qué un alimento se consume en un lugar se puede adoptar, por un lado, una “perspectiva materialista” que en este caso sería la evolución y el entorno al que nos hemos referido antes, o bien una perspectiva simbólica, o sea los atributos que se atribuyen a un determinado alimento y que se materializan en tabúes religiosos que normalmente relacionan un alimento con una situación de peligro. Un ejemplo sería el del cerdo en el Islam. “El cerdo es un animal omnívoro que compite por la comida con las personas, y por tanto es lógico que haya culturas en los que no se críe”, explica Medina. Por otro lado, esto se materializa en el tabú religioso que vincula al cerdo con el peligro de contraer la triquinosis y lo convierte en un animal impuro.

    Como dice Miquel Ollé, “en China no hay tabúes respecto a los lácteos ni el queso”, pero “si algo te sientan mal es muy difícil que su consumo termine convirtiéndose en tradicional”, y por tanto ,“si no estás acostumbrado al sabor, lo más lógico es que al probarlo lo rechazes, porque la construcción del gusto es un proceso muy dilatado en el tiempo”, apostilla Medina.

    Tampoco en México, cuya cultura está dominada por el maíz el queso está muy presente, aunque Medina dice que “empieza a surgir una pequeña cultura quesera muy vinculada a la gastronomía y por las influencias culturales”. Y en China, a pesar de todo, está sucediendo lo mismo.

     

    [aesop_timeline_stop num=»TODO CAMBIA» title=»TODO CAMBIA»]

     

    Miquel Ollé explica que apesar de que no hay tabúes, sí que tradicionalmente se consideraba el consumo de leche como “una costumbre burguesa típica de las élites”, pero que más modernamente los chinos consumen sobre todo “yogur que se ha puesto muy de moda, y leches maternales, que es uno de los productos que más compran en internet”. Y sí, empiezan a consumir a importar y comer queso, del mismo modo que consumen e importan vino y “tantos otros productos de cocina internacional” explica el profesor de Estudios chinos de la UPF. China es un país cada vez más abierto al mundo, los chinos cada vez viajan más, y cada vez hay más europeos que viven en sus ciudades y que no quieren renunciar a su camembert o a su brie.
    Según la consultora Euromonitor, se espera que este año las ventas de queso en China alcancen los 680 millones de euros, un 26% más que el año pasado.
    La última locura en China es la cadena Hey Tea, que sirve té con una capa de queso fresco encima. Quizás una revisión del té con mantequilla fermentada tibetano.

    Esta es un versión ampliada de un artículo del mismo autor que apareció en La Vanguardia el 11 de noviembre de 2017

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