Etiqueta: vino

  • Corks-crew

    Corks-crew

    Mi madre nos dejó una mañana. Me acostó, me dio un beso y susurró un buenas noches.

    Mi padre nunca me dijo nada, ni yo le exigí nunca una explicación. Durante años, para mí, mi madre se había mudado a mis sueños y jugaba con mi imaginación. Antes de dormirme la veía luchando contra los malos en la otra punta del mundo. O que se había ido en un viaje espacial a impedir que un meteorito destruyese la Tierra. Mis batallitas siempre nacían de la premisa de que era algo tan secreto que si me lo decía me ponía en peligro. Cuando se lo explicaba a mi padre, se reía.

    -Bien podría hacerlo – aseguraba, y me besabas la frente.

    Solo estábamos mi padre y yo. Él trabajaba de noche, soy camarero, me decía siempre, especialista en vino, pero camarero. Mis abuelos venían a darme la cena y a acostarme hasta que tuve edad suficiente para quedarme sola y que una llamada fuera suficiente para que todos estuvieran tranquilos.

    Alguna noche me sorprendió con su llegada a casa. Eran altas horas de la madrugada y me encontraba en el sofá con un libro. Entraba y se dirigía a la vinoteca o, como la llamaba yo de pequeña, el dormitorio del vino, y cogía una botella tras otra hasta que daba con la correcta para esa noche. Cuando ponía el marca-páginas en el libro me miraba y me decía:

    -Deberías estar durmiendo.

    -Ya voy – respondía, resignada.

    Una de esas noches, quise saber porque se servía una copa de vino después de pasarse horas rodeado de vino.

    -¿No te cansas?

    -No

    -Pero es tu trabajo, ¿no te apetece desconectar un poco?

    -También. Ayuda a pagar las facturas y me gusta. Pero, en mi caso, el trabajo es la consecuencia de una pasión. O la prolongación si lo prefieres. Soy un privilegiado en eso.

    -¿Por qué te gusta tanto todo ese mundillo, papá?

    Se quedó en silencio unos segundos.

    -Sinceramente, no lo sé. Solo sé que me hace disfrutar. Que disfruto mucho. Las pasiones son muy difíciles de explicar, solo puedes intentar transmitirla. Que los demás lo noten y les entre la curiosidad. Que se pregunten si están hablando con alguien raro, un loco, o si son ellos los que se están perdiendo algo.

    Me quedé callada, pensativa.

    -¿Y luego? – pregunté.

    -Esperas a ver si has atrapado a otro – me guiñó el ojo.

    -¿Y cómo lo sabes?

    -Porque hay cierta complicidad. Como un código. Ninguno entiende del todo por qué le gusta, pero si se hace esa pregunta, ya es tarde. ¡Uno más!

    -¿Me intentarás atrapar a mí también? – le lancé una mirada inquisitiva.

    -Ya he empezado – dijo, haciéndome cosquillas con el dedo en el costado –. Lo que te puedo decir, cariño, es que todo en ese mundillo es único. Cada botella es diferente. Te da cosas diferentes.

    -Parece divertido. Son como sorpresas todo el rato.

    Me sonrió.

    -Pero, ante todo, lo que más me gusta es compartirlo. Disfrutarlo con alguien para hacerlo más único, si cabe.

    Se pasó el dedo índice y pulgar por la comisura de los labios, mirando la copa en la mesa. Quise preguntar. No me atreví. Sabía la respuesta.

     

    Tenía miedo a crecer. No por mí, sino por mi padre. La edad me fue distanciando de él, no más de lo normal en una adolescente, pero siempre tenía que volver a casa. Me recibía con una sonrisa, me preguntaba si estaba bien y con eso se quedaba tranquilo. Confío en ti, me dijo.

    Pero llego el día en el que no tenía por qué volver. El día en que me iba y no sabía cuándo iba a entrar de nuevo por la puerta. Me iba a la universidad, era feliz, pero estaba preocupada por él. No quería dejarle solo. Cuando le comuniqué mis inquietudes me miró fijamente a los ojos.

    -No dudes ni un minuto – dijo en un tono irreconociblemente serio en él –. Lárgate – continuó riendo, al fin.

    Le dije que saliera, que conociera a alguien, que lo pasara bien.

    -¿Por qué no sales con otras mujeres? Aún tienes tu qué.

    Reímos.

     

    Alquilé una habitación en la ciudad. Vivía haciendo malabares con el sueldo que podía ganar con un trabajo de fines de semana, una beca y con la ayuda que mi padre me enviaba. Me quedaba poco tiempo para poder visitarle. Estábamos a menos de una hora en tren, pero, durante los tres primeros años, salvando festivos, era muy complicado vernos.

    En el verano antes de empezar el que sería mi último año de universidad, una tarde, después de comer, mi padre me preguntó si este curso iba a mantener el mismo ritmo. Me extrañó.

    -El primer semestre estaré algo más ocupada pero en el segundo poder jugar un poco más con la agenda. Si me organizo bien tendré más tiempo libre.

    Asintió apurando el vino que le quedaba en la copa. Siempre las alargaba.

    -Qué te parece si los domingos vienes y comemos. Te pago yo el billete.

    -Claro, pero no me tienes que pagar el billete. ¿Pasa algo?

    -¿Por qué tiene que pasar nada? Te estás haciendo una mujer y me apetece pasar algo de tiempo contigo.

    -Vale, papá.

    -Además, a principios del año que viene, me prejubilo.

    Le miré pidiendo alguna explicación más.

    -No pasa nada, sólo quiero disfrutar un poco más del tiempo. A penas tengo gastos. Así, cuando vengas, podemos disfrutar juntos de alguna botella de vino, porque…

    -Esas son las mejores – le interrumpí.

    Me levanté para recoger la mesa y le besé en la mejilla.

     

    Llegué hacia el mediodía. Mi padre me hizo subir. Una vez estuvo la comida en la mesa, le pregunté por qué no había puesto vino.

    -Lo tomaremos luego.

    -¿Aquí?

    -En un sitio que conozco. Te gustará – añadió al ver la sorpresa en mis ojos –. Es nuevo y está a sólo un paseo.

    Después de una cabezada, cerca de las cinco de la tarde, salimos de casa. El trayecto no duró más de quince minutos. Llegamos al final de una calle y giramos a la izquierda. De pronto, ante nosotros, se abrió un jardín, un pequeño oasis, con un camino que llevaba a la terraza de una casa reacondicionada. Era un jardín delantero, grande, que terminaba en una valla de madera vieja que anunciaba la caída del barranco. Había bastante gente. Unos alargaban la comida, otros tomaban café al calor del sol. Algunos niños correteaban por el césped.

    Nos sentamos en una mesa, algo apartada del resto, cerca de la valla. Estirando un poco la cabeza, era fácil ver el final de aquel pequeño monte en el que se levantaba la casa.

    Recuerdo que aquella primera botella fue un Vailet. Una niña, de unos dos años, tropezó. Miró a sus padres y, al ver que estos la miraban sin alarma, se levantó y continuó con su juego. Eso provocó que empezaras a explicarme pequeñas anécdotas e historietas sobre mi torpeza en mis primeros años. Fue la tarde que más reímos.

    Con Bancal del bosc, te dije que había encontrado faena en una redacción en la que había hecho unas prácticas, que esperarían a que terminara con la universidad. Me felicitaste orgulloso.

    Con Ferrer Bobet decidimos seguir hablando, de lo que quiera que fuera que estuviéramos hablando, con la cena. Volvería a la ciudad por la mañana temprano, no había prisa.

    Con el Syrah de Casa Mariol te confesé que, en el fondo, quería ser escritora, que ese era mi sueño, que me daba miedo y vergüenza decírtelo. Siempre lo has sido, dijiste con un brillo en los ojos.

    Con Set Sitis nos quedamos en silencio viendo como el sol, poco a poco, desaparecía entre las montañas. No dijimos nada, nos miramos y brindamos con el rumor de los árboles y las familias que se marchaban.

    Con Embruix te dije que hacía meses que me estaba viendo con un chico y que creía que me había enamorado. ¿Eres feliz con él?, preguntaste. Te dije que sí. Eso es lo que importa, sentenciaste mientras me apretabas cariñosamente la mano.

    Con el Brut Nature de Agustí Torelló me hablaste de mamá. Me dijiste que esa era su favorito, que siempre quería tener una botella en casa. Vi que tus ojos se humedecían.

    -Sé que si mamá se fue era porque tenía sus razones. No me siento culpable. No te culpo.

    -Pero…

    -No hacen falta explicaciones. No las necesito.

    Apretaste la mandíbula y forzaste una mueca que recordaba a una sonrisa para aguantar las lágrimas.

     

    Ahora, años después, me encuentro en ese salón en el que me sorprendías leyendo. Sola, en silencio, intento relajarme en el sofá. Tú también me has dejado. Aunque luchaste mucho contra ello.

    Hace una hora que he llegado. Mientras recogía todo lo que quedaba, libros, ropa, postales… toda una vida, me he encontrado una pequeña caja con mi nombre y dos fechas. Unos dos meses las separaban.

    La tengo frente a mí, en la mesa de cristal. Los habías guardado sin que yo me diera cuenta. Están los corchos de las botellas que nos bebimos durante aquellas semanas. Durante aquellas siete semanas. Cada una de ellas unida a un cuadrado de cartón fino con el nombre del vino y una pequeña frase en la que se resumía la tarde que pasamos compartiéndolas. Fueron pocas horas, pocos días. Pero no hay ninguno que recuerde tan claramente como aquellos. Es inevitable cruzarme con alguna de esas botellas y no pensar en ti, en mamá, en el césped, en el barranco, en los niños, en tu sonrisa, en tus palabras.

    El tiempo y las obligaciones truncaron esa rutina. Seguimos bebiendo vinos y compartiéndolos. Pero ya no sólo entre nosotros. Ya no de aquella manera. Sólo nos quedan estos, los de la caja. Los mejores. Nuestros vinos. Más únicos, si cabe, ¿no?

  • Copias

    Copias

    Mary Shelley -hace unos años-  escribió el moderno Prometeo o cómo es más conocida, Frankenstein. La novela va acerca de un doctor suizo, Victor Frankenstein, que crea un monstruo a partir de retazos de otros humanos. No es nada nueva la afición del ser humano de intentar dar vida o replicarla a partir de cosas ya extintas, muertas, o incluso mediante la clonación. Si vemos las experiencias hasta la fecha, el fracaso es estrepitoso. Veáse el caso del mismo Frankenstein, La isla del Doctor Moreau o la gran obra científica Yo, robot . También en el séptimo arte hemos podido comprobar cómo el ser humano está abocado al fracaso en estos intentos de jugar a ser Dios. O que se lo pregunten a John Hammond acerca de su estimado Jurassic Park.

