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  • La voz de los agricultores

    La voz de los agricultores

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    [ms_dropcap color=»#dd3333″ boxed=»no» boxed_radius=»8″ class=»» id=»»]L[/ms_dropcap]os agricultores si una cosa somos es agradecidos con quien decide contar con ellos  -y si nos dicen que «pots parlar del que et doni la puta gana» aún más-, por la sencillísima razón de que necesitamos voz.

    Una, porque menos de un cinco por ciento de los agricultores es menor de cuarenta años y necesitamos -todos- que el campo se rejuvenezca para que la tan necesaria agricultura tradicional, la de verdad, emerja. Repito, lo necesitamos todos. Y dos, porque, carajo, alimentamos al mundo, ¿os parece poco?

    Empezamos.

    Producto, mimo, sentimiento, foodporn, “lo más healthy” (lo vi en un tuit de comida -que no de alimentos- que aunque fuese el cien por cien de origen vegetal tenía de saludable nada. Vamos, que parecían las frutitas de plástico de aquella cesta que le compró mi madre a su nieto al cumplir los dos años. De la mezcla de productos de fuera de temporada ni hablamos. Coincidían en brillo, que pareciese que salían de un molde y, apostaría, en sabor. Éstas, y mil más, aparecen en infinitos tuits acompañados, obvio, de la correspondiente fotografía. O, incluso, el comer producto de proximidad/local/sostenible es “tendencia para 2018” según no sé qué portal que elabora, pues eso, las tendencias del año venidero. Y ni qué hablar de las de “vuelta al origen”, tradición o las fotografías en los “mercados tradicionales” cuyo gran porcentaje es alimento comprado en un mercado de abastos cuyo origen es desconocidísimo. Pero en el tuit sale el puesto, el mercado y “el productor”. Ojo, que hay excepciones, ¿eh?

    Todo esto es maravilloso y necesario si tenemos en cuenta que, según la OMS, no alcanzamos el treinta y cinco por ciento de ingesta diaria mínima recomendable en verduras, hortalizas y frutas pero, ¿nos debemos dar por satisfechos? Ya os digo yo que no.

    Hace aproximadamente cuarenta años, el sector de las semillas se lo repartían entre miles de empresas, tantas como siete u ocho mil, y ninguna de ellas alcanzaba el cinco por ciento del control del mercado. Sólo cuatro décadas después, podemos hablar de que tres grandes grupos empresariales controlan aproximadamente el ochenta por ciento de este sector.

    Semillas que, las que menos, han sido manipuladas para que las plantas (ya sea un tomate o una lechuga) estén esterilizadas y sea imposible su reproducción. En resumidas cuentas, que año a año acudamos a la empresa equis a comprar su semilla para poder cultivar. Los gastos que eso conlleva para el productor son importantes, pero para la sociedad es la esclavitud. Así, acortando y siendo directos.

    La explicación es bien sencilla, si en lugar de ese ochenta por ciento estuviésemos hablando del cien por cien (que llegará a serlo) habremos cedido nada más ni nada menos que el poder de nuestra alimentación. El poder de poder ser alimentados. Por cierto, el veinte por ciento se puede dar en pequeños núcleos de Sudamérica, Asia… Aquí, desgraciadamente, la cosa pinta peor.

    El tomàquet de Montserrat, el tomàquet ple de Llucena, el tomate noches australes, el tomate… Así hasta las más de diez mil variedades de tomate catalogadas en el planeta han sido reemplazadas por el maravilloso tomate Raf (acrónimo de resistente a fusarium), que manda narices que seamos capaces de pagar hasta 15€/kg por un tomate que sale de un laboratorio, resistente a dicho hongo y cultivado bajo los maravillosos plásticos de Almería. Que nada en contra, ¿eh? Sólo que pienso en eso que está tan de moda, sostenibilidad, y no agotar los recursos del planeta pensando en mi hijo y los vuestros.

    O, por ejemplo, el famoso bimi. Un híbrido creado entre una col china y un brócoli que salió de la multinacional Sakata Seeds y nosotros estamos dispuestos a pagar 10€/kg (a dos euros la bandeja de doscientos gramos). Ni qué decir que año a año tenemos que pagar el correspondiente canon con la compra de la semilla. Pero claro, “la gente quiere bimi”, te dice el agricultor. Eso sí, googleas y aparecen registros tan cachondos como “la verdura de los superpoderes” o incluso un titular que reza “la verdura inteligente que se hace pasar por brócoli”. ¿En serio? Y mientras le discutimos el precio al agricultor de al aldo de nuestra casa por vender la pieza de brócoli a dos euros.

    La solución está en nuestras manos. Adoptando a un agricultor que como tú tenga corazón, conciencia, ética, ganas de cambiar el mundo y, lo más importante, que tenga nombre y apellidos.

    Siguiendo con las modas me viene a la cabeza la chía o la quinoa, dos alimentos de la dieta básica de los peruanos desde hace centenares de años y que occidente -los ricos- hemos puesto de moda por su altísimo contenido en bla, bla, bla… Pues eso, que como los ricos los hemos puesto de moda y estamos dispuestos a pagar 7€ por un kilo de estos alimentos, los productores peruanos deciden vender a Europa y, ¡oh, sorpresa! la chía y la quinoa ha pasado a ser un alimento de lujo en el país de origen. ¿Te imaginas que hace doscientos años, con lo que ha pasado este país, le incrementan el precio un diez mil por cien a nuestros antepasados por la judía de Tolosa, la lenteja pardina, o el garbanzo pedrosillano? Por contra, las legumbres, tan necesarias en nuestra alimentación diaria, no alcanza los 12 gr/día por individuo. Comprar legumbres, hoy, de producción nacional, quizá sea una odisea, y es otra locura.

    Estas movidas de producto me suele llevar siempre a la paella. Uno de los platos más internacionales del mundo. La paella. La intocable paella. Estaos tranquilos, soy valenciano y creo que lo defenderé decentemente sin ser un Jamie Oliver al que acribillar (espero).

    Ingredientes básicos de la paella. Diez.

    Sal

    Aceite de oliva virgen extra. Hartos estamos de comprar aceite producido fuera del territorio nacional y sin saberlo.

    Pollo, ciclo de vida de 42 días cuando lo normal serían cinco o seis meses.

    Conejo, rollo el pollo pero en conejo.

    Tomate.

    Judía, la que se usa en invierno, en un grandísimo porcentaje, producida en África.

    Garrofón, el Phaesolus lunatus tan apreciado por los valencianos y que ojo nos lo toquen. El 90% del que consumimos es originario de Chile y Perú.

    Agua, en un estudio reciente España posee los ríos más contaminados por plaguicidas del continente.

    Arroz, difícilmente será de producción nacional y el utilizado nos lleva a China.

    Azafrán, pues ese, el “colorante alimenticio’” que no hay nada peor.

    En definitiva, que si somos lo que comemos, mejor cosernos la boca aunque la solución está en nuestras manos. Adoptando a un agricultor que como tú tenga corazón, conciencia, ética, ganas de cambiar el mundo y, lo más importante, que tenga nombre y apellidos.

    ¡Seguimos!