    Aunque el tema que nos trae hoy aquí, el vino, no es exactamente igual al de la creación de vida. Hace poco, en un artículo de La Vanguardia, salía una noticia con este titular: Llegan los vinos de imitación. En este artículo se habla de que una empresa de Colorado, más en concreto Colorado Replica Wine, promete al comprador una experiencia nueva. Vinos increibles a precios económicos.  Prometen la clonación de grandes vinos (en el escrito pone caldos, palabro que aborrezco hasta la saciedad) de precios desorbitados para así bajar su precio y llegar a un sector más amplio. Vamos, lo que vienen siendo los perfumes a diez euros de los lineales. A bien seguro los conocen. No es una cosa que me haya hecho poner el grito en el cielo ni tampoco rasgarme las vestiduras. Más bien lo veo como una quimera. En el mismo artículo, y ahondando en sus teorías, nos cuentan cómo harán estos vinos. Una especie de gincana organoléptica, en la cual resumen a moléculas los procesos químicos que nos aportan aquel u otro aroma. Digamos que serían los romanos de Asterix tratando de copiar la fórmula de Panoramix.

    La empresa Colorado Replica Wine, promete al comprador una experiencia nueva, vinos increibles a precios económicos, clonación mediante

    Entonces, ¿por qué si estoy tan seguro de que este inventillo es un enorme error, que no se pueden copiar estos vinos, sigo dando la murga? Aquí voy con el speach.

    Primero de todo, si habéis leído el artículo, los mismos creadores mencionan que serán capaces de replicar el vino en cuestión en un 90%. Perfecto. Se podría decir que es una tasa de acierto enorme. Sí, pero no. Me vais a permitir que, para explicarme, recurra al símil con Gataca, enorme fábula del séptimo arte, donde la humanidad se permite el lujo de crear humanos con unos perfiles sociales ya marcados en el adn. Es decir, personas modificadas para que en su vida la tasa de acierto sea enorme. Se da el caso, la paradoja, de que uno de los personajes principales (un Jude Law como siempre espléndido) es un chico modificado para ser un atleta de élite. Con lo que no cuenta nunca nadie, lo que el ser humano nunca ve, es el factor externo. Un accidente de coche y una vida truncada por una lesión incurable, y el personaje de Law queda postrado a una silla de ruedas. He aquí ese 10%. Se debe entender que un 10% de este factor, el entorno, es capaz de modificar un vino del todo. Pero voy mas allá.

    El alma. Yo paso de decir la magia del vino, porque eso es muy de Howgarts, y ya no estoy para niños con bufanda que pillan rabietas con calvos insoportables. Para mi el alma es aquello que diferencia a un vino. En ella podríamos tener el factor ambiental, pero para mí hay uno más condicionante, el humano. Esa parte de Gepeto que tiene el viticultor. Sí, Gepeto, el Victor Frankestein de la ebanistería. Pero en este caso, los viticultores serían algo más parecido al cariño del deseo de Gepeto. Ese de insuflar vida a algo, no por soberbia, sino por amor y pasión. Eso son los viticultores. Gente que se pasa de sol a sol durante un año para conseguir transmutar un fruto en un líquido. En esa transmutación es donde ellos ponen el alma. Eso muchas veces se ve reflejado, y es imposible de replicar. ¿Por qué? Lo sé. Simplemnte lo sé. Pero vayamos mas allá.

    Vamos a esos singulares vinos de grandes marcas, de prestigiosas bodegas que cuidan sus viñas para producir, en cantidades desorbitadas, vinos increíbles. ¿Cómo no vamos a imitar ese vino, si es un producto increíble, pero un producto a fin de cuentas? Fácil. El tiempo. Ese incunable que nos sucede a diario y que también afecta al vino. De manera que si un vino está sometido, en una barrica concreta, a unas condiciones de luz, humedad diferentes de las que estaría en otra, si esas barricas, que han sido ellas mismas un ser vivo, ya funcionan cada una de una forma diferente, ¿cómo vamos a imitar el paso del tiempo de todo este conjunto, de esa maravilla que viene a ser un vino añejado?

    El viticultor tiene una parte de Gepeto, con su deseo de cariño, ese insuflar vida y alma a algo por amor y por pasión. Eso es el alma de un vino y algo que no se puede replicar

    ¿Creen realmente que alguien puede imitar las maravillas que se suceden en Hungría, o en las bodegas de Vega Sicilia? ¿Es posible copiar los vinos de mi buen amigo Toni de La Salada? ¿Es posible con los vinos de Jerez, con Poniente, Levante, cotas diferentes…? ¿Creéis posible siquiera imitar un Tío Pepe?

    Tomemos, por ejemplo, la bodega Gonzalez Byass. Hace unos diez meses, puso dos medias botas y un barril de palo cortado en el buque escuela Elcano, para imitar los vinos que hacían la travesía a las Américas. Estos vinos servían de lastre e iban geniales para la navegación. También a los vinos les iba fenomenal, ya que el mar les era favorables. Ahora, Gonzalez Byass recupera esta tradición. Entonces nos preguntamos, ¿este vino acabará siendo tan bueno como aquellos? Difícilmente lo será. Por una sencilla razón. Ahora la travesía dura 10 meses, ida y vuelta. Algo muy parecido a aquella época (no a la proeza realizada por Elcano, que dio la vuelta al mundo). Pero el barco no es el mismo. El actual buque escuela, es un barco estilizado, evidentemente más acondicionado a las actuales comodidades marítimas, cosa que diferencia a la nao o carraca como se le que considera ahora, que llevó a Juan Sebastián Elcano. Todo esto ya es de por sí suficiente para que el vino, que llevaban allá por el 1519, sea totalmente diferente al de ahora.

    Todo esto es para dar a entender que un 10%, en el mundo del vino, dependiendo de cuál sea, es un margen de diferencia enorme. No obstante, tampoco me quiero ir sin dejar esta reflexión. ¿Es importante poder decir que has bebido un vino casi exactamente igual a otro, por un mil por ciento menos de su precio? ¿Realmente eso es lo que queremos? Yo, a título personal, sigo sin probar vinos enormes, porque mi economía no me lo permite y, ojo, sigo tan tranquilo. Es más, si me ofrecieran por 20 euros probar una imitación de un Château d’Yquem, pongamos por caso, prefiero gastármelos un Tokaji más asequible y disfrutar enormemente.

  • Desaprender

    Desaprender

    Durante uno de los servicios de esta semana, me vi diciendo esto a un cliente: “… y este vino es como un chiquillo en verano, que corre por un campo sin parar, con esa alegría de las vacaciones.” No me avergoncé, pero sí me quede pensativo. Por segundos claro. Hay que reaccionar con una sonrisa. Estás de servicio. Quizás últimamente piense mucho. Tener una sucesión de cambios repentinos en tu vida, que la ponen del revés y vuelven a resituarte, es lo que tiene. Qué piensas.

    He pensado en mi anterior y actual pasado. He vuelto a pensar. He pensado en lo mucho que este mundo del vino me ha enseñado. Lo aprendido, mucho, en un camino de poco más de año y medio y, he empezado a desaprender.

    Lihn Nguyen

    Durante otra conversación con mi hermano, le pregunté si había cambiado de perfume. En efecto, había cambiado. Qué lo hubiera adivinado le causó impacto y risa. Me preguntó que cómo lo sabía, algo. Quería saber exactamente el por qué. Le respondí que había cambiado hacia un perfume de alta gama, lo que suscitó su siguiente pregunta. Qué cómo podía saber eso. Para mí era fácil, los perfumes de alta gama suelen ser más fuertes en general y suelen utilizar un tipo concreto de “guía” olfativa. Así que me retó a que le dijera la marca, acepté y le dije tan sólo dos marcas de margen. Acerté. Dior. Se rió de mi, y mirando al cielo con la nariz me dijo: «Eres un sabueso».

    Me recordó a alguien muy cercano a mi, que siempre me ha dicho eso mismo. «Eres como un perro, todo el día olisqueando…» Muchos de mis amigos también me lo dicen. Incluso me he encontrado yo mismo oteando el horizonte buscando el rastro de un olor interesante.

    Este pensamiento viene al hilo de una conversación. Hablando de hortalizas, y sobre todo de frutas, salió a colación mi niñez en el pueblo. Nací en Sant Vicenç dels Horts. Pueblo que antiguamente era y según me dijeron, la huerta de Barcelona. Mi interlocutor me comentó que surtía de verduras, hortalizas y frutas a Barcelona. En ese pueblo es donde he crecido, donde pasé mi niñez y se crearon mis recuerdos. Sí, somos un sinfín de recuerdos. En mi caso olfativos.

    Durante años, he tenido la peculiar y grata cualidad de recordar cosas a través del sentido del olfato. No creo que sea el único, pero sí es algo poco normal en mi familia. En realidad incluso va ligado a una memoria casi fotográfica del momento. Pongamos, por ejemplo, una vez que rememoré con mi padre, un viaje a un puerto donde fuimos a pescar una vez. Según mi padre era  imposible que me  acordara, era demasiado pequeño. Al decirle cómo era todo aquello, descripción del lugar, puente, calles y los familiares que fueron, se quedó asombrado ya que él ni se acordaba. Esto con los olores me pasa. Para mi a veces es un juego. Otras es el mayor de los regalos. Poder evocar en mi memoria recuerdos ligados a esos olores. Me explico. Soy capaz de evocar el olor del ozono, el olor que siempre, desde pequeños, mi hermano y yo le damos al olor que traen las tormentas de verano. No sé si es verdad o mentira, pero decíamos que el ozono baja con estas tormentas y huele así. De esta forma, puedo recordar un verano de agosto. Nos fuimos a dar una vuelta y ese olor apareció. Tras él, una repentina masa de nubes negras gigantes. Fuimos a casa y desde el terrado contemplamos como se iba formando y como de cargado estaba el ambiente. Al final rompió la tormenta. También puedo traer dolorosamente el olor de mis perros, dolorosamente, porque los he perdido con el cambio. Es el mejor olor del mundo, estrechar a esos pequeños locos y que se inunden tus fosas nasales de su cariño. Duele y reconforta por partes iguales. Y así, con el mar, los ríos, el musgo, el jazmín… Un sinfín de olores. Luego hay otros que se me han resistido y eso me jode. No poder traer el olor de casa de mi abuela, el de su sonrisa… pero si el de sus sopas. Toda esta amalgama de sentidos y sentimientos llegaron a llevarme a una decisión. Desde hará ya unos cuantos meses, decidí no beber un vino haciendo cata exhaustiva. Sí. Me aburrían. Es un quién es quién regulero.

    Así que decidí desaprender. Llevo un tiempo disfrutando de una copa de vino por el simple y mero hecho de beberlo.

    Me explico. Esto sucedió durante las catas que yo daba. Veía que la gente se divertía más gracias a las anécdotas de vinos y elaboradores, que no catando un vino y desnudándolo hasta la partícula atómica. Las notas se aprendían mejor haciendo símiles con recuerdos. Esto para mí era muy fácil de analizar, ya que daba dos o tres catas por mes. Me fije en esto y me asaltaron las preguntas de siempre. Pensad que hacer una cata exhaustiva del vino, es profesionalizar un gusto.

    Zacariah Hagy

    Estamos para aprender sí, pero también para beber.  Así que decidí desaprender. Llevo un tiempo disfrutando de una copa de vino por el simple y mero hecho de beberlo. Está claro que algún análisis de algún vino se ha hecho. Pero los he intentado beber y disfrutar sin desgranarlos. Es por esto, que ahora me veo hablando con los clientes haciendo referencias a la bodega, bodeguero, al lugar donde se hace y haciendo símiles rimbombantes sobre chiquillos correteando por el campo lleno de flores. Porque siempre he dicho y diré que en la comunicación del vino se ha errado mucho. Yo el primero. Ya que me olvide hace ya tiempo que, primordialmente, la primera letra que escribí un día en un sitio público fue por mero y puro disfrute. Porque un buen amigo con el que me juntaba, con el que disfrutaba de una buena copa de vino me dijo. Haz un blog de estos vinos baratos tan buenos. Pero lo que perdí con el tiempo, lo que se quedó en el olvido fue el final de cada artículo de ese blog:

    ¡Disfrutad del vino, porque yo ya lo he hecho!

    Exactamente ese «porque yo ya lo he hecho», es lo que quedó en el olvido. Es imposible hacer que la gente vea el mundo como tú lo ves. La ecuación es sencilla. Nacemos con el don del olfato y lo perdemos porque nuestra sociedad está diseñada para perderlo como animales. También es imposible mostrar un mundo como el propio, ya que es un imaginario ligado a recuerdos, a puertas que puedes abrir con tan solo girar una maneta y traer esos aromas para reencontrarte. Entonces, ¿qué nos puede quedar? Es sencillo y lo tenia en mis narices. La pasión. La pasión por un mundo que en general me hace disfrutar como pocas cosas en él. Así que toca desaprender, toca volver a las raíces y toca seguir errando y reconduciendo. Pero ante todo, toca beber, disfrutar y compartir. Compartir el vino entre amigos, familiares y extraños, ya que es uno de los agentes sociabilizadores más preciosos que conozco.

  • No me mientas

    No me mientas

    [ms_divider style=»normal» align=»left» width=»100%» margin_top=»30″ margin_bottom=»30″ border_size=»5″ border_color=»#dd3333″ icon=»» class=»» id=»»][/ms_divider]

    [ms_dropcap color=»#dd3333″ boxed=»no» boxed_radius=»8″ class=»» id=»»]D[/ms_dropcap]espués de pasear por múltiples ferias, hacer diferentes clases con todo tipo de docentes, visitar salones, ir a catas e invertir muchísimo tiempo en conocer, una verdad a veces poco conocida o ligeramente escondida, me pasa que llego al final del partido con la sensación agridulce de que en todos los discursos hay algo que no es cierto. Y no pretendo ofender a nadie, probablemente haya gente que siempre diga la verdad (gracias por existir), pero cuando escribo, hago balance y una especie de mediana aritmética (ficticia, claro está) me hace caer en la cuenta de que la balanza acaba inclinándose hacia un lugar que no me gusta ver.
    Todos hemos escuchado hablar de las múltiples clasificaciones vinícolas que existen, y también de las múltiples no clasificaciones que existen. De lo que se permite hacer y de lo que no se permite, de lo que está reglado y de lo que no lo está, de las producciones permitidas y de los límites que no podemos exceder, de la pluviometría baja y de la irrigación constante, de las famosas levaduras seleccionadas y de los pies de cuba, de los fungicidas, herbicidas y de los no fungicidas y no herbicidas.
    Todo en un ring de boxeo perfectamente “maqueado” en cuatro paredes, una realidad a veces fingida o no, de un mundo ideal. Pero señores, este mundo no es perfecto, que lo sabemos y nos encanta que no lo sea. De hecho nos enamoramos sin querer de la imperfección porque nos atrae tanto como algo imposible. Nos enamoramos de aquellas historias que dibujan un final difuso que no sabemos a dónde va.


    ¿Y qué es lo que buscamos incesantemente la mayoría de humanos? Te dediques a lo que te dediques, no importa. Que no te mientan, intentar ser consecuente con todo lo que haces, buscar e intentar conseguir el equilibrio, no maquillar tus acciones para parecer que son mejores de lo que son. Si metes la pata pues lo dices, con delicadeza si te parece, pero lo dices. Interpreta tu vida como te apetece interpretarla, no busques imágenes perfectas de una realidad que no existe. Un sarmiento es bonito salvaje, así sin control ninguno, pero si decides controlarlo no pasa nada, también es lícito hacerlo.
    Humanizamos nuestros argumentos, cuando en realidad es suficiente con saber explicar la luz que hay en el viñedo, como es la tierra que lo contiene y como eres de feliz cuidándola. Explícame la vida que hay en tu suelo, qué animales viven y sobreviven en tu terreno, dibújame el baile interior de las raíces de tus plantas. Muéstrame como desaprender lo que me parece que ya he aprendido y que me ha condicionado cuando vuelvo a encontrarte. Explícame como respira tu tierra, cuando haces las tareas y el por qué. Déjame que me conecte contigo.
    Y me paro delante de las cepas, respiro ese aire fresco que todavía tiene un poco de azufre, pero que soy consciente que lo tiene, toco esa tierra un poco mojada en la que sé que se han plantado leguminosas porque me lo has dicho, y me pregunto ¿no sería más fácil decir siempre la verdad y que luego cada uno decidiera qué camino quieres seguir?
    Y no te digo nada nuevo, sino que recupero lo de siempre, una vez más volviendo al más humilde origen. Así que te miro (de nuevo) a los ojos (no sé hacerlo de otro modo) y te digo ¿por qué no dejas de mentirme y haces con tu verdad que me enamore de ti sin vuelta atrás?

  • Monocrom

    Monocrom

    [ms_divider style=»normal» align=»left» width=»100%» margin_top=»30″ margin_bottom=»30″ border_size=»5″ border_color=»#dd3333″ icon=»» class=»» id=»»][/ms_divider]

    [ms_dropcap color=»#dd3333″ boxed=»no» boxed_radius=»8″ class=»» id=»»]U[/ms_dropcap]n nombre, un lugar, una familia.

    -Estamos a dos semanas de la obertura y no tenemos nombre.
    -Tus propuestas no me gustan, y las mías a ti tampoco.
    -La verdad es que lo veo un poco negro…
    -Negro, negro…un único color ¿Por qué no le llamamos Monocrom?

    Y ya hace dos años, que Monocrom abrió por primera vez la persiana. El 1 de julio del 2016, la puerta blanca abría dando vida a un proyecto vinícola y gastronómico en la plaza Cardona del barrio de Sant Gervasi, en Barcelona.
    Dos hermanos que deciden arrancar un plan juntos, y dedicarse a lo que más les gusta: el comer y el beber. Xavi cumplirá 40 años y Janina 36, aparte de hermanos son muy amigos. Los dos me lo han dicho por separado sin escucharse el uno al otro. Me queda muy claro porque veo con mis propios ojos que se entienden a la perfección. Está claro, están en su mejor momento. Los dos tienen su espacio, discuten miles de cosas, pero no hay lugar para la confrontación, porque cada uno sabe cuál es su parcela, aunque al final siempre tomen las decisiones conjuntamente.
    Es la primera vez que trabajan codo a codo, pero han aprendido a hacer lo que más les gusta unidos desde que eran pequeños. Son de Vilanova y la Geltrú, vienen de una familia de pescadores, conocen el producto a la perfección y saben con exactitud lo que quieren. Me gusta la gente con las ideas claras y ellos las tienen.

    El punto de partida y el futuro

    Xavi hace 8 años que está dentro del sector, en su anterior vida (por decirlo de algún modo) había trabajado en el ramo inmobiliario, pero no era del todo feliz, porque creía que no era consecuente con lo que hacía. Decidió entonces empezar a estudiar sommelier, y como su hermana ya hacía años que trabajaba en sala, porque había estudiado hostelería, la animó para hacerlo juntos. Así que, como buenos hermanos, decidieron formarse juntos. Poco a poco, el camino se iba forjando.
    Xavi se encontró hace 7 años con Joan València, y le encantó la idea de formar parte del equipo. Janina nunca había dejado de trabajar en sala (Moo, Lluçanès, etc), diferentes proyectos, todos de mucho nivel. Su último trabajo antes de Monocrom, fue Coure, donde formó parte, durante 8 años, del equipo de Albert Ventura.
    Llegados a este punto, momento vital en que te planteas cómo quieres avanzar, esa idea que siempre te baila en la cabeza pero necesitas realizarla. La lógica de abrir su propio espacio era evidente, era su momento. Tenían la gastronomía en su ADN y el vino en sus venas, por lo tanto la lógica era ya aplastante. Pero llega ese momento en que te preguntas ¿Y ahora, dónde abrimos? Se consideran un poco outsiders, en el sentido positivo de la palabra. En este mundo, si no tienes personalidad y un poco claro el camino, te acabas difundiendo en el grupo de moda. Sant Gervasi era un buen lugar, diferentes cosas coincidían y su pequeña terraza de 4 mesas, fue el punto final para decidirse.

    ¿Qué es Monocrom?

    Pueden ir con paso más lento, pero van sobre seguro, y no hablo de comodidad, hablo de saber cuándo haces lo que sientes y cómo hacerlo. Antes de arrancar, viajaron por algunas ciudades, visitando aquellos wine bars que pensaban que podían encajar en su filosofía. Observar, aprender y avanzar, y repetir una y otra vez.
    Tienen un público fiel, se nota muy fácilmente cuando miras a las mesas. Hay gente que repite incluso en la misma semana, algo querrá decir. Su propuesta: explicar la historia que hay detrás de cada producto, saber la procedencia, conocer el origen y ser fieles a lo que les gustaría encontrar si estuvieran al otro lado. La gente escucha atenta las explicaciones de los vinos que tienen en su carta, les hacen abrir un poco la mente, prepararlos para algo nuevo (o quizás no), pero siempre desde la humildad. Hablamos de romper esa barrera invisible que algunos han creado entre un lado y el otro de la mesa. Ese papel (mal jugado) en el que algunos han querido demostrar que sabían más, cuando en realidad el comensal sólo quiere que le enseñes cosas y disfrutar de este momento. Los dos forman parte de ese juego, unos vienen a que les enseñes lo que tú conoces y los otros quieren sentirse felices mientras lo hacen. Los dos salen ganando.

    Sus reglas: calidad, profesionalidad y humildad

    La primera vez que fui a Monocrom, hacía tan sólo dos semanas que habían abierto, lo comento con Janina y me alucina que se acuerde de la mesa dónde me senté (yo también lo recuerdo perfectamente).
    Para mí, hay algunas cosas que lo identifican y me hacen tenerlo siempre en mente: carta de platos corta, concisa, una hoja en blanco con letras negras, lo mismo para la carta de vinos. La originalidad no está en el diseño, está en el contenido, y eso es lo que más me alucina.
    Quieren una carta fácil de cambiar, que puedan ir actualizando con las múltiples incorporaciones que vienen y van: añadas que entran, añadas que se acaban, producciones limitadas, etc. Quieren que toques la carta, que juegues con ella, que si la ensucias no pase nada, como invitado formas parte de ese entretenimiento. Se han acabado los clasicismos, dejemos de hablar de conceptos vacíos, hablemos de su origen, de su historia, de lo que los diferencia.

    Si te sirvo un vino, o una verdura, o una carne y no te explico la procedencia, esto se está perdiendo en el camino, y esto también forma parte de nuestro compromiso. Es absurdo que perdamos el sentido del porqué estamos aquí y en este preciso momento

    Los dos coinciden en esta filosofía.

    Alejarnos de eso que un día nos hizo sentirnos libres, cuando en realidad no estaba encorsetando. ¿Un vino para una ocasión especial? Hay una ocasión para cada vino, y cada momento es especial, sólo tenemos que re-aprender que tenemos que saber disfrutar en cada momento. Sólo buscando un único ritual: compartir para disfrutar.
    En cocina ya hace un año que tiene el mismo equipo, y eso se nota. Energía de 25 años, con una profesionalidad brutal.

    Me dice Janina que:

    Al principio te parece tener muchas cosas claras, parece que sabes perfectamente todo lo que quieres hacer, pero llega el día a día y tu visión se vuelve algo surrealista. Tienes que adaptarte, ver cómo funciona de verdad, aplicar cambios que no habías tenido en cuenta, etc. –

    En realidad la vida es esto, lo que imaginas que pasará y lo que luego en realidad pasa, pero no está mal del todo, el rodaje es parte del juego, todo va poniéndose poco a poco en su lugar. Hay que trabajar los músculos de fondo, la resistencia, para que lo que se vaya construyendo encima, tenga una base sólida.
    Lo tienen claro, igual que creen que de cara a cara, de tú a tú, es la mejor manera de entenderse. Conectar es el punto de partida, sorprenderte su meta, que disfrutes y repitas su último propósito.
    Doy un último vistazo a cada rincón, la librería que sale en la mayoría de fotos de las redes sociales (la #winelibrary la llaman), la luz tenue, la decoración discreta, y finalmente acabo con la mirada en ellos dos, que están sentados en la barra mientras acabamos de hablar. Y entonces me doy cuenta, que ya lo he dicho todo cuando en realidad no he dicho nada, simplemente que son fieles a un único color –Monocrom-, al color blanco porque es en realidad la suma de todos los colores.

  • Historia de un Domaine

    Historia de un Domaine

    [ms_divider style=»normal» align=»left» width=»100%» margin_top=»30″ margin_bottom=»30″ border_size=»5″ border_color=»#dd3333″ icon=»» class=»» id=»»][/ms_divider]

    [ms_dropcap color=»#dd3333″ boxed=»no» boxed_radius=»8″ class=»» id=»»]E[/ms_dropcap]n mayo de 1976, Steven Spurrier, un inglés aficando en París desde hacía seis años, regentaba una pequeña tienda de vinos – Les Caves de la Madeleine – en un pasaje de la rue Royal, junto con su compatriota Patricia Gallagher. Además, ambos habían puesto en marcha la Académie du Vin, la primera escuela privada de Francia dedicada al mundo del vino.

    Ese mismo año se celebraba el bicentenario de la independencia de Estados Unidos, a la que Francia había hecho una nada despreciable contribución, con el marqués de Lafayette al frente. Spurrier y Gallagher pensaron que el acontecimiento era una buena oportunidad para conseguir un poco de publicidad extra para sus negocios. Así que decidieron organizar una cata a ciegas entre vinos franceses y vinos californianos.

    Ddcidieron que los vinos franceses saldrían de su propio almacén, para la elección del jurado tirarían de sus contactos y para el local, más de lo mismo: Spurrier era íntimo amigo del responsable de banquetes del hotel Intercontinental de París, que le cedió un salón para el 24 de mayo de 1976 entre las 3 y las 6 de la tarde. De hecho, tenían que terminar un poco antes, ya que a las 6 en ese mismo salón se celebraba un banquete de boda. El único problema era escoger los vinos californianos.

    Ni Spurrier ni Gallagher sabían mucho, por no decir nada, de los vinos que se hacían en California, más allá de que los pocos que llegaban a Europa eran muy malos. De hecho, nadie en 1976 sabía mucho acerca de ellos. Ni en los propios Estados Unidos, un país que vivía de espaldas al vino, sobre todo desde que la ley seca – vigente entre 1919 y 1933 –terminara con la incipiente industria vinícola de finales del XIX. Por increíble que nos pueda parecer hoy en día, hace sólo 40 años.

    Muy poca gente sabía que en los valles de Sonoma y Napa había un puñado de auténticos pioneros –muchos de origen centroeuropeo e italiano- que estaban recuperando el cultivo de la vid y que se habían empeñado en hacer vino de calidad (con Francia en el punto de mira y como referencia), con la inestimable ayuda de los estudios que sobre viticultura y la elaboración de vino se habían desarrollado en la University of California Davis, desde 1935. Hombres con apellidos como Mondavi, Winarski, Gringich, Paschich o Tchelistcheff, inmigrantes de segunda generación, y que en algunas ocasiones eran auténticos amateurs que tenían la elaboración de vino como una segunda ocupación. La vida de estos pioneros bien merece un artículo por si solo, así que no me voy a entretener a explicar aquí su trascendental importancia en la importancia que el vino fue adquiriendo progresivamente en Estados Unidos.

    Steven Spurrier y Patricia Gallagher viajaron por separado a Estados Unidos en los meses previos, visitaron las bodegas y probaron los vinos que hacían algunos de ellos entre una lista que les proporcionó la hermana de Gallagher, que vivía en EE.UU. Entre los dos escogieron los dieciséis vinos – entre estadounidenses y franceses – que se verían las caras en París, el 24 de mayo. Todos los vinos californianos eran de bodegas que habían iniciado su actividad a finales de los años 60 y a principios de los 70. Además, en muchos casos las uvas con las que se habían elaborado las habían comprado a otros viticultores. Por su parte, entre los franceses se encontraban algunos de los vinos más venerados de Burdeos y Borgoña, y sus elaboradores eran la auténtica aristocracia de la enología francesa.

    LOS VINOS

    Estados Unidos
    Chardonnay

    Chateau Montelena, 1973

    Chalone Vineyard, 1974

    David Bruce Winery, 1973

    Freemark Abbey Winery, 1972

    Spring Mountain Vineyard, 1973

    Veedercrest Vineyards, 1972

    Cabernet sauvignon

    Stag’s Leap Vineyard, 1973

    Clos Du Val Winery, 1972

    Freemark Abbey Winery, 1969

    Heitz Cellars Martha’s Vineyard, 1970

    Mayacamas Vineyards, 1971

    Ridge Vineyards Monte Bello, 1971

    Francia

    Chardonnay

    Bâtard-Montrachet Ramonet-Prudhom, 1973

    Beaune Close des Mouches Joseph Drouhin, 1973

    Mersault Charmes Roulot, 1973

    Puligny-Montrachet Les Pucelles Domaine Leflavie, 1972

    Cabernet sauvignon

    Château Haut-Brion, 1970

    Château Léoville-Las-Cases, 1971

    Château Montrose, 1970

    Château Mouton Rothschild, 1970

    Para formar el jurado Spurrier y Galagher se fijaron en algunas de las personalidades más destacadas de la gastronomía francesa del momento. Entre ellos estaba Aubert de Villaine el copropietario y codirector del Domaine de la Romanée-Conti, que entonces tenía 37 años.

    El día de la cata, Steven Spurrier instruyó a los jueces y les dijo que tendrían que valorar los vinos bajo cuatro criterios (vista, nariz, boca y armonía) y otorgar a cada uno una puntuación de 0 a 20 puntos, que era un criterio habitual en Francia en esos días. Se empezó por los vinos blancos y de inmediato fue evidente que los jueces estaban absolutamente confundidos sobre los vinos que probaban, incapaces de distinguir si eran franceses o californianos.

    Nadie esperaba que no pudieran ganar los vinos franceses. Ni tan sólo el propio Spurrier, que no había organizado el evento como una auténtica competición, sino como un modo de dar a conocer algunos de los vinos más interesantes que se hacían al otro lado del atlántico, y sobre todo como un modo de obtener cierta publicidad para sus negocios.

    Spurrier se tomó su tiempo y leyó despacio el veredicto. El vino más valorado había sido el californiano Chateau Montelena de 1973 que obtuvo un total de 132 puntos, a cinco puntos y medio del segundo, un vino francés, el Mersault Charmes del mismo año. Entre los cuatro primeros, había tres vinos estadounidenses y todos los jueces franceses –que se debatían entre la estupefacción y el horror- habían otorgado la puntuación más alta a un vino de EE.UU. La victoria había sido por goleada, en campo contrario y con el árbitro en contra.

    La segunda parte de la cata transcurrió con los jueces mucho más concentrados y menos dispuestos a la cháchara. Era evidente que no iban a permitir que con los cabernets sucediera lo mismo. Una vez se hubieron probado los 10 vinos, Spurrier recogió las puntuaciones, las contabilizó y procedió a anunciar el resultado. Una vez más, el ganador fue el que nadie esperaba y el Stag’s Leap Wine Cellars de 1973 se alzó con el primer puesto, aunque en esta ocasión sólo le separaba un punto de distancia con el segundo clasificado, el Château Mouton Rothschild de 1970. Además, entre los 5 primeros clasificados estaban los 4 vinos franceses. Otra victoria para Estados Unidos, sin duda por la mínima, pero una victoria al fin y al cabo.

    Los franceses no se lo podían creer y Odette Khan, la editora de la prestigiosa La Revue du vin –que había puntuado el Stag’s Leap en primer lugar- exigió a Spurrier que le devolviera sus puntuaciones, a lo que el británico lógicamente se negó. Spurrier y Gallagher comentaron los resultados, pero tampoco les dieron mayor importancia. Al final, para ellos la cosa había resultado un pequeño fracaso, pues ningún medio francés había mandado a un periodista a cubrir el acontecimiento, con lo que su objetivo de obtener publicidad se había esfumado. El único periodista presente fue George Taber, corresponsal del magazine Time en París, y que años más tarde escribiría el que hasta la fecha es el único libro sobre los acontecimientos del 24 de mayo de 1976 en París.

    Taber sabía que Jim Barret, uno de los fundadores de Chateau Montelena se encontraba de viaje por Francia, aunque absolutamente ajeno a lo que se acaba de celebrar y mucho más ignorante respecto al resultado. El periodista contactó con Barret por teléfono y le comunicó la noticia. A la primera oportunidad que tuvo, Barret mandó un telegrama a sus compañeros en Montelena y la noticia se esparció como la pólvora por todo Napa.

    De todas formas, el mundo no tuvo noticia de lo que había pasado hasta que el propio Taber publicó un artículo de ocho páginas (sin fotos) en la revista Time en junio de ese mismo año. Time ya era leída en todo el mundo y no fue hasta entonces cuando se empezaron a ver las consecuencias y la importancia de lo que había sucedido, con la eclosión de un tal Robert Parker en un horizonte no muy lejano. Fue, precisamente, a raíz del artículo de Taber, que se acuño el término Juicio de París que después ha hecho fortuna.

    Más allá del libro de George Taber -fuente inagotable de información para todo lo que se ha escrito posteriormente, incluido este artículo- o incluso de una película (Bottle Shock, 2008) en la que Alan Rickman interpretaba a Steven Spurrier y Bill Pulman a Jim Barret, el mundo descubrió que en Estados Unidos no sólo se hacía vino, sino que además este podía competir con los mejores borgoñas y burdeos. Y los propios estadounidenses también lo descubrieron, claro. El país se emborrachó de chovinismo –una palabra francesa – y hoy en día una botella de cada uno de los vinos ganadores se exhibe en el Museum of American History como parte de los “101 objetos que contribuyeron a construir América”. Entre los meses de mayo y junio de 2016 el museo Smithsonian organizó exposiciones y conferencias para conmemorar la efeméride, así como las propias bodegas.

    El Domaine de la Romanée-Conti, aunque sus vinos no formaron parte de los que se cataron en el hotel Intercontinental, también sufrió las consecuencias del resultado. Tras el resultado y el revuelo, Aubert de Villaine fue uno de los jueces que más críticas recibió, sobre todo en Borgoña, donde se le llegó a tratar como un auténtico traidor. Pero el vino es cosa muy seria en Francia y si además perteneces a su aristocracia (y Romannée-Conti es la realeza), por aquello de que la noblesse oblige, la traición se paga.

    Pero De Villaine tuvo la oportunidad de redimirse en 2015, cuando fue uno de los impulsores de que la Unesco declarara los clos y los climats de la Borgoña patrimonio de la Humanidad.

    Entonces, el  hombre que un día fue acusado de traidor por sus propios compatriotas, vilipendiado por contribuir al desprestigio del vino francés, pudo resarcirse y devolver al vino de Borgoña parte de lo que un día de mayo de 1976 le quitó, aunque no lo hiciera solo, aunque fuera a ciegas y casi sin querer.

    Después de más de una década de investigar, de recopilar información, de reunir a un equipo de 30 especialistas y de crear hasta un lobby, De Villaine se redimió. Presentó un informe de más de 600 páginas a la Unesco para solicitar que los climats de la Borgoña (los 1.247 pequeños viñedos, de formas extrañas que conforman el mosaico de emparrados de las regiones vinícolas de la Côte de Beaune y la Côte de Nuits) fueran declarados lugar cultural patrimonio de la Humanidad. Y en el mes de julio de 2015, junto con las colinas, maisons y las bodegas de Champagne, lo consiguió. No correron la misma suerte, por cierto, el paisaje vinícola de La Rioja y La Rioja alavesa, que finalmente fueron descartadas por la Unesco.

    Los de la Borgoña no son los primeros viñedos ni del mundo ni de Francia en ser distinguidos por la Unesco, los vinos de Saint-Emilion en Burdeos, tiene esa categoría desde 1999.

    “De vuelta a casa, me consideraron un traidor”, dijo De Villaine. “Pero yo tenía razón. A mediados de los setenta, los franceses pensábamos que nuestro reinado sobre el mundo del vino era supremo, pero gran parte del vino que hacíamos era muy mediocre. Lo que sucedió en París en 1976 era la patada en los pantalones que necesitábamos”, afirmó tras conocer el veredicto de la Unesco y con la satisfacción de haber devuelto algo de lo que quitó. En 1976, Aubert de Villaine fue considerado un traidor y ahora es un héroe.

    Próximo capítulo: Terror en el terroir

    Capítulo anterior: El Domaine de la Romanée-Conti, la creación de un mito

  • Historia de un Domaine

    Historia de un Domaine

    [ms_divider style=»normal» align=»left» width=»100%» margin_top=»30″ margin_bottom=»30″ border_size=»5″ border_color=»#dd3333″ icon=»» class=»» id=»»][/ms_divider]

    [ms_dropcap color=»#dd3333″ boxed=»no» boxed_radius=»8″ class=»» id=»»]H[/ms_dropcap]ace tiempo que me fascina un personaje: Aubert de Villaine, uno de esos hombres con sus raíces enterradas en el suelo de sus viñedos de la Borgoña. Y eso a pesar de ser uno de los hombres más ricos de Francia, con una fortuna, que en 2016, se calculaba en 300 millones de euros. Él y su familia poseen la mitad de la propiedad del Domaine de la Romanée-Conti desde finales del siglo XIX. La otra mitad perteneció hasta casi mediados del siglo XX a la otra rama de la familia, los Chambon, que se la vendieron -en 1942- a Henri Leroy, que ya hacía vino en Auxey-Duresses. Ese mismo año, además, se consituía la sociedad civil Domaine de La Roamné Conti, que desde entonces está dirigida por dos co-gérants, uno por cada una de las familias. La acciones de la sociedad están divididas entre el resto de miembros de ambos clanes, que se reunen cada mes de diciembre en la bodega, en Vosne, para que los directores les rindan cuentas y para tomar decisiones sobre el futuro del Domaine. Como todo negocio familiar que se precie, el hecho de que ambas familias posean exactamente el 50% de la popiedad ha provocado algún que otro problema de “entendimiento”.

    Los vinos del Domaine de la Romanée-Conti se encuentran desde hace tiempo entre los más deseados del mundo, con precios astronómicos y fuera del alcance de la mayoría de mortales, pero para completar la ecuación que nos permita entender por qué, por ejemplo, un día a alguien se le ocurrió la idea de empozoñar las vides del Domaine y pedir un rescate por ellas, hay que tener en cuenta varias cosas más. La primera, la propia historia de estos viñedos que, sin duda, ha contribuido al aura mítica que los envuelve, y seguramente también la propia idiosincrasia de la Borgoña y sus vignerons, una de las zonas vinícolas top menos permeable a la influencia del todopoderoso Robert Parker, y de donde incluso tuvo que salir por piernas a causa de un escándalo de corrupción protagonizado por su representante allí.

    La historia de estos viñedos se remonta a hace más de 1.000 años cuando, más o menos en el 900, se funda la abadía benedictina de Saint Vivant, en Vergy, que como todo buen monasterio de la regla de San Benito, dependía de la poderosa abadía de Cluny, también en la Borgoña y que, como era costumbre, también hacía vino. Los monjes fueron adquiriendo y recibiendo tierras, durante 600 años, hasta que en 1584, el prior de la abadía vendió gran parte de sus viñedos a un tal Claude Cousin, bajo el nombre de Cros des Cloux, por la cruz de piedra que aún hoy se puede ver a la entrada del viñedo que da nombre a la bodega, y que más tarde se convertiría en el Domaine de la Romanée-Conti. El nombre de la Romanée aparece por primera vez escrito para referirse al Cros des Cloux en 1651.  El por qué del nombre de la Romanée es algo que aún hoy no sabe a ciencia cierta. Para que se le añadiera el Conti, tenemos que esperar más de un siglo, hasta que en 1760 Louis François de Borbón, príncipe de Conti, adquiere la Romanée. 

    El príncipe tenía raíces borgoñonas, y era una especie de playboy y espía, una suerte <<de James Bond prerevolucionario>>, hombre de confianza del rey Luís XV para la política exterior de Francia en una época convulsa, con el país en guerra en Europa y en América, y con la amenaza de revueltas interiores, tanto por la persecución religiosa a la que se sometía a los protestantes -con Inglaterra animando a hugonotes y janseístas a la rebelión- como por los ánimos encendidos de los miembros más ilustrados del Tercer Estado, que leían a Jean Jacques Rousseau y a Voltaire, ambos huéspedes del príncipe de Conti en su palacio del Temple.  

    El propio príncipe fue una figura controvertida en su época. A pesar de ser un hombre de la plena confianza del rey, parece que estuvo involucrado en un complot para asesinarlo, aunque después el propio Luis XV le nombró miembro del jurado que juzgó al regicida frustrado. Los reyres y sus cosas, ya se sabe. Además, aunque el monarca le pidió que se encargara de sofocar una más que posible rebelión protestante, algunos historiadores sostienen que, por el contrario, Louis François mantuvo contactos clandestinos con los cabecillas protestantes, -por otra parte, tal y como el rey le había pedido que hiciera-, pero con una intención totalmente contraria a los designios reales. Incluso se le relaciona con la organización de una breve y extraña expedición naval inglesa -comandada por un francés protestante exiliado- que invadió y ocupó algunas posiciones galas al norte de Burdeos, para después irse por donde había venido.

    Seguramente el príncipe de Conti no tenía más patria ni otro Dios que él mismo, pero en cambio sí tuvo una enemiga acérrima en la amante de Luis XV, Madame Pompadur, que cuando este le sustituyó -inevitablemente- por otra, siguió ejerciendo como poderosa e influyente consejera del monarca. Hay pocas dudas, según los historiadores, de que la amante real intrigó para que el príncipe perdiera el favor del rey. Por ejemplo, parece que <<apoyó completamente la decisión del rey de despojar a Conti de su papel de supervisor del Secret du Roi y socavó las opciones del príncipe para ser instalado como rey de Polonia. Ambas eran promesas que el rey había hecho al príncipe de Conti, y este se puso furioso>>. Eso quizás fue lo que convirtió a François Louis en un prerevolucionario avant la lettre y lo que hizo del príncipe una especie de agente doble.

    Pero la pugna entre el príncipe de Conti y Madame Pompadur fue más allá de lo político y las intrigas de la corte. Ambos le habían echado el ojo a los viñedos de la Romanée y ambos querían comprarlos. El príncipe porque además de un revolucionario aristócrata era un bonvivant, y por tanto no era de extrañar que quisera poseer vides en la tierra en la que tenía raíces. Ya en esa época el vino que procedía de esos viñedos era el más prestigioso de Francia, que por aquel entonces sí era como decir el más codiciado del mundo, y ya se pagaba once veces más que el vino de cualquier otro viñedo borgoñón. De hecho, seguramente la Pompadur no tenía mayor interés que fastidiar cualquier iniciativa en cualquier terreno que el príncipe se dispusiera llevar a cabo, y quizás fuera esa la razón por la que De Conti uso a un hombre de paja para hacerse con los viñedos de la Romanée. En todo caso, fue el príncipe quien se hizo con ellos, pero lo más sorprendente fue lo que hizo una vez  consiguió comprar los viñedos, y ya me perdonaréis el clickbait. 

    A causa del precio a los que se vendían los vinos de la Romanée, su compra era sin duda una buena inversión. Por la misma razón eran vinos que se servían sólo en las mesas de gente de importancia, que en esa época quería decir personajes del Primer y del Segundo Estado, entre ellos el mismísimo Papa de Avignon. El príncipe de Conti, pese a no renunciar jamás a ninguno de sus privilegios, sentía una profunda aversión por lo que representaba esa gente. Así que retiró a los vinos, ahora ya, de la Roamnée-Conti del mercado y los convirtió en su reserva particular. No se pudieron comprar hasta que la Revolución Francesa despojó a la nobleza de gran parte de sus posesiones, y los Conti, a pesar de sus simpatías con los revolucionarios y la Ilustración, no fueron una excepción. 

    En un cuadro del pintor Michel Berthélemy, que representa una cena en el palacio del príncipe, ya se le puede ver camelándose a una mujer -uno de sus pasatiempos favoritos- mientras con su mano izquierda acaricia una botella del que debe ser su propio vino, procedente del Domaine de la Romanée-Conti.

    Con la llegada de la revolución los viñedos fueron confiscados y el príncipe heredero Louis François Joseph arrestado y encarcelado en Marsella. Tras dos auditorias, el 24 de diciembre de 1794, las propiedades son vendidas al mejor postor, Nicolas Defer de la Nourre. 

    En el anuncio público de la subasta de los viñedos se podía leer lo siguiente:

    «… celosamente codiciada por La Pompadour que fracasó en sus intrigas»

    Tras la ley de 19 de fructidor de 1797 (5 de septiembre), los miembros de la casa de Borbón se exiliaron, y el príncipe de Conti lo hace en Barcelona, ciudad en la que morirá en 1814. Con esto termina la relación principesca con el Domaine.

    Tras otro cambio de manos, en 1819, en 1869 Jacques Marie Duvault adquiere La Romanée-Conti. Duvault era propietario de pagos como Richebourg, Gaudichots, Échézaux y Grands Échézaux, con lo que a finales del XIX, el Domaine ya contaba -aunque en esa época no existía aún está clasificación- con cuatro de los ocho grands crus con los que cuenta en la actualidad. 

    El resto llegarían en 1933 (La Tâche), en 1963 (Montrachet), mientras que en 1966 se alquilan los viñedos de La Romanée-Saint Vivant, que se comprarán definitivamente en 1988, y finalmente en 2008, se alquilan los tres viñedos de Corton (Clos du Roi, Bressandes y Renardes). 

    La Tâche es tal vez el viñedo que produce los vinos más apreciados del Domaine. Hasta que se incorporaron a la Romanée-Conti habían pertenecido a la familia Liger-Belair y a su Domaine. Pero la crisis de 1929 también golpeó a los vignerons de Borgoña, y los Liger-Belair, cansados de esos tiempos difíciles vendieron La Tâche. Pero por alguna razón, tras la venta, quedó algún resquemor entre ambas familias, y el heredero de los Liger-Belair no desaprovecha ocasión para poner a bajar de un burro a los nuevos propietarios de La Tâche.

    Pero el Domaine, a pesar de todas las vicisitudes propias de una casa histórica como esta, ha pertenecido desde 1869 a un antepasado directo de Aubert de Villaine y hasta 1942, en exclusiva a algún descendiente de Jacques-Marie Duvault el hombre que lo compró en 1869.

    En 1974, los dos patriarcas -Henri Leroi y Henri de Villaine- dejan paso a sus dos hijos. Marcelle Bize-Leroy, Lalou como la llamaba su padre, se incorpora a la bodega como codirectora junto a Aubert de Villaine. Lalou se encargaba del marketing y la distribución, excepto para Estados Unidos y Gran Bretaña que, según el acuerdo entre los Leroy y los de Villaine, quedó en manos de estos últimos. De todos modos, los padres de ambos no les quitaron el ojo, por lo que pudiera ser, y formaron un comité de supervisión.

    En 1991, desacuerdos entre los dos codirectores sobre como Lalou llevaba, precisamente, la distribución mundial de los vinos del Domaine, y el disgusto de esta por el papel que De Villaine jugó en el llamado Juicio de París de 1976. Este hecho al que dedicaré uno de los próximos capítulos, dejó una profunda huella en el alma de Aubert de Villaine.

    Las desavenencias entre ambas familias terminaron con una votación entre los accionistas, entre los que había familiares de Lalou, y Marcelle fue apartada de la dirección del Domaine. Fue sustituida por su sobrino Charles Roch -que murió en 1992 en un accidente-, hijo de su hermana Pauline, que se había incorporado al comité de supervisión en 1980, tras la muerte de su padre. Lalou, que supera los ochenta años y cuya firma llevan algunos de los vinos del Domaine, se entregó en cuerpo y alma a elaborar sus propios vinos a través del Domaine Leroy que heredó de su padre. Según la prestigiosa crítica Jancis Robinson, los vinos del Domaine de la Romanée-Conti son los únicos que pueden rivalizar en precio y calidad con los de Madamme Leroy.

    Según a qué fuente se recurra, la fotografía de Marcelle Bize-Leroy que se revela es distinta. Para unos, como Maximillian Potter -periodista de la revista Esquire y Vanity Fair-, Lalou es poco menos que una mujer difícil, autoritaria y a la que le gusta gritar y dar órdenes inapelables. Para otros, como Josep Roca y Imma Puig, Madame Bize-Leroy es una mujer <<valiente, con temperamento, fuerte y ambiciosa. Audaz y exigente, es una luchadora incansable que ha sabido enfrentarse con éxito al miedo al vacío>> y que además de irradiar una personalidad trascendental, <<forma parte de la historia mundial del vino y es una mujer icónica de los pies a la cabeza>>.

    Pero sin duda la vinculación que Aubert de Villaine siente por el Domaine y sus diez climats, que producen ocho de los vinos  más deseados del mundo, es especial. Aubert de Villaine, que nació en 1939, se pasó los primeros seis años de su vida sin conocer a su padre, Henri, que participó como soldado en la Segunda Guerra Mundial y fue hecho prisionero, por lo que el joven Aubert quedó a cargo de su madre y de su abuelo Edmond, que había heredado el Domaine de la familia de su difunta esposa, Marie Dominique Gaudin de Villaine, nacida Chambon. Fue con su abuelo, en una época en que la bodega era un pozo sin fondo de dinero, con quien Aubert paseaba entre los climats y veía a su abuelo acariciar delicadamente los racimos y las hojas, como haría él mismo más tarde. 

    Por eso cuando, en 2010, Aubert de Villaine empezó a pensar en la transmisión de sus acciones, la cuestión era mucho más que una simple decisión de negocios. Sus sobrinos -él y su esposa Pamela no tienen hijos- tenían que entender que las acciones representan mucho más que rendimientos anuales y que el Domaine es algo que va mucho más de una valoración de mercado, y que es mucho más importante que cualquier persona. Las acciones, para alguien como Aubert de Villaine, son el fruto del sacrificio y del trabajo de muchas generaciones que les precedieron, en los tiempos en los que no se sacaba ni un céntimo del vino que se producía. Y también, tendrían que entender que el éxito actual del Domaine era el resultado del trabajo de los monjes, los duques de Borgoña, un príncipe y, al final, de sus propios padres y abuelos.

    Cuando ese mismo año, alguien empezó a emponzoñar sus vides y a pedir un rescate para dejar de hacerlo, el vigneron, fervoroso católico como la mayoría de sus paisanos borgoñones, sintió que Dios lo había abandonado. Enemigos, quizás no le faltaban.

    Próxima entrega: Los juicios de París y su redención

  • En búsqueda de la malvasía roja

    En búsqueda de la malvasía roja

    [ms_divider style=»normal» align=»left» width=»100%» margin_top=»30″ margin_bottom=»30″ border_size=»5″ border_color=»#dd3333″ icon=»» class=»» id=»»][/ms_divider]

    Foto de cabecera: Llibert Teixidó

    Las casualidades siempre existen

    [ms_dropcap color=»#dd3333″ boxed=»no» boxed_radius=»8″ class=»» id=»»]M[/ms_dropcap]e fijo en su etiqueta, y en su nombre, en sus colores y en su composición. El diseño deja el nombre muy evidente: Tardatio.

    -¿Y qué significa la etiqueta? – pregunto.

    -Si te fijas bien, la etiqueta está compuesta por cuatro partes, una circunferencia que dibuja cuatro cuadrantes. Estas partes simulan las estaciones, por todos los momentos que pasa la viña, que en realidad, es lo más importante del proyecto.

    Me crucé por casualidad con el Tardatio, un día de camino a casa. Pasaba por La Vinícola, una tienda especializada en vinos de Barcelona, y Víctor me habló del proyecto. Jordi Raventós era el viticultor y desde hacía algún tiempo estaba trabajando exclusivamente en su viña, su variedad más representativa: la malvasía.

    No tuve más remedio que seguir dos pasos obvios después de la conversación: primero comprar una botella de esa malvasía de Sitges que prometía ser fresca y conservar la esencia de la variedad, y en segundo lugar conocer el proyecto que se basaba en la recuperación de una variedad de la que no había oído hablar: la malvasía roja.

    Lluvia, fango y viña

    Un domingo, me dirigí a visitar el proyecto. Antes de salir pensábamos que no sería posible porque creo que nunca he visto llover tanto en tan poco tiempo. La llegada al lugar, una montaña rusa de un parque acuático, y aunque generalmente siempre me pierdo, aquella vez parecía que seguir el cauce del aguacero nos estaba llevando a buen puerto.

    Justo aparcando, cogí el móvil. Tenía un mensaje de Jordi que decía “¡Si no habéis salido, coged un par de botas porque hay mucho fango!”. Leo el mensaje tarde, pero soy precavida, llevo las botas conmigo.

    He hablado bastante con Jordi antes de la visita, le he explicado un poco lo que me gustaría que habláramos, nos hemos enviado múltiples whatsapp, y entre los últimos un pequeño vídeo dónde enseñaba cómo injertar a sus sobrinos, un momento adorable. Es una gran parte del trabajo que está realizando, multiplicar las variedades que quiere elaborar a través del reinjerto.

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    Encajar agendas ha sido muy complicado, finalmente nos encontramos en domingo. Me comenta que trabaja de lunes a sábado, y algunos domingos también, es decir trabaja siempre. Justo ese mismo sábado tenía un curso de apicultura porque le gustaría incorporar las abejas a su proyecto, un paso más en la recuperación integral del terreno.

    Llegamos muy temprano  y Jordi nos sonríe:

    -Os he preparado el desayuno, pero tendréis que disculparme. Mis sobrinos todavía están desayunando.

    Estoy contenta, van a estar con nosotros los dos pequeños injertadores.

    Dónde nos reunimos es la casa de sus padres, es la finca que está justo al lado de las viñas. La construcción de la bodega está en proceso, de momento vinifica en una bodega vecina, así que ya nos avisa, “lo que vais a ver es viña”, y en realidad es lo que más nos gusta. Está preocupado porque no veamos la viña resplandeciente porque sólo hay pequeños brotes, pero le digo que no se preocupe, la época de descanso, el invierno, es también una época genial para pisar el terreno. El silencio, el brote de las primeras hojas me emociona especialmente, y creo que va a ser un día de esos.

    Clos, guarà y malvasias

    Mientras desayunamos, y esperamos a que pare de llover un poco, nos empieza a explicar el proyecto. Clos dels Guarans nace como su proyecto personal después de haber trabajado en otros, con alto nivel de exigencia y responsabilidad. Repartir su energía no le hacía feliz del todo, porque creía que él debía seguir su propio camino, trabajar con las variedades en las que creía y apostar por lo más sincero, volver a su origen y a lo que le enseñó su abuelo. La generación de su padre, generación de los 60, fue aquella que quedó en el Penedés un poco desarraigada de la elaboración del vino. El trabajo mal pagado y la compra-venta de uva para que grandes elaboradores hicieran sus vinos, hicieron que muchos de ellos buscaran otro oficio, y es el caso del padre de Jordi.

    Él, por el contrario, pertenece a esa generación joven que durante los últimos años han ido rehaciendo el Penedés. Dando especial énfasis a mostrar la cara más sensible de la zona. Tiene 29 años, pero se dedica desde los 18 a la viticultura. Su proyecto se está gestando desde el 2009 y ahora saca al mercado su segunda añada. Ha pasado de hacer 450.000 botellas al día para otros, a hacer en total menos de 5.000 para él, un cambio notable. La malvasia de Sitges la acabó de plantar en el 2011 y la malvasia roja la ha acabado de plantar este año. Ahora tiene 50%, más o menos, de cada variedad, pero su idea, y después de ver los resultados de la roja será reinjertar en esta, toda su viña. Esto nos muestra que la aventura sólo acaba de empezar.

    Sus viñas están ubicadas en el Massís del Garraf (Penedès), Clos dels Guarans pretende ser lo más fiel al terroir. Guarà es una raza autóctona de burros catalanes (de las más grandes a nivel europeo), que hace unos años estuvo a punto de extinguirse. Así que todo va encajando, un proyecto donde todas sus partes van en la línea de la recuperación, mires dónde mires. Tiene 5ha, pero tienen el trabajo de 10, porque lo hace todo él, poda de la primera a la última cepa. Hablamos de los diferentes roles que configuran el mundo vinícola y de cómo muchas veces esa diferenciación ha llevado a un desconocimiento entre partes, que influyen directamente en el resultado. No es lógico que un enólogo no quiera conocer la viña donde nace parte de su trabajo, así como tampoco es lógico que un viticultor desconozca todo lo que se hace dentro de la bodega. Jordi lo tiene claro, tiene todos los conocimientos para cerrar el círculo y formar parte en todo el proceso.

    Ya hace rato que hemos dejado el comedor, y estamos paseando por la viña, nos explica con detalle las variedades, está especialmente interesado en saber la máxima información del origen de cada una de ellas. La investigación es clave para el progreso y la observación también. Laia, su mujer, nos acompaña durante la visita y nos dice lo difícil que le resulta delegar el trabajo:

    -Siempre lo quiere hacer él todo, porque cuando lo hacen los demás siempre le parece que hay pequeños defectos.

    El reconoce abiertamente que es así, pero también es consciente que en esta vida o aprendes a confiar en aquel que te ayudará a crecer o resulta imposible avanzar.

    Nos explica que en realidad,  la malvasía de Sitges viene de Cerdeña, lo que nos lleva a hablar de lo que hoy en día consideramos variedades autóctonas, y discutimos un poco al respecto. La corriente actual de la recuperación muchas veces no tiene una base muy sólida, ya que en algunos casos hay dudas y falta exactitud en el estudio del verdadero origen. Hay una delgada línea entre qué variedades son una mutación de otras y cuáles no. Hubo un tiempo en que se hicieron muchos cruces para crear variedades más fuertes y resistentes, y es muy difícil saber dónde empieza una y acaba otra.

    Jordi recuerda como un día paseando con su abuelo por la viña, le decía que en el Penedés siempre había habido malvasía roja, conviviendo con el xarel·lo vermell y otras variedades que hoy consideramos recuperadas. Dice que en un documento datado del 1970, había leído sobre esta variedad, así que quizás ya existía mucho antes. En la mayoría de casos se habla de extinción de variedades debido a la filoxera. Él sostiene que no fue esta la que acabó con todas las variedades, sino que muchas veces había servido de excusa. Cuando la filoxera arrasó Francia, Cataluña plantó todas aquellas variedades que encajaban para abastecer al mercado, acabando así con algunas pruebas de variedades antiguas.

    Coincidir con la doctora María Francesca Fort Marsal, que trabajaba en la investigación de variedades en la Universidad Rovira i Virgili, le abrió un abanico de posibilidades muy grande. Fue ella la que le ayudó a encontrar la malvasía roja, que viene de Tenerife, lugar que ha conservado muchas variedades históricas. Dio con un viticultor que tenía tres cepas en su viña, allí muy escondidas, le envió un esqueje y el empezó a hacer la multiplicación. De veinte, sobrevivieron diez, y así poco a poco ha configurado las 2,5ha que tiene actualmente. De este pequeño trocito de tierra, saldrán al mercado menos de 800 botellas, pero que le posicionarán en el punto de mira de la curiosidad de muchos.

    Hablando con él, se nota que es una persona muy reflexiva, medita cada paso que da antes de avanzar, sabe que el éxito de ir por el buen camino es ir pisando poco a poco ese mismo camino. Todo tiene un por qué, nada es casual, la recuperación de variedades minoritarias es casi una obsesión.

    También hemos visitado toda la obra que están haciendo para la futura bodega, todo escavado bajo tierra y todo escavado por ellos.

    -Todo el mundo nos decía que estábamos locos.

    Y la verdad, viendo lo que han hecho y el trabajo que les queda, un poco yo también lo pienso, pero como él dice es joven, «con 80 años no podré hacerlo pero ahora tengo las ganas y la fuerza».

    Pero Jordi va mucho más allá de su viña, no nos deja que nos vayamos sin visitar todos los puntos que le enamoran, aquellos lugares donde la vista se pierde en el horizonte y nos hace sentirnos un poco más libres. Tres lugares que para él tienen magia y le hacen sentirse libre. Tranquilo Jordi, tus secretos están a salvo conmigo, si alguien quiere descubrir que lugares son, que te haga una visita.

     

    El futuro, cada vez un cuadrante más cerca

    Y volviendo al inicio, a la etiqueta, que al final es lo que ve el público cuando compra la botella, divido la historia de Jordi en cuatro partes.

    La primera, la que consiste en su llegada al mundo, la que nos habla de cómo su abuelo despertó su curiosidad y le enseñó en parte todo lo que sabe. En muchos momentos ha salido su figura en las conversaciones y me doy cuenta que es muy importante para él.

    El segundo cuadrante, toda su formación, la que le ha llevado al sitio dónde está. Esa formación que le ha hecho trabajar en otros proyectos dejando parte de su conocimiento y esfuerzo en botellas que ha elaborado para otro pero, que le han hecho estar dónde está hoy.

    Ahora mismo se encuentra en su tercer cuadrante, está dibujando su propio círculo, investiga, se equivoca quizás, se vuelve a reinventar, y así un seguido de pruebas y errores que definirán sus vinos y su trayectoria más personal.

    Y por último su cuarta parte, esa cuarta porción que todavía le falta por descubrir, que le hará hacerse un nombre en el futuro y que nos hará hablar de Jordi Raventós, más allá de la variedad que cultive.

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  • Los arquitectos del paisaje del vino

    Los arquitectos del paisaje del vino

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    En casa bebo agua

    [ms_dropcap color=»#dd3333″ boxed=»no» boxed_radius=»8″ class=»» id=»»]N[/ms_dropcap]o es raro abrir la nevera de mi casa y encontrar un par de botellas de agua. Incluso en invierno, fuera del frigorífico. Más porque me gusta del tiempo, no muy fría. Sí, en casa bebo agua. Es de lógica. Soy muy de hidratarme. Es más, esta lógica también la aplico al día a día. Tengo mi botella de agua en el trabajo. Cuando camino me da por llevar una botellita de agua. Si hago el guiri por algún recóndito lugar de este mundo, suele acompañarme una botella de litro y medio. Embarazosa de llevar, pero viene. Es muy común y los que me conocen lo saben, que cuando como, ceno o algo por el estilo, sea fuera o en casa, incluso en casa de los demás, que tenga mi copa de vino y el agua cerca. Exacto, lees bien. Mi copa de vino y el agua. Ellos también se sorprenden. Pero la verdad, si quiero hidratarme bebo agua.
    No me cansaré de decir que el vino para mi, es un alimento más a la hora de comer. Quizás sea un excéntrico hijo de Selene, pero tiendo a normalizarlo de esta forma, en un país empeñado en que las bebidas alcohólicas sean deporte nacional. Quien más bebe más… Bueno más nada, esa es la verdad. Pues eso, el vino para mi es parte del comer, y si tengo sed, bebo agua de mi vaso. El vino no calma mi sed, calmar mi sed con él es incurrir en un error de final etílico. Y no siempre esta uno para fiestas. Dicho esto, el vino forma parte de mi vida igual que el agua. Tanto es así, que en mi nevera, y lugares frescos aledaños a la cocina, suelen coexistir con alimentos u otros enseres, botellas abiertas o esperando a ser abiertas.

     

    La excepción a la norma

    Cuando abro neveras cercanas. Véase familia, amigos, etcétera. Suelo ver en ellas multitud de bebidas. Zumos extraños multivitaminas, bebidas de dudosa procedencia con mejoras para tus hijos o familia. Como no, también la consabida azucarada zarzaparrilla y sus amigas cítricas con ¡un 8% de zumo! Y me siento extraño. Sí, la excepción a la norma. Cuando alguien viene a comer a casa y trae niños, siempre pregunto qué es lo que beben. Porque en casa sólo hay vino y agua. La dictadura de la bebida azucarada, de lo que debemos o no hacer con nuestros hijos, del tiempo, de las modas es lo que tiene. Perder la costumbre de lo que era normal y que la norma se convierta en excepción.

    El desarraigo de las costumbres

    El vino en este país ha sufrido dos catarsis de las que aún no se ha recuperado. Por una lado está la vinculada al provincianismo. Sí, hubo una época en la que para ser moderno quisimos imitar al vecino. Al del otro lado del charco o de los Pirineos. Imitar su estilo de vida no se acababa en los coches bonitos ni los vestidos más allá del domingo. En comer foie o queso amoniacado. O beber cerveza a todas horas. También era perder el arraigo a lo tradicional. Las tradiciones vinculadas a esas costumbres tan pasadas de moda según el clínico ojo moderno. Como el beber en porrón, tomar una copa de vino en el bar, el mondadientes del vermú, ponerse un vaso de vino entre amigos… Un largo etcétera de cambios originados por ese desarraigo de lo tradicional. El exorcismo de todo lo que nos diera imagen de pueblerinos. Éramos citizens, de pueblo sí, de esos de a kilómetros de la ciudad, pero citizens de alma. A esto después se le suma cierto puritanismo a la hora de criar a nuestros hijos. No darles a probar vino, porque puede ser que estés criando a un potencial alcohólico. O no poner azúcar y vino en el pan, porque el bollo industrial relleno de crema de cacao es una merienda sana y no adictiva que no provoca trastornos. ¡Ay!
    La segunda catarsis ha sido incorporar el vino a cierto estilo de vida. Un estilo de vida de señorío y tronío. O en este caso, de gente guapa. A la hora de querer hacer subir la calidad de nuestro vino, (el más consumido aquí siempre ha sido el vino de mesa y el vino a granel) se le asoció a una comunicación errónea. El vino era para la élite. El vino. Un producto tan asociado a nuestra forma de vida como el aceite. Pongo el aceite como ejemplo, porque es la ejemplificación perfecta.
    El aceite se ha adaptado fenomenalmente a nuestras casas. Si uno requiere de aceite para freír lo tiene, si es para la ensalada o bocadillos fetén, también. Incluso se hacen catas y ha llegado a niveles de calidad tan altos, que se permite el lujo de tener cuñados del aceite. En definitiva, está posicionado en todas las capas de la sociedad sin perder un ápice de su esencia. Ser producto asociado a la cotidianidad.

    Es un error hablar de la cultura del vino dejando de lado todo lo que comporta la expresión, sin explicar en qué consiste o a qué nos referimos cuando hablamos de la cultura del vino

     

    Comunicación fail 2.0

    No contentos con esto, la era moderna, la de las conexiones, las tablets, las apps, lejos de acercar el producto a la gente, lo está alejando. Se está dejando erróneamente la comunicación a golpe de like, retuit, follow y el consabido influencer. Un error continuo, repetitivo y que en un tiempo veremos su alcance. Digo error no porque no confié en esas personas, hay algunas a las que admiro mucho, como no, otras son parásitos que habitan en cualquier trabajo, y que sacan provecho al miedo y a la ignorancia, a los palos de ciego y ahí están, vendiendo fórmulas magistrales para la comunicación del vino. Para expresarme mejor, pondré un ejemplo:

    Una plataforma como Twitter, (que utilizo bastante), tiene en España un total de 4,5 millones de usuarios (datos del año 2016). Si de este total, por poner generosamente, decimos que un 10% son seguidores de cuentas del mundo del vino, tendríamos unos 450.000 usuarios en toda la península. La península tiene 46,5 millones de habitantes. Esto es un 0,9% de la población, (siempre con la intención de ser generosos), que son usuarios de Twitter y siguen cuentas relacionadas con el vino. Seguimos. Entre esos 450 mil hay profesionales, horeca, distribución, bodegueros, periodistas, blogueros, y un tanto por ciento menor de seguidores o amantes del vino per se. Es decir, al final la información ahí volcada, es de una gran valía entre el grupo profesional. Este se nutre constantemente de nuevas técnicas, vinos, modas, etcétera. ¿Pero es esto el tipo de comunicación que busca la Denominación de Origen? ¿Es el tipo de difusión que necesita el vino?, ¿Qué tipo de repercusión tiene esta entre la gente? Cero. Lejos de eso, si encima nos fijamos en estos datos, la comunicación en dichas plataformas no deja de ser muy endogámica.
    Luego ponemos el puntero en el influencer. Este, paladín de la comunicación, tiene el deber de llegar cual Papa Noel a todas las mentes y llenarlas del bonito mundo del vino. La cultura del vino por bandera. Doble error. Un comunicador de redes sociales, no deja de ser eso. Un comunicador de un sector muy concreto. El otro error es hablar de la cultura del vino dejando de lado todo lo que comporta la expresión. Sin explicar en qué consiste o a qué nos referimos cuando hablamos de la cultura del vino.  Al hacerlo así, nos volvemos a alejar de la gente. A nadie se le ocurre hablar de la cultura del aceite, o la cultura del pan sin hablar de las panaderías, las masas madres o del vareado del olivo. Cuando hacemos esto, decir que el vino puede ser azul, presentar a los bodegueros como estrellas del rock o utilizamos un lenguaje similar a sacarse el teórico del carné de conducir, volvemos a comunicar de nuevo que el vino es par gente guay, con estudios o vete a saber qué. Si hablamos de cultura del vino, hay que hablar de la cultura del campo, de elaboradores, de viñadores, de payeses, agricultores y campesinos. Esa es la verdadera cultura de nuestro país.

    Arquitectos del campo

    Los agricultores. Ese reducto cada vez más escaso en el mundo del vino, esa gente a la que deberíamos poner una alfombra roja hasta las ciudades. Esos son los verdaderos comunicadores. Arquitectos del campo. Esa gente debería tener una alfombra roja directa a colegios, casas, pueblos, ciudades, qué digo, directa a nuestras vidas. La desconexión con el mundo rural que sufre nuestra sociedad es aún más sensible en el mundo del vino. Y a mi entender,  sólo se podrá salvar entendiendo esto mismo. No podemos seguir desconectados, ignorantes o pasivos ante esta situación. Son parte del tejido social y los verdaderos defensores de la cultura del vino. Con su pasión, con su vehemencia por la viña, son capaces de llegar al corazón de la gente. Pero es más, con su sencillez, sin palabras rimbombantes ni esdrújulas, polisílabos ni esa pedantería característica de la comunicación actual, ellos son capaces de hacer entender este mundo y por qué alguien decide involucrarse en él. Un trabajo de esfuerzo, gasto, jornadas larguísimas llenas de trabajos titánicos, sólo por una cosa. Llevar una botella de su vino a tu mesa. Esto solo, sólo lo pueden contar ellos.
    Así que no se lo piensen más, ese dinero de denominaciones para llevar a diez influencers a un hotel, que duerman bien, coman bien y pisen con sus looks ultramodernos la viña, para hacer una foto de lo bonito que es el vino y la copa, el paisaje y decir que viven un experiencia imborrable, gástenlo en llenar autobuses de niños, infestado de colegiales con ganas de comerse el mundo, porque si llegamos a ellos, habrá futuro.

    Sigo bebiendo agua

    Sigo bebiendo agua. Sigo teniendo botellas de vino en mi nevera. Sigo tomado vino a deshoras, comiendo con agua y vino, celebrando con mis amigos con vino… Sigo en definitiva, manteniendo el vino en mi vida. Es más, escribo estas líneas con una copa al lado. No se me ocurre mejor forma. Porque desde este pequeño cubil, donde mi influencia es mínima, sigo manteniendo mi arraigo a una tradición, a un líquido que es base de mi sociedad y a una forma de ganarse la vida dignamente. Tener vino en mi vida, llevar vino a donde vaya, es la única forma que tengo de comunicar mi respeto hacia ellos, los viñadores y elaboradores de ayer, hoy y mañana. Larga vida.

  • No hay peor tonto…

    No hay peor tonto…

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    [ms_dropcap color=»#dd3333″ boxed=»no» boxed_radius=»8″ class=»» id=»»]Y[/ms_dropcap]Y ya me lo decía mi madre, desde que era muy pequeña, y reconozco que me hacía especial gracia: “No hay peor tonto que el que no quiere entender”. Es una frase dicha con estima, de alguien que te quiere, de alguien que quiere hacerte ver que hay diferentes posibilidades, que existen otras opciones, y que en esta vida, ver alternativas a todo es la manera indispensable de vivir y convivir. Que no es que tu manera no sea la correcta, sino que existen diferentes maneras de ver las cosas e interpretarlas, y a veces nos limitamos a pensar que la nuestra está por encima de las demás.
    Hoy, mis palabras van dedicadas a todas aquellas personas, a las que les intentas explicar tu punto de vista, tu visión vital, de la manera más sencilla posible y con los máximos argumentos, pero se niegan a creerte. No les vale lo que les digas, ellos tiene su verdad y no hay otra. Teorías estudiadas y precisas que no se pueden modificar, no existe manera viable de cambiar ni un ápice de su pensamiento.

    ¿Y por qué llego a esta conclusión, que hoy pongo al principio, al contrario de lo que hago siempre? Pues porque el otro día, una vez más, en una mesa con amigos, conocidos y compartidos, volvió a surgir esta conversación:

    Una conversación sin fin

    -Este vino no me emociona – dije yo, sin más intención que decir lo que pensaba, lejos de intentar crear polémica (o no).
    -Pero ¿por qué? – contestó alguien. No es necesario que sepáis su nombre, en realidad, no existe.
    -Pues porque no me dice nada, no me mueve nada por dentro – seguí.
    -Tiene un color dorado casi perfecto y es muy brillante – insistía.
    -Sí muy brillante, totalmente limpio y brillante.
    -No presenta precipitaciones y su lágrima es lenta y elegante.
    -Elegante lo es, con caída casi de sinfonía de Bach.
    -Tiene aromas frutales y florales, muy específicos de la variedad, una tipicidad muy marcada.
    -Perfecta harmonía entre aromas en el varietal, totalmente de acuerdo.
    -Y tiene muy integrados los matices terciarios
    -Nada que objetar, muy integrados
    -Y tiene estructura…
    -Correcto.
    -Y es largo.
    -También lo es.
    -El retrogusto a café tostado es increíble.
    -Toda la razón, además soy gran bebedora de café y sé de lo que hablas.
    -Y podrías pasarte una sobremesa bebiendo y contando historias con él.
    -Probablemente sí.
    -Entonces ¿dónde está el problema?

    Dónde está el problema y cuál es esa posible solución

    Y el problema, en realidad, no existe. No hay tal problema. El hecho es querer entender un vino solamente desde su perfección. Es totalmente lícito, puntuar el equilibrio global, cuando valoramos un vino a nivel profesional, en un panel de cata o debemos otorgar una puntuación objetiva. Es indispensable actuar de este modo para que otra persona entienda, sin probar el vino, lo que va a encontrar cuando abra la botella en casa una vez la haya comprado.

    Pero ¡ay! amigo mío, ¿qué hay de todo eso que se mueve dentro cuándo probamos algo que no esperamos? (Ya sea un vino, ya sea un plato o ya sea lo que mon dieu quiere que sea). ¿Qué hay de ese subidón, juraría que compuesto por oxitocinas, que nos remueve todo por dentro? Eso que llega lejos, que te hace abrir más los ojos, te hace despejar voluntariamente las fosas nasales y entonces en la boca una cascada de sabores.
    Aquello auténtico que parece que te acaricia la lengua sin darte ni cuenta, te muestra una textura que ni tan solo sabías que existía. Al pasar te parece largo, pero de un largo casi infinito, y en este justo instante, solo en este, te hace cerrar los ojos y abandonarte a darte cuenta, que algo te acaba de tocar el alma o el aura, tú mismo puedes elegir.

    Sólo reacciones psicolofisiológicas

    Así que hoy mis palabras van dedicadas a todos aquellos que se empeñan en convencerme de que un vino perfecto y en completo equilibrio, tiene que gustarme, cuando no (siempre) me pasa. Y también a todos aquellos que simplifican lo que es un vino con términos técnicos, totalmente necesarios en algunas ocasiones, pero que a menudo nos nublan lo que sentimos por dentro cuando probamos algo, que sí, puede sonar romántico, pero nos EMOCIONA más allá de su perfecta sintonía.